(Foto: Noticias Argentinas).
El mercado fantasea con un cambio de ciclo, pero teme por el ruido del día después. “Golpe blando”, señales llamativas desde el norte y la apuesta a resistir.
Analistas y medios especializados siguen obsesivamente el día a día del dólar o, mejor dicho, de los dólares que se negocian en el mercado, dado el desdoblamiento vigente de hecho. Encuestas en mano, casi todos dan por sentado que el Frente de Todos va a repetir el domingo 14 –voto más, voto menos– su mal desempeño de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO) y que al día siguiente primará la sensación generalizada de que Juntos por el Cambio –sea lo que sea que esa alianza tenga para ofrecer tras su fallida primera gestión– quedará en la pole position para 2023. En otro contexto, esos vectores que se entusiasman con la habilitación de la autopista por la que el capital financiero entra –para salir en tropel más temprano que tarde– se anticiparían a un eventual cambio de ciclo y saldrían a comprar riesgo argentino, sobre todo en el contexto de su depreciadísimo nivel actual. Esta vez, sin embargo ocurre algo diferente: con sus oscilaciones, los tipos de cambio paralelos –sobre todo los menos intervenidos, el ilegal blue y el legal “contado con liquidación libre” o Senebi, por Segmento de Negociación Bilateral–, seguirán antes y después de la cita electoral entregando señales de expectativas negativas justo en el punto en el que siempre acechan las grandes crisis nacionales: la posibilidad de una detonación del dólar oficial.
Más allá de los titulares urgentes y del sube y baja natural, ambos tipos de cambio libres oscilan de modo persistente en torno a los 200 pesos y con tendencia sostenida. En términos históricos –diría el finado Guido Di Tella–, cotizan en un nivel “recontraalto”, casi de pánico, según algunos analistas que explican la tendencia en base a nubarrones que no se disipan.
Se afirman inicialmente en los fundamentos: una inflación crucero del 50% y sin visos serios de control; un dólar oficial usado como ancla poco eficaz y “atrasado”, que en el año va evolucionando diez puntos porcentuales por debajo de los paralelos legales y a 20 de los precios al consumidor; y una brecha con los libres que ya araña un riesgoso 100%. Ante eso, entienden que el Gobierno buscará evitar una devaluación brusca, pero hay un consenso de que un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI) implicaría acelerar las minidevaluaciones periódicas –crawling peg– para operar una depreciación “discreta” de la moneda nacional y achicar la brecha.
A eso, como se dijo, se le superpone la política, lo que genera la pregunta acerca de porqué, si se presume un triunfo del centroderecha y un posible cambio de ciclo, los agentes financieros no modifican su percepción.
Acaso JxC no enamore y su propia interna todavía no permita trazar escenarios claros. Para peor, los anuncios de fuego cruzado entre la hoy llamativamente silente Cristina Kirchner y el presidente Alberto Fernández que se auguran dentro del propio oficialismo para el día posterior a la elección meten ruido acerca de cuál será el rumbo oficial en los dos años finales del mandato y, más aun, sobre el futuro de la alianza panperonista. Si el cristinismo intervencionista primara y el albertismo virtual que se jura como resistencia en la Casa Rosada no terminara de despuntar, lo que viene podría dar lugar a turbulencias recargadas. Y si ocurriera lo contrario, peleas mediante, también.
Así, es probable que, más allá del cortísimo plazo, el billete verde continúe siendo el el indicador más sensible sobre el futuro del país.
El ala política del Frente de Todos cree realmente en la acechanza de un “golpe blando” cambiario. Sin embargo, según supo Letra P, en el Palacio de Hacienda no desechan la hipótesis, pero la matizan.
Martín Guzmán entiende que existe un puñado de grandes grupos económicos –los sospechosos de siempre– tentados con la posibilidad de que una turbulencia financiera fuerte se lleve puesto para siempre al cristinismo. Sin embargo, desinfla algo la conspiranoia porque sabe que es esperable que el mercado –sobre todo cuando priman políticas que les resultan antipáticas– aproveche los momentos de debilidad del poder político, ya sea por especulación puramente financiera o para moldear el porvenir.
Son, al fin y al cabo, las reglas del juego y lo que le cabe a un gobierno que no pudo –pandemia mediante– o no supo –por falencias propias– darse una solidez medible en términos de reservas en el Banco Central. Así las cosas, duele pagar, como ocurrió el lunes, 388 millones de dólares más en intereses al FMI mientras se sigue negociando, a pesar de que el organismo había girado con anterioridad un aporte extraordinario de 4.300 millones.
Más allá de alguna declaración extravagante de alguna figura lateral del oficialismo, nadie piensa seriamente en una ruptura con el Fondo. El mercado estima que el acuerdo llegará, más por necesidad y urgencia que por cercanía en los términos que se siguen discutiendo. Esa relación se tensó y Kristalina Georgieva hoy tiene menos autonomía frente a una Casa Blanca más amable con Joe Biden, pero que –como cabe presumir– en el fondo no cambia tanto de color en su modo de interpretar el interés de los Estados Unidos a largo plazo.
Los dichos del embajador designado en Argentina, Mark Stanley, en sus audiencias de confirmación en el Senado cayeron mal en el Gobierno y sorprendieron a la conducción económica. Más que la idea de la falta de un plan –reclamo que desaparecerá ni bien haya fumata blanca con el FMI–, llamó la atención que aludiera a condicionantes como la política nacional hacia Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Lo que se observa es que el Departamento de Estado salió a jugar fuerte y que el apoyo en el Directorio del Fondo podría quedar algo más condicionado por factores extrafinancieros. Esa percepción ya surgió tras el paso de hace dos semanas por Nueva York de Guzmán y del jefe de Gabinete, Juan Manzur, quienes se reunieron allí con responsables de fondos de inversión. Primero llamó la atención que los presentes preguntaran por aquellas cuestiones de política internacional y luego, en una ronda con periodistas de grandes medios especializados en Argentina y América Latina, que la cuestión volviera con fuerza.
La apuesta a las propias fuerzas
Las herramientas no sobran para contener la siempre latente amenaza cambiaria, pero el tándem Guzmán-Miguel Pesce busca anticiparse.
La Argentina atraviesa hoy la temporada baja de ingreso de dólares comerciales, pero la conducción económica espera aguantar hasta diciembre, cuando comience la liquidación de la cosecha fina –sobre todo del trigo–, y hasta fines de marzo con la gruesa –soja–, lo que dará mayor poder de fuego.
Guzmán entiende que las señales son alentadoras y que no cabe hablar realmente de atraso cambiario. Si no fuera así, no se explicaría que, aun en temporada baja, octubre haya sido récord en lo que va del siglo en materia de exportaciones de oleaginosas, con 2.416,61 millones de dólares, según datos del propio sector.