Entre el consenso y el riesgo de veto. Un plan de construcción de poder de pronóstico reservado. ¿Sin 2023 podría haber 2027? El improbable ejemplo de Lavagna.
Se muestra todo el tiempo, pero no sugiere nada acerca de una eventual candidatura presidencial. Brinda entrevistas, incluso extensas y dirigidas a públicos bien diversos, pero condiciona el temario a hablar solo de economía. En sus conversaciones privadas, trata de mostrarse frío respecto de 2023 y recuerda que en 2027 recién tendrá 54 años. Sin embargo, los hechos y la gestión muestran a Sergio Massa convertido en una topadora política, un generador sin igual de titulares y dueño del centro de la escena del Frente de Todos, lo que indicaría que 2023 es para él, a pesar de que todo parece adverso para el peronismo, una oportunidad a la que vale la pena aferrarse con uñas y dientes. Mientras espera para determinar si los resultados de su desempeño se ajustan a las condiciones que él mismo se ha fijado para competir y la palabra «totalmente determinante» de Cristina Fernández de Kirchner, ¿en qué anda el superministro?
Massa depende, como se dijo, de que su gestión dé en el clavo en varios aspectos.
El primero, excluyente, es la reducción de la inflación y, de la mano de eso, que el cierre de paritarias en el primer tramo del año genere en la población asalariada –su mimada clase media– una sensación de alivio.
Además, que la actividad crezca por tercer año consecutivo, aunque sea a un ritmo menor que el de 2022, lo mismo que el empleo.
Finalmente, que los tipos de cambio paralelos –puntualmente los legales– se mantengan bajo un relativo control y que la sequía que le pega duro al campo no agrave una escasez de divisas peligrosa para el nivel de importaciones que la industria necesita para mantenerse en movimiento. La agenda exige.
Si bien aún no tiene definido si buscará el sueño de su vida en este turno, quienes mejor lo conocen no se sorprenden de que no esté dejando nada por hacer y que actúe como si efectivamente fuera a haber un plan «Massa 2023».
«Va a gestionar, va a estar activo, va a ocupar espacios y va a dar pelea», le dijo a Letra P una fuente de diálogo diario con el ministro.
Lo de «dar pelea» se explica, por ejemplo, en su reflejo de responder a lo que entendió como una minicorrida cambiaria con la iniciativa de recompra de deuda por 1.000 millones de dólares, algo que «vendió» como una política de desendeudamiento, pero que, más que eso, apuntó a estabilizar los tipos de cambio paralelos y a intentar que quienes estuvieron detrás de esa movida especulativa –¿políticamente motivada?– pierdan mucho dinero. Las semanas definirán si lo va a conseguir.
Primer acto
La primera condición que Massa se fijó para ir por la presidencia es tener consenso en el Frente de Todos, es decir que no lo hagan competir en las PASO con otros u otras aspirantes, en especial alguien del palo cristinista. Sabe que, en ese escenario, quien tenga el aval de la vicepresidenta correría con ventaja, aunque luego la elección abierta le plantee un escollo que lleva por nombre «techo bajo». De ahí que Massa considera la palabra de Cristina, esto es su aval a ungirlo en candidato de consenso, como «totalmente determinante».
«Esa primera condición de a poco se va consiguiendo», le dijo la fuente aludida más arriba a Letra P. «Sergio no quiere ser un candidato de prepo, como pudo haber sido en 2013 y 2015, cuando simplemente tomó la decisión de presentarse y lo hizo. Esta vez tendría que ser diferente», agregó.
Otra fuente, cercana a Alberto Fernández, también registra que se va armando un consenso en torno a Massa. «Dejó de ser ‘Ventajita’ y se la jugó al agarrar Economía. Gestiona, pero más importante que eso es que consiguió calmar una interna fratricida. Ese es su mayor aporte a este momento, inclusive por encima de la gestión», estimó.
Si la palabra de Cristina es tan relevante como se plantea, ¿qué hay de la de Fernández?
«El Presidente se está dedicando a gobernar, a llevar adelante su agenda local e internacional, que en las próximas semanas va a ser muy intensa. Dijo que no va a hacer nada que ponga en peligro un triunfo electoral y lo está cumpliendo. Cuando pone en valor los elementos más positivos de su gestión, no está jugando a una candidatura propia, sino tratando de preservar su legado. A nadie, ni a Massa ni a Cristina, le sirve un presidente apaleado», explicó la fuente del Ejecutivo.
Segundo acto
Otra condición que el jefe del Palacio de Hacienda se impuso como ineludible para ir por la presidencia es que la inflación esté por debajo del 4% para abril o mayo, es decir para cuando llegue el momento de las definiciones.
Los meses del verano no se asumen como aptos para pensar en la candidatura, tanto si dan relativamente bien como si eso no es así. En el primer caso, nada impediría que abril o mayo vengan de nalgas y esterilicen un anuncio electoral y en el segundo, podría ocurrir que el índice se enderece justo a tiempo. El momento de la definición será el último posible.
«Si la inflación baja como esperamos, los distintos sectores del Frente de Todos le van a pedir a Sergio que sea el candidato. La situación tiene que decantar naturalmente», previó la fuente albertista.
Cristina, mientras, calla, no castiga al ministro –como hizo hasta el cansancio con Martín Guzmán, ya sea en primera persona o a través de voceros oficiosos– ni lo sobrepondera. También ella espera el momento de jugar las cartas que le quedan en la mano.
Tercer acto
La tercera condición de Massa es que el Frente de Todos tenga chances de pelear en serio. No va a ir hacia una derrota ni está en su mente la idea de «perder para construir», algo que sí podría servirles a Eduardo «Wado» de Pedro o a Juan Manzur: aquel no necesita una instalación nacional mayor que la que ya tiene, así como tampoco una nueva frustración en las urnas.
Es por eso que deja abierta la puerta a 2027. Ahora bien, ¿eso no es una impostura?
Si se presta atención, su discurso da cuenta de un país que está en plena mutación de su estructura económica y productiva, con sectores como el de los hidrocarburos, el litio, la minería y la economía del conocimiento que hacia 2026 podrían comenzar a modificar de raíz una Argentina que dejaría de depender, casi con exclusividad, del campo para la generación de dólares. Eso podría terminar con la restricción de divisas que estrangula desde hace casi un siglo las posibilidades de desarrollo nacional, además de generar más actividad y empleo.
Así las cosas, una hipótesis de quienes se pasan la vida pensando la política de hoy y la de mañana es que quien llegue este año a la primera magistratura cuente con posibilidades altas de éxito, medido este en términos de estabilización macro y crecimiento. Esa persona podría darse el lujo, incluso, de concentrar en el primer bienio todas las decisiones antipáticas para llegar con tiempo a la pelea por la reelección con buenas perspectivas. Entonces, Massa dice en algunas reuniones que su momento podría ser 2027, pero en la intimidad sabe que eso es política ficción y que, si el 23 no fuera una opción para él, acaso la puerta se le cierre para siempre.
«Eso es verdad, pero él no se plantea las cosas en términos de ‘ahora o nunca’ porque Argentina es imprevisible. ¿Quién habría pensado, tiempo atrás, que Cristina podía volver a ser vicepresidenta o que (Mauricio) Macri podría tener alguna chance, como todavía tiene hoy?», explicó la fuente massista.
Con su llegada al Ministerio de Economía, «a Sergio se le anticiparon los tiempos, pero no es que lo suyo sea ‘ahora o nunca’», sumó.En el albertismo son más categóricos, acaso por el deseo de que el futuro de Todos sea moldeado más por el presidente moderado que por la radical Cristina. «Hablar de 2027 no existe. Puede ser que la familia, como dice él (Massa), no quiera que sea candidato, ¿pero alguien se lo imagina como una especie de consultor retirado como Roberto Lavagna?
La decisión depende del tiempo y las circunstancias. Esas son las variables a seguir.