Como se esperaba, el peronismo desplegó este lunes todas sus diferencias en cuatro actos mayores por el Día de la Lealtad, hechas de planteos ideológicos, de estrategia electoral y de posicionamientos ante la realidad de la inflación altísima y el deterioro de los ingresos. En cualquier escenario que no fuera el del terror a volver al llano en apenas un año, esas diferencias serían irreconciliables.
El fracaso no suele tener padres, pero el del gobierno del Frente de Todos sí los tiene. Tiene padres y una madre, aunque los discursos del 17-O hayan pretendido inducir algunos olvidos.
Alberto Fernández hizo de su 17 de octubre uno de exhibición de gestión, al aparecer en público en la inauguración de obras en la autopista Ezeiza-Cañuelas. El Presidente dedicó un tramo importante de su discurso a embestir contra Mauricio Macri, algo más fácil que la tabla del uno. Aseguró haber hecho el sacrificio de leer Para qué y denunció que Juntos por el Cambio quiere volver para privatizar y terminar con la industria nacional.
No pudo, sin embargo, ignorar la realidad de su gestión. Aseveró que le interesa que el salario real crezca y, además de recordar que las paritarias están vigentes, prometió convocar a los sindicalistas en los próximos días para avanzar en ese sentido esquivo.
Fernández hizo suyo el anuncio que Sergio Massa le había birlado en el domingo de superacción, el del bono para los argentinos y argentinos sin ingresos, y hasta avisó que “vamos a discutir con el Fondo y con todos los que haya que discutir que eso no es un gasto, es una inversión”. El Gobierno ratificó las metas fiscales acordadas con el organismo, pero parece condenado a incrementar el gasto en un escenario de amesetamiento de la actividad y, con ello, de la recaudación. ¿Habrán hablado el jefe de Estado y su superministro de ese descalce en su reunión mañanera?
Aunque estuvo acompañado por Massa, el ministro de Obras Públicas Gabriel Katopodis y Axel Kicillof, Fernández es un presidente solo. Le tocó a Aníbal Fernández devolver el favor por el aguante presidencial tras lo hecho por fuerzas federales contra el activismo mapuche: refrescó la idea de la reelección. Sea por convicción, para evitar convertirse ya mismo en un pato inexorablemente rengo o para lustrar la chapa de su legado, la insistencia suena fuera de contexto.
Tras el acto del cristinismo y el moyanismo en Plaza de Mayo, Pablo Moyano lo chicaneó al declarar que una unidad de las celebraciones habría requerido que “el titular del Partido Justicialista nacional” hiciera la convocatoria pertinente. Fernández no la realizó –y nadie lo invitó a él– porque ya no le quedan vasos comunicantes con su ala izquierda. En efecto, no habría sido buena idea para el mandatario ponerse al frente de un acto en el que se dijeron las cosas que se dijeron.
Lealtades y traiciones
Frente a la Casa Rosada y ante una concurrencia relativa, Máximo Kirchner les marcó la cancha a Fernández y a Massa al afirmar que “se necesita una suma fija que nos saque del ahogo”, a la vez que presentó “el saludo de la compañera Cristina” Fernández de Kirchner, a quien numerosos carteles reclamaron como presidenciable. Por otro lado, demandó que el peronismo presente el año que viene “un proyecto de país que interprete al pueblo”, que no sería el que su madre pergeñó en 2019 junto al actual presidente.
Más tarde, Pablo Moyano –que no dio un discurso, pero que hizo declaraciones de prensa– sumó otros reclamos maximalistas: eliminación total del impuesto a las Ganancias sobre los salarios y generalizar las asignaciones familiares a todos los trabajadores y trabajadoras en blanco.
Una hélice con garrotes en las aspas
El jefe del peronismo bonaerense le dedicó varios palos al sindicalismo dócil, un sector que hizo rancho aparte en el 17-O. “Los trabajadores que dan su vida, que aceptaron durante la pandemia ganar menos, son los que hoy están esperando de una buena vez por todas que dejen de traicionarlos”, dijo. Según el diputado camporista, la traición viene desde el inicio del gobierno de Todos y continúa. “El desafío no es pedir lugares en las listas de diputados, concejales, senadores con la situación en la que está nuestro pueblo. Juntarse para pedir una banca y después, cuando tienen que votar en contra de los fondos buitres, no aparecen”, le descerrajó a Héctor Daer, diputado durante el primer tramo del macrismo quien, como parte de la bancada massista, se ausentó en la votación en la que se decidió el pago a los holdouts.
El peronismo es enloquecedor: según Máximo K, Daer es culpable de ese pecado, pero quien era su jefe político, Massa, no lo sería. Es más, Pablo Moyano se mostró comprensivo con el ministro porque “agarró un fierro mucho más que caliente”. Tampoco fue parte de las diatribas Facundo Moyano, hermano del anterior, quien también fue integrante de aquella bancada y hoy sigue disparándole a La Cámpora.
Es más, papá Hugo –un genio de la división del trabajo– por aquella época coqueteaba con el jefe de la entonces alianza Cambiemos, a quien, pocos días antes de la elección de 2015, le propuso con timidez: “Si no te molesta, te digo compañero”.
Acá no entiende quien no quiere…
El partido que juega la CGT
En el acto del sindicalismo en Obras Sanitarias, Daer reprochó: “Se nos dijo que éramos parte del Gobierno, pero la CGT no está sentada en los lugares en los que se define la política”.
Pero el cuestionamiento al Presidente fue más allá de la falta de diálogo. “El Gobierno no puede seguir sujeto a los condicionamientos de sectores corporativos que privilegian sus intereses por sobre el interés de las mayorías”, dijo el documento que parió la juntada. El extrañamiento que muestran todos los sectores del peronismo con la que, se supone, es su administración resulta asombroso.
En medio de pedidos para, como reprodujo Kirchner, “poner concejales, legisladores, diputados y senadores”, la central obrera lanzó el Movimiento Nacional Sindical Peronista, un sello que, más que buscar votos que jamás podría encontrar, le permitiría discutir espacios con el mejor postor. Ah… la respuesta a La Cámpora fue del peor setentismo: sus miembros, dijo más tarde el secretario general de la Juventud Sindical Peronista, Sebastián Maturano, “se disfrazan de peronistas”. Son infiltrados, bah.
Una multitud acompañó en La Matanza a los movimientos Evita, Barrios de Pie y Corriente Clasista y Combativa (CCC). También allí se habló de lugares en las listas, pero al revés de lo dicho por la CGT, no se reclamó que surjan de componendas, sino de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO).
¿Quién votaría a candidatos de esos sectores en las PASO? Poca gente, a no ser que esa dirigencia esté pensando solo en lo local. En efecto, como cuenta Letra P, el acto sirvió para “el lanzamiento de la candidatura a la intendencia matancera de Patricia Cubría, la diputada y esposa de Emilio Pérsico, que desafía a Fernando Espinoza”.
Las preguntas del millón
¿Qué clase de acuerdo, mecanismo o programa podría asegurar la unidad de este panperonismo roto el año que viene? ¿Cómo se restauraría la confianza perdida entre sus dirigentes? Y, antes de todo eso, ¿cómo se garantizaría el peronismo culminar su período de gobierno con resultados de gestión que lo vuelvan competitivo y dejen de generar en tantos corrillos la inquietante duda de si dentro de 12 meses peleará por el segundo o por el tercer lugar?