El triunfo del neofascismo en la península potencia la ola global de rabia. El domingo se la juega Bolsonaro en Brasil. Milei, cebado.
Una alianza de partidos de derecha, encabezada por el posfascista Fratelli d’Italia (Hermanos de Italia, FdI), se hizo este domingo con la mayoría de las dos cámaras del Parlamento de ese país y convirtió a su líder, Giorgia Meloni, en la futura primera ministra.
La noticia derrocha elementos de relevancia. Meloni será la primera mujer que presidirá el gobierno italiano; la extrema derecha vuelve al poder allí por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, controlará la tercera economía de la eurozona y hace nido, de modo sin precedentes, en un país de Europa Occidental; la burocracia de la Unión Europea (UE), establecida en Bruselas, teme un posible sesgo hostil de la futura mandataria; la OTAN la observa con atención para que cumpla con su palabra de no romper el consenso contra la invasión de Rusia a Ucrania; los grupos defensores de los derechos civiles, desde el aborto a la adopción por parte de familias no tradicionales, espera una ofensiva conservadora y las personas inmigrantes en situación irregular… simplemente aguardan lo peor.
FdI compitió en alianza con la Liga –partido heredero de la Liga Norte, que tiempo atrás planteaba la independencia del norte de Italia, la Padania, y que mutó en una agrupación conservadora de tono federalista– y con Forza Italia, de Silvio Berlusconi. El combo empalaga: dulce de leche, Nutella y crema chantilly.
Un crecimiento de vértigo
FdI obtuvo algo más del 4% de los votos hace cuatro años y este domingo se hizo con cerca de un cuarto de los sufragios, a los que se sumaron los de sus aliados. La clave fue que Meloni se opuso durante un año y medio, en soledad y con rabia, a todo lo hecho por el anterior gobierno, el del economista liberal Mario Draghi, lo que le permitió captar el descontento con todos los efectos de la pandemia: las cuarentenas, la crisis económica y, finalmente, la inflación. ¿Solo expresa eso? Si lo de Meloni fuera una sola golondrina oscura, podría decirse que sí, pero ya son demasiados los géiseres calcinantes que brotan con fuerza aquí, allá y acullá, desde el trumpismo estadounidense hasta el bolsonarismo brasileño, pasando por Hungría, Polonia, la Rusia putinista y, hace casi nada, por la correctísima Suecia. Mientras, los partidos ultra suman fuerza y amenazan cada vez más en Francia, Alemania y muchos otros lugares.
El dato excede los géiseres: un electorado importante, líder de Occidente, acaba de decidir que ya no le hace asco a casi nada, ni siquiera a los ecos de su pasado más vergonzante.

¿Es Meloni una fascista? En lo estricto, no. Se formó desde adolescente en el Movimiento Social Italiano (MSI), una formación fundada efectivamente por exfascistas, y desde allí saltó con uno de los padres de esa sigla, Gianfranco Fini, a Alianza Nacional. En 2012, la mujer se alejó de esa sigla y creó FdI, que abjuró de aspectos del mussolinismo como las leyes raciales, el autoritarismo y, aunque lo mencione menos, el estatismo: como buena parte de la ultraderecha contemporánea internacional –aunque no toda–, la italiana cree en el imperio irrestricto del mercado. Al Estado, en todo caso, le deja el rol de reprimir la protesta.
En ese sentido, se diferencia de Marine Le Pen, aunque, al igual que la francesa, emplató a la ultraderecha sobre un colchón de finas hierbas que la emparentó bastante con el conservadurismo. Hoy, los fetiches de FdI son la lucha contra el aborto, los derechos de las minorías LGBTI, la «ideología de género», las personas inmigrantes, el islam y la influencia de China.
Esos raros nacionalismos nuevos que no le hacen asco al liberalismo predemocrático –solo económico– se expresan en su simbología. En el caso de FdI, en el propio nombre del partido: «Hermanos de Italia, Italia ha despertado. Con el yelmo de Escipión se ha cubierto la cabeza…”, comienza el himno. Asimismo, en el escudo, que mantiene la llama tricolor que era el emblema del MSI, ese sí un partido de vocación indudablemente facha.
Si no es una fascista, pero tampoco propiamente una conservadora tradicional, ¿qué es Meloni? Por trayectoria, impronta y simbolismo, el término «posfascista» parece sentarle bien. Pronto el mundo la verá en acción y podrá decodificarla mejor. Por ahora, vale leer la entrevista que Ingrid Beck le hizo en Letra P al periodista e historiador Pablo Stefanoni. No tiene desperdicio.
La rabia global y local
Así como hay una sinapsis regional de la rabia organizada, también hay una internacional y participan de ella Meloni, el vecino Jair Bolsonaro y el criollo Javier Milei, que este domingo le dio RT con entusiasmo a todo lo que viniera de Italia.
El minarquista argentino ve indicios de su futuro cercano en todos lados y le queda ahora ilusionarse con que Bolsonaro rompa el domingo próximo todos los pronósticos y haga las cosas tan bien como para evitar la derrota sin necesidad de ballotage que algunos le anticipan y quedar lo suficientemente a tiro como para hacer ruido en la segunda vuelta, que se realizaría el 30 de octubre, o en “la tercera”, que, según amenaza el excapitán, podría expresarse en las calles con violencia armada, tanto civil como militar.

Más adelante, los capítulos estaduales del trumpismo intentarán en noviembre hacerse fuertes en el Congreso de Estados Unidos en las elecciones de mitad de mandato, posible preludio de un retorno, dentro de dos años, del magnate inmobiliario con escasa propensión marginal al pago de impuestos. Por ahora hay que esperar.
Un dato vale para todos los casos mencionados, desde Italia a Brasil, pasando por Estados Unidos y, por qué no, la Argentina: estos fenómenos parecen, entre otras cosas, hijos de la desesperación y el descreimiento, que se expresan no solo en el voto ultra sino, también, en el desprecio por el rito laico de votar. La participación de este domingo en Italia fue la más baja de la historia, según se proyectaba. Mientras, para no sufrir sorpresas, Lula da Silva empezó a sacudirles la modorra a su dirigencia y a su militancia.
Durante un acto en una escuela de samba de Río, recordó el insulto que Robert De Niro le soltó a Donald Trump cuando el republicano hubo ganado, en 2016. «Solo tenías que haber salido a convencer a ocho millones de votantes de Hillary Clinton para que fueran a votar y ella habría ganado. Sin embargo, te quedaste en el insulto y gané yo», le dijo entonces en hombre de rostro anaranjado. No puede decirse que se haya equivocado.
Si de votar menos se trata…
Letra P vienen siguiendo de cerca la saga de la suspensión de las PASO en varias provincias, así como lo que Axel Kicillof y Alberto Fernández definieron como «un debate ya instalado» a nivel nacional. Es más, el sitio publicó el domingo 11 una columna que analizaba el escenario de una eliminación de las primarias y se preguntaba, en tal caso, cuál sería el incentivo de Patricia Bullrich de jugarse a todo o nada en una interna ad hoc contra el aparato de Horacio Rodríguez Larreta en lugar de correr con sus votos en busca del cerca de 20% que acompaña a Milei.
Otros medios comenzaron a tomarse en serio la cuestión y resulta ahora que, con el Frente de Todos al parecer encolumnado en ese sentido, dependería del minarquista Milei convertir el escenario imaginado en realidad. Atención, que la suspensión le vendría a él como anillo al dedo tanto por suponer un ahorro de dinero –asunto que lo desvela– como un elemento útil para implosionar Juntos por el Cambio, que en su conformación actual, con la UCR y la Coalición Cívica, se empecina en cerrarle la puerta.