(Foto: Noticias Argentinas).
Ambos definen sus compañeros de fórmula. Estrategias políticas y encuestas. ¿Cómo ir más allá de los núcleos duros? La economía, carta clave para el PT.
El 2 de abril, seis meses antes de la primera vuelta presidencial del 2 de octubre, será un día clave para proceso electoral brasileño. Ese día, los partidos y alianzas deberán presentarse ante la justicia electoral, los potenciales candidatos tendrán que fijar domicilio en los distritos en los que pretenden competir y por qué agrupaciones se presentarán y, por último, los ministros, secretarios de Estado y otros funcionarios que vayan a ser de la partida deberán dejar sus cargos por mandato legal. Ante la proximidad de esa fecha, los dos principales contendientes de la pelea grande, el presidente Jair Bolsonaro y el reivindicado líder de la izquierda, Luiz Inácio Lula da Silva, ya anticipan sus estrategias al indicar más que probables compañeros de fórmula y los sesgos de sus campañas.
El líder del Partido de los Trabajadores (PT) pretende anunciar oficialmente antes de la fecha mencionada su postulación presidencial: si liderazgo en las encuestas, un techo que se ubica por encima de la mayoría necesaria para vencer y la plena reivindicación judicial que ha logrado respecto de las viejas denuncias de corrupción así se lo permiten.
De ese modo, no encuentra necesidad de realizar contorsiones de destino dudoso como las que debió ensayar en la Argentina Cristina Kirchner.
De hecho, el último sondeo, encargado por el banco de inversión BTG Pactual a la firma FSB Pesquisa (telefónico, 2.000 entrevistas, entre el 18 y el 20 de marzo, margen de error de =/– dos puntos porcentuales) le dio para el primer turno una ventaja de 43% a 29% sobre el ultraderechista.
Si Lula da Silva no obtuviera la mayoría absoluta de los votos positivos, debería ir a una segunda vuelta el 30 de octubre, ocasión en la que, según los números de hoy, doblegaría al actual presidente por una diferencia aun mayor: 54 a 35%.
Con la campaña virtualmente lanzada, Lula da Silva blanqueó su estrategia el martes en una entrevista con una radio del estado de Santa Catarina (sur). «Tenemos que sacar al fascismo para reconstruir al país. Será una elección muy polarizada, caliente, de mucha disputa», dijo. «No pretendo ser simplemente el candidato del PT, sino de un movimiento para reconstruir los valores democráticos y la economía», añadió.
Para eso, hay que pactar con el centro e, incluso, con el centroderecha. Su vice, todo lo indica, será el exalcalde y exgobernador de San Pablo Geraldo Alckmin, a quien derrotó en la presidencial de 2006. «Estoy convencido de que si logramos construir esa fórmula, será un beneficio muy grande para Brasil y podremos hacer un gran gobierno. Vamos a ver si podemos construir ese acuerdo», anticipó.
El PT se revuelve. Alckmin no solo es un conservador sino que desde su puesto de gobernador (2011-2018) prestó todo el apoyo político del estado más importante de Brasil para el juicio político que terminó con la destitución de Dilma Rousseff en 2016. «Si tuviera que excluir a todos los que estuvieron a favor del impeachment, no tendría con quién hablar», se defendió Lula. Por otro lado, calcula que aquel podía reforzar su boleta con votos moderados del principal colegio electoral del país, lo que sumaría a su elevada popularidad en el norte pobre para asegurar el triunfo.
Alckmin, en sí mismo, es un hombre que se ha quedado con escaso potencial político y a Lula da Silva no le parece que tenga el perfil o la ambición de alguien como Michel Temer, eslabón clave de la conspiración que terminó con el Gobierno de Rousseff.
Lula da Silva, entonces, pretende ocupar el centro. Además, piensa en ganar pero también en gobernar y quiete afinar una alianza fuerte que lo sostenga incluso antes de los comicios, de modo de evitar el lado oscuro del «presidencialismo de coalición» que ha imperado en el Brasil de los Ejecutivos débiles, que ha llevado a todos los presidentes a lotear cargos en el aparato del Estado para obtener sustentabilidad en el Congreso. Esa fue la base de escándalos como el mensalão y el petrolão y Lula da Silva no quiere meterse en los bretes que vivió como presidente entre 2003 y 2010.
En el otro rincón, lo espera Bolsonaro, golpeado en las encuestas en lo que hace a aceptación y a intención de voto, pero que resiste a hombros de un núcleo duro resiliente.
Para él, lo primero es mantener lo que tiene para, luego, pensar en recuperar votos de centro que obtuvo en 2018 y que hoy parecen abandonarlo. La polarización con Lula, mala palabra para él y para sus seguidores, será también la apuesta excluyente para recuperar esas voluntades perdidas a lo largo de un mandato plagado de polémica, amenazas de golpe, ofensas a varios sectores de la población, una economía débil, negligencia ambiental y negacionismo durante la pandemia.
Para afianzar dicho núcleo duro volverá a apelar al factor militar. Su problema es que este también está dividido entre los incondicionales y los generales que pretendieron usarlo como mascarón de proa para restaurar su viejo poder, pero que terminaron atados al carro de un hombre extravagante y que puso en juego el prestigio del que, pese a los horrores de la última dictadura (1964-1085) siguen disfrutando en un sector social más o menos amplio.
Así, el jefe de Estado sugirió –sin dar el nombre, pero brindando pelos y señales– que su vice será el actual ministro de Defensa y exjefe de gabinete, general retirado Walter Braga Netto. Miembro del bolsonarismo militante dentro del Ejército, su nombre saltó al conocimiento público cuando, en tiempos de Temer, fue el encargado de llevar adelante la militarización de la seguridad en Río de Janeiro.
Lula sube como la espuma, mientras que Bolsonaro pelea contra el destino. Nada está dicho a más de seis meses de una contienda que será más que sucia, pero, además de los sondeos, el izquierdista tiene otra carta a favor: una economía planchada y una inflación que vuela al 10%.
Bolsonaro, esa curiosa apuesta del establishment para sacar de la cancha definitivamente a la izquierda, corre riesgo de naufragar sin haber formateado, en clave ultraliberalizadora, a Brasil. ¿Tendrá la izquierda otra oportunidad? Por ahora todo lo indica. La pregunta, que solo el futuro responderá, es cuánto de izquierda cuánto de gobierno de unidad tendrá en ensayo en ciernes.