(Foto: Noticias Argentinas).
Baldazo helado al clamor y la parábola sin respuestas del bastón del mariscal. Ninguneo a AF y el cable pelado de los gobernadores. Renunciamiento y jubilación.
La reaparición pública de Cristina Fernández de Kirchner en Avellaneda fue rica en mensajes y entregó elementos de análisis relevantes para el futuro político. Si cupiera una sensación personal, podría señalarse que la primera interpretación pasaría por su talante: CFK mostró la claridad y la crudeza que nacen del desencanto. Un desencanto que, contra viento y marea, pugna aún por convertir en proyecto.
El discurso, que Letra P repasó en sus principales tramos y ángulos, fue tan significativo que hasta quitó por unas horas del foco la escalada del dólar blue, problema que Sergio Massa mira con preocupación, pero que promete conjurar. El anfitrión, Jorge Ferraresi, y Axel Kicillof la precedieron en el uso de la palabra. El primero agitó a fondo, ya en la previa, el operativo clamor para que Cristina diera marcha atrás en su autoexclusión del proceso electoral; al segundo se le quebró la voz al decirle –casi rogarle– que «a vos, Cristina Fernández de Kirchner, te necesitamos para seguir avanzando con derechos hacia el futuro».
No hubo caso.
De la decepción…
El sentimiento de desencanto que se percibe es multidimensional. El primer motivo del mismo –a esta altura terminal– es Alberto Fernández, a quien ya ni menciona para destratarlo. Es más, cuando habla de lo que considera «años felices», remite a los 12 y medio de las presidencias K. La administración actual le resulta completamente ajena, aunque tal vez –tal vez– menos que la macrista.
Su ironía, con todo, se filtró cuando rebautizó al albertismo como la «Agrupación Política del Amague y el Recule». Desde ahora, por una cuestión de síntesis, la denominaremos APAR.
Si de la APAR se trata, el segundo objeto de su desencanto es el Poder Judicial. Cristina será culpable o inocente de los cargos de corrupción que enfrenta y, por el momento, nunca explicó cómo Néstor Kirchner o ella pudieron pensar que no había problema en alquilarle habitaciones de hotel a Lázaro Báez. Sin embargo, no mintió cuando denunció el tempo de las causas que se han instruido en su contra, de modo que coincidieran con los momentos electorales. Esto remite a los años de Mauricio Macri, cuando usinas del entonces oficialismo decían impúdicamente que el objetivo no era matar ni mantener políticamente viva a CFK, sino sumirla en un coma judicial.
Tampoco erró cuando señaló que la Corte Suprema se ha dado un abusivo rol legislativo. Eso se probó cuando el tribunal declaró inconstitucional, con una mora de 15 años, una ley que determinaba el modo de integración del Consejo de la Magistratura y la reemplazó por la anterior. También, cuando ignoró la norma del Poder Legislativo que había formalizado la reducción –anteriormente disparada por un decreto de Fernández– de la coparticipación para la Ciudad de Buenos Aires. Se trata del estado «ajurídico» de la Argentina que Raúl Zaffaroni definió en un artículo que la vice ponderó.
… a la resignación
La parte judicial de la decepción implica resignación. Cuando fue condenada en primera instancia en la causa «Vialidad», no dijo que desconocería al tribunal oral, que lo desobedecería, que se atrincheraría rodeada de militantes, que se iría del país o que buscaría fueros. Todo lo contrario. «Vengan y métanme presa», desafió a los jueces y a Héctor Magnetto.
La prédica de la oposición y la narrativa de algunos medios, que equiparan al kirchnerismo con el chavismo, es un sinsentido. El chavismo es un movimiento revolucionario y el peronismo tal vez lo fue en su infancia, pero ya no. Nadie, tampoco CFK, plantea poner al Poder Judicial en comisión como hizo Hugo Chávez tras reformar la Constitución.
Así, Cristina asume que, en última instancia, no tiene cómo oponerse a una Corte que, aunque no le guste, es el árbitro de última instancia de la institucionalidad argentina.
Ante eso, volvió a pedirle a la militancia que «tome el bastón de mariscal», que actúe, que no pida permiso. En definitiva, que salga de la parálisis y que vuelva a hablar con la gente para, entre otras cosas, explicar lo que entiende como un enorme peligro institucional que se cierne sobre la democracia argentina a casi 40 años de su restauración. ¿Siente también desencanto con «los pibes para la liberación»? Es posible: ese mensaje bajó ayer por segunda vez.
Flota todavía en el aire cierta sorpresa por un «no hecho»: la ausencia de la militancia silvestre que, se especuló, saldría a raudales a la calle si “tocaban a Cristina”, esto es si era condenada. Eso que sí se dio cuando el fiscal Diego Luciani presentó su alegato, no se reiteró cuando la condena dejó de ser una presunción. La nueva «juventud maravillosa» se quedó esperando una orden de movilización de La Cámpora que, por alguna razón, nunca llegó. Acaso no entienda de mariscales, bastones ni los códigos anticuados del lenguaje peronista
Por último, la amargura también podría dirigirse a sí misma. Si sus mandatos fueron tan virtuosos como plantea, si el macrismo fue tan malo y el albertismo –el «aparismo»– tan ajeno, ¿qué cabe decir de la falta de cuadros capaces de tomar su bandera y resultar electoralmente competitivos? ¿Cómo es que en 2015 debió rendirse ante el resiliente Daniel Scioli y en 2019 ante el reculador Fernández? ¿Todo eso se explica solo por el lawfare?
Ayer, a su derecha, la escuchaba Kicillof y, debajo del palco, Eduardo de Pedro. Si esas fueran sus cartas para el año que viene –y es posible que así sea–, Cristina asumiría que no hay cómo evitar la derrota del espacio y se conformaría con resistir hasta 2027 un temporal político furioso con, digamos, algo más de un cuarto de los votos. ¿Será así?
Renunciamiento y proyecto
La expectativa de sus anfitriones y de su audiencia sobre una reconsideración de su postura de no ser candidata a nada el año que viene quedó definitivamente desairada. Eso no debe sorprender.
Rechazó los conceptos de «renunciamiento» o «autoexclusión» y eligió el de “proscripción». ¿Por qué, si nada le impide, en tanto no hay condena firme en su contra, ser candidata? La explicación, meditada –aclaró–, es que no quiere convertirse, en tanto condenada por corrupción, en un collar de melones para el peronismo.
¿Se terminó todo entonces? No. Pese a todo, Cristina todavía intenta ir más allá del 25/30% –por arriesgar cifras– de su nicho electoral. Se verá cuánto más allá, en todo caso.
Cuando definió al albertismo como la «Agrupación Política del Amague y el Recule», pateó un cable pelado. Son los gobernadores peronistas –a quienes el Presidente había convocado ni bien se conoció la cautelar sobre la coparticipación para la Ciudad de Buenos Aires– quienes más resienten la endeblez de Fernández.
Como renunciamiento no significa jubilación, CFK trata de ubicarse en el centro del sistema solar del peronismo y sus satélites, lo que incluye a los mencionados gobernadores descontentos y a los intendentes, en especial los del conurbano, a quienes definió como víctimas del reparto de «la copa» sin dudas perjudicial para la provincia de Buenos Aires. Primera duda: ¿le alcanzará eso para evitarle al Frente de Todos una derrota dolorosa? Segunda: ¿qué nombre podría encarnar una nueva síntesis? Lo propio, como se dijo, solo garantizaría el aguante.