Una candidata en una construcción plagada de peros

(Foto: Noticias Argentinas).

La nueva presentación de CFK tuvo tantos ingredientes de un lanzamiento como interrogantes se acumulan sobre sus condiciones de posibilidad. 

La aparición de Cristina Fernández de Kirchner en el Estadio Diego Maradona de La Plata en ocasión del Día de la Militancia Peronista tuvo todo lo que se podría esperar del lanzamiento de una candidatura: puesta en escena, una multitud de 50.000 personas, mucha dirigencia, tono de campaña, concepto, eslógan y hasta programa. ¿Se acabó el suspenso?

«Todo en su medida y armoniosamente», vale responder por ahora, como hizo la propia vice cuando la gente coreaba «Cristina presidenta». La sensación fue: “Puede ser, pero no todavía». El fervor de quienes desean verla de nuevo en la Casa Rosada es tal, que cuesta imaginar cómo haría, si esa fuera su decisión final, para protagonizar alguna suerte de renunciamiento similar al de 2019, uno que la cuente en las boletas del Frente de Todos, pero no como postulante a la presidencia.

Sensaciones aparte, lo concreto es que hubo en La Plata todo lo mencionado –puesta en escena, multitud, dirigencia, tono de campaña, concepto, eslógan y programa–, pero no hubo candidata. CFK no oficializó nada y, de hecho, habría sido un error de su parte hacerlo.

Lo que está pergeñando es la construcción de una candidatura, ya se verá si la de ella misma u otra. También, definir si el objetivo será pelear por el triunfo o mantener vivo al panperonismo –unido, claro– como una oposición expectante. La causa de esta duda es una economía que no da garantías de nada. Estea jueves, el Banco Central recuperó –marginalmente– reservas por segunda rueda consecutiva y el dólar blue se tomó un respiro después de dos semanas de rally, pero la situación es y seguirá siendo extremadamente frágil.

A lo anterior habría que sumar cuál sería el efecto en el mercado de una oficialización tan temprana de una postulación presidencial de Cristina. Seguramente, búsqueda de refugio en el dólar, huida del riesgo argentino y dificultades para el rolleo de la deuda en pesos. En tal caso, el entusiasmo de la militancia quedaría satisfecho, pero el impacto financiero de la noticia conspiraría no solo contra la gestión del Frente de Todos, sino contra la situación económica sobre la que debería basarse una campaña viable. «Todo en su medida y armoniosamente», entonces.

Tiempo de sumar

En su edición de este juevesdesPertar, el newsletter de Letra P, señaló que este es el momento de Cristina juntar fuerzas, ya sea para una postulación o para un renunciamiento teledirigido. Eso fue lo que se vio y se escuchó en La Plata.

El ejemplo empieza por casa: la interna del Frente de Todos no fue, como también se esperaba, el eje del discurso ni blanco de ninguna ira. Apenas si hubo un suave tirón de orejas hacia el ministro de Seguridad, Aníbal Fernández, a quien le sugirió, sin aludirlo siquiera, que sería mejor enviar miles de gendarmes al conurbano bonaerense que mantenerlos en la Patagonia para contener un conflicto como el mapuche, que tampoco citó y al que le quitó entidad. Ese gesto, como ocurre con la gente inteligente, tuvo al menos dos objetivos. El más obvio, retar un poquito a quien se muestra dentro del gabinete como el soldado más activo en defensa de la porfía reeleccionista de Alberto Fernández. Más allá de eso, comenzar a sintonizar con un sector de la sociedad que en su momento votó K y hoy parece desertar en base a un abordaje inédito en el cristinismo: la seguridad. En buena hora.

Sorprendió que la seguridad tuviera un rol tan central en su discurso. Cristina no solo advierte que debe hablarle a la gente de sus verdaderos problemas, sino que también registra que el humor social está girando velozmente a la derecha, lo que incluye a no pocos exvotantes del cristiperonismo. No se traicionó al hablar de distribución del ingreso, trabajo bien remunerado, puja distributiva progresista y hasta defensa de la convivencia democrática, pero introdujo la novedad de un tema hasta ahora prácticamente ausente en la narrativa kirchnerista.

La seguridad, explicó, no es solo equidad, pero tampoco se logra con mano dura. Sus alusiones de barricada se destinaron entonces al bullrichismo –con especial inquina por Gerardo Milman, a quien señala como parte de la trama del atentado que sufriera, pero a quien tampoco mencionó– y a los libertarios, a quienes les aclaró que «lo único nuevo somos nosotros».

Si al hablar de seguridad buscó sintonizar con la Argentina real, no ideológica, falló al no referirse a la inflación, al punto que pareció ningunearla como problema al enfocarse en su contrapartida: la caída de los ingresos. ¿Habrá omitido el punto para evitar la confrontación, en este caso con el empresariado, sector al que le ha atribuido muchas veces excesos en la recomposición de sus márgenes de ganancia? Además, que otros –los que toman decisiones ejecutivas– se hagan cargo de ese lastre.

Ella y él

Lo anterior nos lleva a repasar cómo trató a Fernández. Una vez más, como podía esperarse, lo hizo con suavidad, tal como corresponde con un hombre que no pasa sus mejores horas ni siquiera en su estado de salud. Como la prioridad es juntar los pedazos de un panperonismo que vive al borde del estallido, se esforzó en prevenir cualquier repudio de la audiencia y se limitó a señalar dos cosas. Por un lado, que deberían haberla escuchado cuando hace dos años habló, en ese mismo escenario, de alinear las variables clave de la economía «para que el crecimiento no se lo llevaran cuatro vivos». Por el otro, que es necesario explicarle a la sociedad que el Gobierno toma decisiones antipáticas porque debe lidiar con el condicionamiento heredado del «endeudamiento brutal» que dejó la administración anterior, así como la tutela del FMI. En otras palabras: el peronismo no ajusta hoy porque quiera sino por culpa del macrismo.

La pregunta más difícil

A los elementos programáticos mencionados cabe añadir la necesidad de una negociación política para restaurar la convivencia democrática, la que, dijo, se quebró con el atentado que sufriera el 1 de septiembre. En verdad, fue más allá, porque se refirió a la necesidad de consensuar porque la Argentina será difícil de gobernar para cualquier sector político.

No le falta razón, pero ese punto medular suscita una duda grande. ¿Es Cristina la dirigente más apta para liderar semejante empresa? ¿Podría ella juntar en torno a una mesa a algo más que el peronismo unido? Parece casi imposible.

Más todavía cuando se repara en otro punto programático que esbozó en la noche platense, sin explicitarlo como proyecto: el Poder Judicial no puede seguir en manos de magistrados vitalicios, un verdadero «partido» responsable de «golpes de Estado» de nuevo cuño en toda la región e integrado por «rémoras de la monarquía». El nivel de consenso que requeriría una reforma tal está fuera del alcance del sistema político argentino en su totalidad, por no hablar de una figura como la suya, amenazada de una inminente condena por corrupción y directamente en rebeldía ante la Corte Suprema por el nombramiento de los representantes del Senado ante el Consejo de la Magistratura.

Se impone insistir en la preguna: Cristina salió a sumar, pero ¿con quiénes? Fuera del peronismo no hay casi nada para ella y transfundirles «la fuerza de la esperanza» a tanto electorado herido de 2019 no es una tarea sencilla en las condiciones actuales.

(Nota publicada en Letra P).

Anuncio publicitario