El atentado a Bolsonaro, un rayo de odio que nubla más el futuro de la democracia brasileña

El atentado que sufrió ayer el candidato presidencial de la ultraderecha brasileña, Jair Bolsonaro, puso patas para arriba la de por sí extravagante campaña para las elecciones del 7 y el 28 del mes que viene, colocando en primer plano una violencia inusual en ese país en tiempos electorales y sacando abruptamente del foco los avatares de la entrega de la herencia política de Luiz Inácio Lula da Silva a su delfín, Fernando Haddad.

No es que la violencia sea una rareza en Brasil. Al contrario, la hay en abundancia, vinculada al narcotráfico, al delito común, a las policías y hasta a la política, como lo demostró el asesinato en marzo, en Río de Janeiro, de la concejala de izquierda Marielle Franco. Lo sorprendente es que se haya producido un ataque de este tipo contra un presidenciable.

“Brasil está en ‘shock’, porque este tipo de situaciones no han sido comunes en la historia democrática reciente. Se han producido casos de violencia en elecciones municipales, pero no recuerdo nada parecido en campañas presidenciales”, le dijo a Ámbito Financiero desde Brasilia el analista político y profesor de la Universidad Católica de esa ciudad Creomar de Souza.

El ánimo en ese país fue variando ayer a lo largo de la tarde conforme cambiaban las novedades sobre el estado de salud del diputado y exmilitar. Primero se dijo que la herida había sido superficial; luego, que llegó “casi muerto” al hospital y que debió recibir una transfusión de sangre, aunque se encontraba estable.

Más allá del daño personal, lo primordial, es necesario evaluar que una puñalada en una tarde tranquila era lo último que necesitaba la lastimada democracia brasileña.

“Gracias a Dios el candidato sobrevivió. Primero por el factor humano y además porque si hubiese pasado algo más grave, habría sido muy dañino para la democracia”, agregó De Souza.

El respetado analista tiene razón. En primer lugar, porque la exposición pública y judicial de una corrupción endémica, un hecho feliz, por momentos se desvía peligrosamente por los atajos del “lawfare”. Además, porque una presidenta como Dilma Rousseff, ampliamente votada por el pueblo, fue removida por “crímenes de responsabilidad” que habían sido omitidos en las administraciones de todos y cada uno de sus predecesores. Para peor, la sucedió Michel Temer, un hombre que conspiró en aquella emergencia y que, aun siendo detestado de modo casi unánime, impuso reformas impopulares gracias al concurso de un Congreso tan desprestigiado y jugado a la autopreservación como él mismo. Y ahora, cuando el calendario electoral abre la oportunidad de una imprescindible relegitimación del poder político, quien es el preferido por la mayoría, Luiz Inácio Lula da Silva, purga una condena por corrupción pasiva y lavado de dinero que le impedirá presentarse a las urnas.

Si al futuro, incluso el inmediato, le sobraba incertidumbre, lo ocurrido incluso empeora ese escenario.

El último sábado comenzó la campaña en televisión. La sumatoria de minutos disponibles en espacios cedidos para hacer propaganda es proporcional a la presencia parlamentaria de los partidos que integran cada alianza, algo que en esta ocasión beneficia enormemente al exgobernador de San Pablo y favorito del mercado financiero, Geraldo Alckmin. Detrás de él, bastante atrás en rigor, queda el Partido de los Trabajadores, mientras que la presencia de Bolsonaro es casi imperceptible.

Tradicionalmente ha existido una llamativa correlación entre minutos de propaganda en TV y voto, pero el mundo actual no tiene nada que ver con el conocimos hasta hace poco.

Haciendo virtud de esa carencia, Bolsonaro apostó desde el inicio, aprendiendo la lección de Donald Trump, a monopolizar la atención de los programas políticos y de la prensa escrita con dichos grandilocuentes y hasta provocadores, convencido de que para un candidato es preferible ser criticado que ingnorado. Logró así que todo Brasil hable permanentemente de él, sin que los cuestionamientos a sus bravuconadas, a su defensa de la dictadura militar, la tortura y el gatillo fácil, así como a sus frases abiertamente homofóbicas y misóginas mermaran los cerca de 20 puntos porcentuales que le han dado por meses las encuestas de intención de voto, suficientes, en principio, para ponerlo en un imprevisible segundo turno. Por otro lado, también como el estadounidense, explotó hábilmente las redes sociales.

Ahora, con la consumación de un atentado fallido contra su vida, todo Brasil hablará obsesivamente de esta violencia inesperada, devaluando los impostados “spots” televisivos.

Ni bien se supo del episodio, la Bolsa de San Pablo dio un salto brusco hasta avanzar casi un 2%, para cerrar 1,76% arriba; el capital, se sabe, no tiene corazón.

La llamativa reacción fue atribuida a especulaciones en dos sentidos opuestos. Una, que la recuperación de Bolsonaro podría apartarlo de la campaña en su tramo crucial y darle mayor protagonismo a Alckmin. La otra, que el atentado puede hacerle ganar votos a él mismo. Si bien su perfil realmente impresentable y su historial nacionalista no cautivan a toda la comunidad de negocios de Brasil, su reciente giro hacia el liberalismo económico y su cercanía con el economista ultraortodoxo Paulo Guedes están convenciendo cada vez a más inversores de que es el último escollo contra un posible retorno de la izquierda al poder, esta vez de la mano de Haddad.

Esos cálculos, desde ya, valen si el derechista recupera plenamente la salud, como parecía al cierre de esta edición. En tal caso, parece más plausible la segunda hipótesis.

Por lo pronto, Brasil girará alrededor de este conato de agresividad extrema y perderán visibilidad todos los que necesitan imperiosamente ocupar el centro del ring, empezando por Alckmin, a quien la primera semana de campaña televisiva le alcanzó, según Ibope, para subir de un pobre 6% de intención de voto a un 9% apenas discreto.

En esa línea, se puede suponer que la emergencia también perjudicará a Lula, que necesita amplia difusión para que sus apelaciones a la justicia contra su inhabilitación, que no tienen destino, sean el punto de partida da la transfusión de carisma y votos hacia Haddad.

“Ahora hay que ver cómo van a interpretar este episodio todos los actores del proceso electoral; ese va a ser el nuevo campo de disputa electoral”, opinó De Souza.

Ya hay algunos indicios. Adelio Bispo de Oliveira, el hombre acusado del ataque, estuvo al aprecer afiliado al Partido Socialismo y Libertad (PSOL), una fracción de izquierda dura escindida del PT al comienzo de la era Lula, cuando este dio un giro al centro y puso en el Banco Central al ex-BankBoston Henrique Meirelles. Ese hecho permitirá a los aliados de Bolsonaro batir el parche sobre la violencia que este siempre atribuye a la izquierda, a la que detesta de alma.

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“Lo ocurrido seguramente va a ser explotado por su campaña. Los ciudadanos brasileños sienten mucha empatía con quienes son víctimas o se presentan como tales. Por ejemplo, el PT siempre construyó sus estrategias en base a la victimización, como ocurre ahora con Lula da Silva” y sus denuncias de proscripción, le dijo a Ámbito Financiero Marcelo Rech, analista político y director el instituto InfoRel de Brasilia.

Sin Lula en la competencia, “Bolsonaro ya venía liderando las encuestas y esto respalda su discurso de que hay un riesgo grande de intolerancia y de que sus palabras incomodan a muchos actores poderosos”, añadió.

La democracia brasileña fue la segunda víctima del ataque de ayer.

(Nota publicada en ambito.com y en Ámbito Financiero).