(Foto: Noticias Argentinas).
Aunque gane la Scaloneta, a CFK le espera una casi segura condena por corrupción; al país, otro pico de tensión y al peronismo, un laberinto.
Lionel Scaloni dice, con acierto, que el fútbol no es la vida y que hay que entender que «mañana sale el sol, ganes o pierdas». Acaso no sea este el mejor día para poner su tesis en ejecución, manija como está el país por el partido de esta tarde con Polonia. Con todo, aunque la política parezca más pendiente de la pelotita que una población que puede festejar o lamentarse, pero vive sujeta a los avatares brutales de la inflación, es necesario pensar en mañana o, más en concreto, en la semana que viene. Más precisamente, en el martes 6 de diciembre, cuando el país quedará inmerso en la conmoción con la previsible primera condena por corrupción contra Cristina Fernández de Kirchner. ¿Qué depara esa dimensión del futuro?
En sus «últimas palabras» en la causa «Vialidad», calificó al Tribunal Oral Federal N°2 como «de lawfare, un pelotón de fusilamiento» y acusó a los fiscales Diego Luciani y Sergio Mola haber «mentido, tergiversado e inventado hechos durante 20 días», hasta que «finalmente, un 1 de septiembre, un hombre intentó matarme».
Fuerte: CFK ubica los procesos en su contra en relación con el magnicidio fallido. El choque de trenes institucional entre un peronismo cada vez más alineado en torno a su figura y el Poder Judicial es inevitable.
Trabas virtuales y reales
Los fiscales pidieron para la vice 12 años de prisión e inhabilitación perpetua para ejercer cargos públicos. La condena, que la propia Cristina ya considera escrita, no quedará firme por un buen tiempo, más allá de su también previsible ratificación en Cámara. Así, la expresidenta no tendría ninguna traba legal para ir por la presidencia el año que viene, si eso es lo que realmente quiere, aunque cabe pensar que el nuevo escenario ubicaría el debate político en un terreno francamente desfavorable para ella.
Todo el esfuerzo que CFK viene desplegando para reunir apoyo –ya se verá con qué ambiciones, dado lo que permita la economía–, jugando con un operativo clamor, insistiendo en los rasgos más virtuosos de la era K y hasta abordando temáticas novedosas para ese espacio como la inseguridad podría quedar enchastrado con una primera condena.
La política electoral no debe pensarse en relación con el 100% de la sociedad, dada la existencia de dos núcleos duros de apoyo y rechazo que seguirán siendo lo que son pase lo que pase. ¿Qué proporción de la ciudadanía, entonces, va a definir el duelo el año que viene? ¿El 50%, el 40% acaso? Más importante: ¿qué efecto tiene en esos hombres y en esas mujeres de carne y hueso una lucha político-judicial agónica, lejana de sus postergadas necesidades materiales y que giraría, con renovada velocidad, en torno a la espinosa narrativa de la corrupción? Ya con una condena emitida, para más datos.
Cristina Kirchner basa el futuro del peronismo, tal como lo querría terminar de formatear, en torno al trabajo, el salario, la puja distributiva, el crecimiento y las condiciones de vida. Sin embargo, este martes evocó, por contraste con las «20 verdades peronistas», “las 20 mentiras» de la causa, lo que la arrastra a disputar un relato que le resulta incómodo, hecho de obra pública y supuestos retornos; en definitiva, a jugar de visitante.
El coro que siguió a sus «últimas palabras» resultó elocuente de lo que cabe esperar para el peronismo el martes próximo: la defensa de su figura y las condenas a un Poder Judicial partidizado fueron variadas, desde Alberto Fernández hasta Axel Kicillof, pasando por miembros del gabinete y una variedad de referentes. Llegado el momento, habrá agite político y habrá agite sindical. Obligado a sobrevivir o no aferrado a la mano de Cristina, el peronismo también se arriesga a jugar de visitante en el ciclo electoral, desde el vamos excesivamente complicado por el frente económico-social.
¿En qué punto termina el choque frontal entre el peronismo de Cristina y el Poder Judicial? Las causas y eventuales condenas contra la exmandataria tienen destino de recurso ante foros internacionales en base a alegatos de una violación del derecho de defensa. Hay que recordar que el Comité de Derechos Humanos de la ONU determinó, en abril último, que la operación Lava Jato fue parcial al condenar a Luiz Inácio Lula da Silva, cosa que –con una mora llamativa– ya había aceptado el Supremo Tribunal Federal (STF). No hay aquí condiciones para una admisión semejante de la Corte Suprema, lo que solo deja la vía internacional para que Cristina busque alguna forma de reivindicación.
Las chances de una suerte de componenda político-judicial, algo de lo que se habló y se sigue hablando en Brasil a propósito del caso de Lula, son nulas aquí porque la impugnación del cristinismo al funcionamiento del Poder Judicial es multidimensional. Las otras causas que se mantienen abiertas en su contra, el conflicto de poderes por la integración del Consejo de la Magistratura, el proyecto de ley para la recusación de jueces y juezas en base a «discursos de odio» y por razones de perspectiva de género, la controvertida investigación del atentado que sufrió el 1 de septiembre –las asesoras de Gerardo Milman deberán volver a declarar–, la constante judicialización de las decisiones políticas y hasta la presión para que los y las integrantes del Poder Judicial paguen el impuesto a las Ganancias –por no mencionar otros detalles– forman un nudo imposible de desatar en las condiciones actuales.

Previsiblemente, a falta de alguna forma de acuerdo de convivencia secreto o, acaso, implícito, esto no puede terminar sino con una cierta subordinación del peronismo, dado el porte del rival. ¿Sería con Cristina sobreseída in extremis y fuera de la política o con Cristina condenada?
Una «solución» alternativa sería producto de algo que el peronismo no busca ni tiene vocación de perseguir, ni siquiera en su variante cristinista: una revolución. Tras imponerse con el 56% de los votos en 1998 y ganar con 71% un referéndum constitucional al año siguiente, Hugo Chávez metió mano a fondo en el Poder Judicial: colocó a todos sus miembros en comisión y bajo revisión de su conducta. La reforma del Supremo llegó algo más tarde. En Argentina, eso es impensable.
El sol (de Scaloni) sale y se pone para Todos…
La vida sigue, más alla del mencionado tema medular. Ginés González García volvió a la Casa Rosada para ser reconocido por funcionarios provinciales y nacionales, de modo especialmente relevante, por Carla Vizzotti, su sucesora.
En lo económico, Sergio Massa tuvo un segundo día consecutivo de alivio con la noticia de que, gracias al dólar soja II, el Banco Central compró 122 millones de dólares, con lo que totalizó 314 millones en dos jornadas, 31% de lo que había perdido en todo el mes. Mientras, el blue se siguió desinflando y cerró a 315 pesos. ¿El futuro cambiario? Difícil, claro, pero un mes o dos son aquí largo plazo.
El superministro confía en que el congelamiento del plan Precios Justos le permita comenzar a palpitar la caída de la inflación que prometió para abril y de la que podría depender su candidatura presidencial. Según cree, noviembre podría alentarlo con alrededor de 5,5%. ¿Más? Sí. El acuerdo fiscal avanzado con Estados Unidos podría ampliar la recaudación tributaria en 1.000 millones de dólares anuales y, más importante, congraciarlo el cristinismo, que pretende que «la crisis la paguen quienes fugaron».
No todo le suma, sin embargo, al tigrense: la deuda en pesos, una bola de nieve que es su mayor desvelo, da cada vez más indicios de complicarse en su refinanciación. He allí una bomba silenciosa para 2023.