(Foto: Noticias Argentinas).
Hay guerra en las dos coaliciones que competirán el año que viene por la Casa Rosada. Una, encima, es gobierno. La política está rota y la ciudadanía, harta.
Es interesante que, cuando cruje el Frente de Todos, Juntos por el Cambio se esfuerza por mostrar señales de descomposición y viceversa. La política argentina está rota. Después de una semana difícil para el vínculo entre Mauricio Macri, Patricia Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta y entre el PRO y la UCR, con aportes incluso del lilismo, el panperonismo salió de nuevo a jugar el juego que más le gusta: vaciarse cargadores de ametralladoras en los pies.
Cristina Fernández de Kirchner abrió el fin de semana con su esperada reaparición tras el atentado del 1 de septiembre. Reivindicó su decisión de poner como candidato a presidente en 2019 a Alberto Fernández, un modo de defenderse a sí misma, pero no a este, a quien no mencionó ni le destinó siquiera el respeto que supone la crítica.
Esa fue la llamada al fuego a discreción que concretó el sábado Máximo Kirchner. Otra vez sin nombrarlo –una forma de ninguneo–, el líder de La Cámpora lo trató de «aventurero» que juega a hacerse el «triste y el ofendido» y lo conminó a que renuncie a la posibilidad de su reelección. Estaba rodeado por las principales figuras del peronismo bonaerense…
Como muestra de la riqueza en la diversidad del frente, lo escuchaban funcionarios y funcionarias nacionales como Eduardo de Pedro, Gabriel Katopodis y Fernanda Raverta. ¿Qué gestión puede funcionar de semejante modo? ¿Será que la estrategia es romper todo?
Fernández le respondió este domingo en la radio, al dejar para más adelante la definición de candidaturas y al recordarle a MK que «Perón enseñó que cuando un compañero habla mal de otro compañero, empieza a dejar de ser peronista». Habrá olvidado las críticas que le dedicó a CFK antes de la reconciliación que terminó con él en la Casa Rosada. No hay inocentes en este desmadre.
Protagonistas irracionales
El tema dista de estar agotado porque hay preguntas que no tienen respuesta, cosa que acontece cuando quienes orientan la vida política actúan de modo irracional, lo que dificulta la lectura de sus actos.
¿Por qué el cristinismo embiste de este modo contra un presidente que mantiene la ficción de que puede ser reelecto? ¿Por qué cuando faltan seis meses para que se deban perfilar las candidaturas y nueve para las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO)? Hay un país de por medio… Asimismo, ¿para qué si no hay una sola encuesta o indicio que fundamente la porfía de Fernández, que más temprano que tarde debería morir de inanición? ¿Con qué finalidad, cuando el partido que verdaderamente debe jugar el Frente de Todos es el de cerrar su gobierno no ya bien –lo que es imposible–, sino al menos decorosamente, dentro de largos 13 meses, ayudando a Sergio Massa a bajar el ruido político para mantener estables variables como la inflación y el dólar, que podrían desquiciarse en cualquier momento? Hay un país de por medio…
Gabriela Pepe cuenta que la vicepresidenta decidió acelerar los tiempos de la campaña y que le reprocha a Fernández no solo esa precandidatura, sino su resistencia a tender la «mesa política» que también Massa reclamó la semana pasada. Su próxima aparición, el 17-N en el Día de la Militancia, mete miedo.
La información de Gabriela es, como siempre, de altísima calidad y, por lo tanto, reveladora del modo discutible en que el cristinismo hace sus cálculos.
Más arriba nos referimos a lo prematuro de la campaña, a lo inútil de hachar una postulación voluntarista que se derrumbará con la primera brisa y a lo pernicioso que puede ser llenar el aire de tensión cuando lo que urge es «tranquilizar la economía». Sobre la «mesa política», cabe preguntarse para qué serviría. ¿Para concertar candidaturas o estrategias de campaña? No, porque el cristinismo no lo cuenta al Presidente para eso. ¿Para conciliar políticas, gestión? Tampoco, porque Fernández ya no tiene más poder que entregar, con el Ministerio de Economía en manos de un titular con volumen propio y que tiene el cuidado –se toma el trabajo doble– de compatibilizar sus iniciativas con una vice que tiene poder de veto. ¿Para avanzar con la suspensión de las PASO? Menos, porque el propio diputado Kirchner no fue claro sobre esa intención y porque no hay, por el momento, números que la hagan viable en la Cámara de Diputados.
Según trasciende, el camporismo cree que no vale la pena reponderle al jefe de Estado. Confirma así que ya ni lo toma en cuenta, lo que hace que resulte más llamativo su reflejo inicial de sobresaltar al país con semejante guerra. Los excesos de Máximo –su bombardeo al Presupuesto 2022, su rechazo al acuerdo con el FMI y su negativa a votarlo; su renuncia a la jefatura del bloque, su decisión de no aportar al quorum en el tratamiento de la «ley de leyes» 2023 y sus declaraciones explosivas– parecen, desde hace bastante tiempo, una impostura.
El sector que responde a CFK se cebó con la elección brasileña, pero la vida no tiene por qué ser simétrica ni queda claro qué tipo de conclusiones sacó de ella. Que ganó Luiz Inácio Lula da Silva, claro, después de atravesar un desierto político y judicial que lo hizo pasear por la proscripción y la cárcel. Más allá de eso, con todo, ignora que, cuando arrancó la campaña en el país vecino, el líder del PT tenía una ventaja de entre 15 y 20 puntos, que terminó en el ballotage en un resultado que no podría haber sido más apretado.
En paralelo a lo anterior, Lula casi consigue la hazaña de perder con un hombre como Jair Bolsonaro, quien no hizo más por irritar a todo el mundo solo porque no se le ocurrió cómo. La elección demostró que el mandatario electo tiene una imagen negativa irremontable en prácticamente la mitad del electorado, justo un pelo por debajo del umbral que le habría impedido ganar como lo hizo. Ante eso, la gobernabilidad bajo su administración se anuncia difícil.
Dicho de otro modo: con el escrutinio en la mano, surge que acaso Lula solo podía vencer a un rival como Bolsonaro. Tal vez por eso en el cristinismo se espera que el puntapié inicial que Cristina le dio a la pelota electoral en Pilar lleve a Mauricio Macri a imponer su deseo de revancha por encima de las aspiraciones de Bullrich y Larreta.
Ahora bien, ¿tiene Cristina Kirchner un nivel de rechazo mayor, igual o menor que el del brasileño? ¿Cuenta ella con el elemento crucial que tuvo aquel, el reconocimiento del Poder Judicial de que se vulneró su derecho a tener un juicio justo? Lula ya está libre de procesos, mientras que CFK se acerca a su primera condena en la causa “Vialidad”. Asimismo, ¿alguien repara en que después de la pandemia prácticamente no hay oficialismo que gane una elección en la región y que Lula fue, justamente, un opositor? Será por eso que el cristinismo se entrega a la ficción de ser opositor a su propio Gobierno.
¿Un tiro por la culata?
Se especula ahora que la guerra podría seguir con renuncias de figuras cristinistas en la administración nacional. ¿Pretenderá realmente el cristinismo ayudar de ese modo a gestionar la economía y se mantendrá en la suya incluso a riesgo de romper lo poco que queda de estabilidad?
En medio de los enojos y el corte de la comunicación entre las dos principales autoridades del Estado, Massa parece, desde hace bastante, el único referente del Frente de Todos que mantiene la responsabilidad que le cabe. Sus políticas podrán gustar o no y, de hecho, al cristinismo no le gustan, aunque por ahora decida simular que hace lo que hace porque «tiene que lidiar con las consecuencias de lo anterior». La verdad es que las visiones de ambos sectores son muy divergentes, algo que habría que recordar si el tigrense formara parte, el año próximo, de algún armado electoral conjunto.
Sin embargo, más allá de eso, en lo político se lo ve yendo y viniendo para negociar con Cristina y Alberto un bono salarial de fin de año; manteniendo como puede el acuerdo con el Fondo Monetario Internacional a salvo del fuego amigo por entender que es imprescindible para que otros organismos multilaterales mantengan el hilo de financiamiento que impide que el tipo de cambio oficial estalle en mil pedazos; haciendo malabares para devaluar sin devaluar y para estirar las reservas del Banco Central hasta la próxima temporada sojera; tratando de pergeñar un esquema de control de precios que, en tanto negociado, resulte efectivo y no meramente jueguito para la tribuna, y empujando para desinflar las expectativas y que la inflación mantenga en los meses estacionalmente difíciles que se avecinan una tendencia suavemente declinante. Por si todo eso fuera poco, lidiando ahora con esta guerra política insólita, que resulta hartante para la agobiada ciudadanía de a pie.