LA QUINTA PATA | Volver a 2003

(Foto: Noticias Argentinas).

Desde entonces, la incertidumbre electoral jamás fue mayor. Ambiciones y cartas que se muestran. El golpe de Massa; la derecha… y que sea lo que Dios quiera.

No porque se augure, precisamente, una era de bonanza empujada por una coyuntura internacional favorable ni el reinicio de un predominio kirchnerista, pero en algún sentido podría decirse que la Argentina se apresta a volver a 2003. Es así porque la incertidumbre electoral a un año de las elecciones generales nunca ha sido mayor desde esa fecha, sin que surja por el momento una candidatura presidencial que merezca ser considerada favorita. Además, porque el bipartidismo reciclado en bicoalicionismo podría verse perforado, como hace 19 años, fundamentalmente si la ultraderecha resiste la polarización inducida y si el Frente de Todos se decide a empujar una suspensión de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), lo que podría poner todo patas para arriba.

Mientras, aun con el statu quo vigente, se ignora qué será de Cristina Fernández de Kirchner, si competirá a nombre propio o a través de un delegado. Asimismo, si Sergio Massa irá or todo en 2023, en 2027 –como ha sugerido– o acaso nunca. Alberto Fernández se muestra decidido a jugar, aunque probablemente solo sea cuestión de tiempo para que se dé cuenta de que la cuesta sería demasiado empinada.

Enfrente, Horacio Rodríguez Larreta a veces se siente presidente y otras, un manojo de nervios, Patricia Bullrichle empareja las encuestas y se da el gusto de descansarlo. Por último, hasta Mauricio Macriexplica a través de un nuevo libro “para qué” sigue amenazando –en el sentido más estricto del término– con regresar.

Por afuera, lo dicho: Javier Milei se sostiene como tercera alternativa, condiciona a JxC para que se parezca cada vez más al bolsonarismo y hasta sueña con desplazar a Todos de un eventual ballotage… y que sea lo que Jehová quiera. 

Todos muestran las cartas…

Las actitudes del oficialismo frente a la crisis inflacionaria y las reuniones en el coloquio de IDEA que cubrió Ariel Maciel para Letra P tuvieron en los últimos días el mérito de forzar a muchos de esos precandidatos a mostrar sus cartas.

Alberto Fernández comenzó la semana decidiendo una serie de cambios en el gabinete no solo sin consultar a la vicepresidenta ni al superministro sino, además, exhibiendo ese gesto de rebeldía. El viernes la culminó ante el empresariado presente en ese evento preguntando: “En este gobierno, ¿alguien les pidió un centavo para hacer obra pública? ¿Alguien los mandó a espiar? ¿Alguien usó la AFIP para que se meta en las empresas de aquellos que nos critican? Los desafío, porque su respuesta va a ser no”. El subtitulado corre veloz al pie de la pantalla: “No soy Cristina ni soy Macri”.

¿Qué hace el Presidente? ¿Toma envión para defender las PASO y pelear en ellas por su derecho a buscar la reelección o simplemente comienza a construir el modo en que la historia debería, supone, recordarlo? Hay dos formas de responder esa pregunta: por lo que él cree hoy o por lo que es probable que ocurra más allá de sus deseos. En el primer caso, la respuesta es que se siente candidato; en el segundo que, sin saberlo, lo único que hace es sacarle algo de óxido a su chapa.

Massa también habló en IDEA, aunque en formato de video desde Washington. Según le dijo a la audiencia marplatense, un amplio acuerdo político es una de las condiciones de la estabilidad económica que se busca. ¿Anticipó así el “plan de estabilización” heterodoxo del que todo el mundo habla, pero que nadie confirma? Luego, a lo Orteguita, desde Estados Unidos explicó que controlar precios es como “pisar una manguera: la frenás por un rato, pero el agua está”. Y otro enganche como los del crack riverplatense: para que esto último no lo muestre demasiado ortodoxo, ponderó la búsqueda de los superávits gemelos como la panacea para la economía nacional. Él, sugiere, es el último kirchnerista de verdad, no como Cristina, que ningunea el equilibrio fiscal. 

Para sumar confusión, su antiguo ladero, el secretario de Industria y Desarrollo Productivo José Ignacio de Mendiguren, salió a aclarar antes de que oscureciera. “El congelamiento o control de precios no es la solución al problema de la inflación, pero si tomás las medidas estructurales, atendés el problema fiscal, el problema monetario, te puede permitir construir un puente de plata mientras surten efecto”, dijo a El Destape Radio. Otra vez, Vasco, que no se entiende.

Así las cosas, el fantasmal plan de estabilización deviene fetiche y muchos y muchas ya lo reclaman incluso sin saber muy bien en qué consistiría. Pasa que la inflación no da para más. El ministro de Economía se jacta, moderadamente es cierto, de que desde su llegada al cargo el IPC bajó en dos meses seguidos y afirma que su intención es “recorrer un camino de reducción gradual”. Sea de 7 y pico o de 6,2%, la inflación es insoportable y Massa sabe que le esperan meses estacionalmente desafiantes –como diciembre, enero y marzo– y que con un índice anual del orden del 100% la canción del gradualismo no se le pega a nadie. Si pensó su llegada al Palacio de Hacienda como un revulsivo, una vez instalado allí necesita otro imperiosamente. Además de las ideas que se barajan en su equipo y que parecen trascender como globos de ensayo para registrar las condiciones de la atmósfera, en eso se basa la amplia especulación acerca de un plan capaz de regenerar expectativas… y las dudas acerca de si un gobierno en cuarto menguante como este sería capaz de imponerlo.

Por último, Cristina sigue lidiando con el impacto por el reciente atentado en su contra, con el problema de las causas judiciales que no paran y con las más recientes veleidades autonomistas de Fernández. Gente de su espacio le pide que juegue en la próxima presidencial, pero ella no sabe/no contesta y da alas a esa especulación y, en paralelo, a la de la entronización de un delfín verdaderamente propio, como Axel Kicillof, quien por esa vía podría encontrar el modo de salir por arriba del laberinto bonaerense.

… y Juntos también.

En IDEA, Bullrich fue una de las más taquilleras y también mostró qué mano pretende jugar. Economía bimonetaria no de hecho sino de derecho, lo que podría generar –se supone que con un blanqueo paralelo– la salida de muchos dólares de las cajas de seguridad, pero también dividir en dos a la sociedad argentina: por un lado quienes tienen acceso a los billetes verdes y a la prosperidad, por el otro quienes deben vivir con pesos cada vez más devaluados. ¿Al final seremos Cuba?

De acuerdo con eldiarioar, se declaró además dispuesta a abrir radicalmente las importaciones y se desinteresó por la posible desaparición de miles de pymes, a las que recomendó “que se conviertan en oficinas”. Hay que reconocerle algo a la presidenta del PRO: quien la vote, sabe a qué se expone. 

Larreta fue más ambiguo: basta de grieta –aunque él mismo no deja de cavarla–, consensos, equilibrio fiscal, desarrollo, litio y Vaca Muerta… Casi cualquier precandidato o precandidata podría cantar ese rap.

En el pasado habló de “cien horas” para tomar decisiones drásticas y hasta se animó a aludir a una reforma laboral cuando el mercado ya ha hecho una y bastante radical. El jefe de Gobierno hace pensar. ¿Qué reforma quedaría por hacerse en ese campo, donde mandan la devastación de los salarios, el monotributismo y el trabajo en negro más brutal? ¿Acaso la restauración de la esclavitud? Se verá, pero como tampoco puede aclarar demasiado en ese terreno, a él la gambeta no lo hace más interesante, sino que le hace correr el peligro de la dilución.

Uno que sí se animó a hablar y al que hay que reconocerle el mérito de decir quién es es Milei. A su vieja propuesta dolarizadora, en Mar del Plata le agregó su intención de convertirse en “extermineitor”: cierre del Banco Central, “hacha” contra el gasto público, eliminación de impuestos, cancelación de contratos con el Estado y privatización de todo lo que quede en manos del mismo.

OK, ya entendimos. Que sea lo que sea.

(Nota publicada en Letra P).

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