Lula lo hizo: Alberto Fernández y el espejo de la militarización de las favelas

Con la decisión de mandar el Ejército a Rosario, el Presidente juega al filo legal y político. El backup del ícono progre regional.

La decisión de Alberto Fernández de enviar efectivos del Ejército a Rosario es audaz y se ubica al filo de, al menos, dos “reglamentos”: uno legal, en el que el propósito anunciado de soporte al trabajo en obras de urbanización es el tamiz imprescindible para hacer encajar esa presencia sin dudas disuasiva en el marco de las leyes de Defensa y de Seguridad Interior; el otro, político-ideológico, que muestra al jefe de Estado cada vez más distante del ala izquierda del Frente de Todos. Lo primero parece salvado, pero lo segundo afirma una identidad que erosiona de un modo cada vez más radical el piso común de la identidad panperonista.

Sin embargo, el Presidente tiene un atajo para “resolver” ese problema: Luiz Inácio Lula da Silva, el gran ícono de la izquierda regional, fue pionero en eso de enviar a los militares a interponerse entre los narcotraficantes de las favelas de Río de Janeiro y la sociedad.

El resultado no ha sido bueno, al punto que la “Ciudad Maravillosa” no es hoy algo demasiado diferente de lo que ha sido, incluso cuando la militarización de esa pelea se acentuó en los gobiernos subsiguientes. Sin embargo, el “Lula lo hizo” puede ayudar al progresismo peronista a salvar un poco la cara.

El brasileño decidió una primera intervención de militares en las favelas cariocas en 2008, decisión inicialmente tímida, en la que los uniformados debían actuar como una fuerza de ocupación que, se suponía, no debía realizar detenciones. Sin embargo, ocurrió lo previsible: la reacción de las tropas de los narcotraficantes fue violenta y pronto surgieron denuncias de violaciones a los derechos humanos y de colusión entre uniformados y mafiosos. Por caso, en un hecho que vinculó ambos dramas, un grupo de los primeros fue acusado de haber detenido y entregado a policías locales afines a los traficantes a tres jóvenes que terminaron asesinados.

Tras la conmoción, el entonces presidente volvió a apelar al recurso militar a fines de 2010, muy poco antes de finalizar su segundo mandato. Brasil iba a ser sede de la Copa del Mundo de fútbol de 2014 y Río, de los Juegos Olímpicos de 2016. Era necesario comenzar a trabajar en la pacificación de la ciudad.

Lo dicho: los militares comenzaron un ciclo de empoderamiento que llegó al clímax con Jair Bolsonaro y el narcotráfico de Río sigue donde está. Esos eventos se realizaron en una paz razonable, una que compró una tregua poco disimulada por parte de los poderes públicos. “Los narcos ganaron”, diría sobre ese proceso Aníbal Fernández.

La mirada cortoplacista de la política argentina, incluso en temas graves como el narcotráfico, puede encontrar justificaciones discursivas y hasta ideológicas, pero difícilmente este conato de militarización del conflicto en Santa Fe pueda contar con antecedentes internacionales que lo justifiquen en términos de efectividad.

Colombia, México y también el Brasil del líder del progresismo regional son espejos en los que sería recomendable no mirarse, pero nadie parece deseoso de pensar en eso cuando lo que urge es dar una respuesta, cualquiera que sea, tan contundente como una amenaza a Lionel Messi o una balacera contra el frente de una escuela.

(Nota publicada en Letra P).