Fernández festeja el aval del G20 a la reforma del FMI, pero las palabras no son hechos. Urgencias propias, burocracia ajena. Todos y otra balacera en ciernes.
Alberto Fernández logró lo máximo que se había planteado como objetivos de su participación en el Grupo de los 20 (G20). La satisfacción planea sobre la delegación argentina por sus dos logros y medio: el respaldo en el comunicado final del foro –en el que están los votos necesarios para cortar el bacalao en el Directorio del Fondo Monetario Internacional– a que el organismo revise su política de aplicar sobretasas a los deudores empedernidos y a la creación de un nuevo fondo de resiliencia, una posible herramienta para patear la colosal deuda que dejó Mauricio Macri más allá de los diez años previstos en la normativa vigente. Pero queda el bonus track de la victoria mencionada: que la agencia internacional especializada que anticipó dicho desenlace feliz haya sido la misma que hace dos semanas había dado como supuesta primicia que esas pretensiones iban a vía muerta. ¿Listo? ¿Brilla de nuevo el sol sobre el suelo de la patria? No tan rápido. «En su medida y armoniosamente», les diría Perón a los rústicos albaceas actuales de su herencia política.
Ocurre que el futuro apremia, «mañana» mismo. En la Casa Rosada ya descuentan que el 14N tendrá derrota –queda por verse si, al menos, se salva la ropa en la provincia de Buenos Aires y el quórum en el Senado– y que, como consecuencia, la interna no hará más que cobrar nueva intensidad. «Después de la derrota nos vamos a cagar a tiros todos y los que quedemos vivos vamos a conducir los dos años de gobierno que quedan», escuchó Letra P de un hombre cercano al Presidente que no pierde el tiempo en guardar las formas.
¿Quiénes se van a hacer cargo del fierro caliente? Fernández, desde ya. Asimismo, Martín Guzmán,dispuesto –aunque sin garantías– a resistir los embates que vendrán, Juan Manzur, sindicalistas y hasta intendentes del conurbano «cansados» de las imposiciones de Cristina Kirchner, del jefe de los diputados peronistas, Máximo Kirchner, y de lo que entienden como un alineamiento del gobernador Axel Kicillof antes con aquellos que con las necesidades del territorio. La leyenda continúa.
El plan, vaporoso por ahora y que solo tendría viabilidad en caso de que un jefe de Estado desgastado política y personalmente sea esta vez más efectivo en la actitud de aguante hacia la interna calcinante, apunta a «ser todavía más pragmáticos, a gestionar y tomar decisiones. Hay que sacarle carga ideológica a todo y, más que peleas públicas, mostrar que se resuelven problemas», siguió la perorata. La repregunta trae poco reflujo: nadie sabe muy bien cómo todo eso sería posible dadas las circunstancias.
Eso pasa en el plano de las mesas de arena de la política. En lo económico, la realidad aprieta más y justamente el rumbo futuro de esa política es la base de la balacera que se aguarda.
El dólar acecha, Victoria –que no es la de Roma sino Tolosa Paz– no se sabe si ayuda o confiesa la propia debilidad al hablar de «golpe blando» y la inflación seguirá en torno al 3% este mes.
El futuro no se intuye llano.
Es más, el doble éxito del profeta offshore no pasa en lo inmediato de la retórica. El Palacio de Hacienda aún espera que el acuerdo para refinanciar la montaña de 44.000 millones de dólares se produzca entre diciembre y marzo, mes este último en el que cae el primer vencimiento fuerte de un 2022 al que Macri le dejó, insólitamente, compromisos por 19.000 millones de dólares.
El acuerdo, que no está hoy –a esta hora– ni cerca ni lejos, llegará más por el peso de la realidad que por la sintonía alcanzada entre las partes. Esto último quedó en evidencia tras palabras apenas protocolares que jalonaron la bilateral romana de Fernández y Kristalina Georgieva, lacónicamente calificada por ambas partes como «buena».
Las diferencias, que volvieron a las mesas técnicas, pasan básicamente por tres temas sensibles.
Uno es cómo hará el Gobierno para achicar la brecha de casi el 100% entre los dólares libres y el oficial; ¿subirá el piso –acelerando las minidevaluaciones casi cotidianas tras una etapa de freno brusco en relación con la inflación– o se empeñará en bajar el techo con más y más controles?
Dos, con esa ancla agotada y un atraso tarifario que no da para más, ¿cómo piensa el ministro de Economía bajar la inflación del orden del 50% de este año al 33% que –impenitente– «copipasteó» del Presupuesto 2021 a 2022. ¿Al estilo Roberto Feletti? Mmm. Eso no convence el Washington, al punto que el embajador designado en Buenos Aires, Mark Stanley, ya reclamó a cambio de apoyo en el Board, entre otros alineamientos en materia de política regional, la presentación de un plan económico que hoy juzga inexistente.
«Los logros de Roma son por ahora palabras. Estas deberán llegar al Directorio el mes que viene y de ahí, pasar a fase de análisis y aplicación. Demasiado tiempo para el deadline de marzo que tiene la Argentina por delante».
Tres: ¿el crecimiento del año próximo será del 4% como dice Economía o del 2,5% como asegura el FMI, históricamente avaro en esas previsiones –al menos cuando gobierna el «populismo»– respecto de la Argentina? De eso depende a cuánto llegará la recaudación tributaria y, con ello, la reducción del déficit fiscal, algo a lo que contribuye Guzmán con lo que hace y no dice y que –solo para no poner un granito de arena más en la interna caníbal– solo por hoy llamaremos «consolidación» y no «ajuste».
Los logros de Roma son por ahora palabras. Estas deberán llegar al Directorio el mes que viene y de ahí, si todo marcha bien y no encalla en la burocracia del FMI –envalentonada por los cuestionamientos a la amable Kristalina, detrás de los cuales está la mano de una Casa Blanca que cambia de políticas menos que de apellidos–, pasar a fase de análisis y aplicación. Demasiado tiempo para el deadline de marzo que tiene la Argentina por delante. «Si hay antes de fin de año algún avance en lo que respecta a los sobrecostos y a la creación de un Fondo de Resiliencia, como pide el comunicado del G20, bienvenido sea. Si no, al menos debería haber algún guiño, alguna puerta abierta en el acuerdo para que sea reformado en el futuro cuando las reformas se puedan aplicar», le dijo a Letra P una fuente de Economía conocedora de los pormenores de la negociación.
Argentina pretende no pagar sobretasas –un castigo que apunta a incomodar a los morosos– por ser un deudor largamente excedido en su cuota y que una parte de los 100.000 millones de dólares de derechos especiales de giro (DEG) que los ricos del FMI no usaron en el reparto reciente, base del nuevo fondo, permita patear la deuda a más de los diez años previstos en los programas de Facilidades Extendidas –EFF– los más largos vigentes en la actualidad. La expectativa es que, pasados los cuatro años y medio de gracia buscados, ese dinero vaya y venga contablemente, de modo de evitar que en los cinco años y medio finales exigencias de reembolsos netos no se superpongan con lo ya comprometido en la renegociación con los acreedores privados.
Al menos en eso están de acuerdo Todos. Pero el camino es estrecho y, para peor, la balacera amenaza otra vez.