LA QUINTA PATA | La diplomacia naftera del segundo tiempo

Con la pandemia atenuada, el mundo abre y le toca a Cafiero concretar lo iniciado por Solá. Mercosur caliente, Venezuela y una distracción. El dólar obsesiona.

Parte relevante, pero parte al fin, del gobierno del Frente de Todos, la política exterior tropezó desde marzo del año pasado, casi sin tiempo de empezar a caminar, con el escollo insalvable de la pandemia. Eso implicó vincularse con un mundo literalmente cerrado, con problemas para los que no había hoja de ruta –como la repatriación de más de 200 mil connacionales varados fronteras afuera– y con un freno fuerte a cualquier estrategia de promoción de exportaciones. Ese contexto adverso, que le tocó a Felipe Solá, ha comenzado a cambiar conforme la peste da señales de apaciguarse –crucemos los dedos–, lo que le permite a Alberto Fernández encomendarle ahora a Santiago Cafiero que pase la gestión de GNC a nafta y convierta las intenciones en hechos.

Si el escenario constituye una ventaja del nuevo ministro de Relaciones Exteriores en relación con su antecesor, la otra es su cercanía con el Presidente, algo que no cambió por el pase de aquel de la Jefatura de Gabinete al Palacio San Martín; la confianza no depende de un organigrama. Así, en tanto fijada por el jefe de Estado, la estrategia de relacionamiento de la Argentina con el mundo no variará sino que, al contrario, reforzará sus rasgos conocidos en el segundo tiempo del actual mandato. Con todo, habrá diferencias: no solo por las concreciones que Fernández reclama, sino también el emprolijamiento que espera de algunas aristas que con Solá nunca terminaron de pulirse.

Visión regional, prioridad al Mercosur y América Latina, recuperación del interés en la Unión Europea, protagonismo en organismos internacionales de carácter político –como la CELAC– y, merced a los avances en la negociación con el Fondo Monetario Internacional (FMI), no solo en los económico-financieros… Los lineamientos son los conocidos, pero cambiarán el contexto y la velocidad.

El Mercosur parecía estallar semanas atrás, con Brasil conminando a la Argentina a sumarse a su programa liberalizador o a retirarse del club y con Uruguay avisando que iniciaría negociaciones unilaterales de libre comercio nada menos que con China.

Esa crisis, que Solá logró contener, estalló poco antes de las Primarias Abiertas, Simultáneas y Obligatorias (PASO), de la derrota del Frente de Todos y de los cambios en el gabinete. A ella debió abocarse la nueva conducción de la diplomacia argentina ni bien asumió el 20 de septiembre, lo que explica sus primeros pasos.

El 5 de octubre, el ex jefe de Gabinete recibió al canciller uruguayo, Francisco Bustillo, con quien dejó intencionalmente pendiente cualquier definición sobre el dilema chino. El objetivo se centró en frenar la escalada, aplacar la fiebre oriental por el libre comercio y «tranquilizar la relación», como diría Martín Guzmán. Apuntando, como se dijo, a concretar el trabajo adelantado por la gestión anterior, le propuso a su homólogo trabajar en los puntos de acuerdo posible, especialmente la construcción de un puente entre Monte Caseros (Corrientes) y Bella Unión (Artigas), para lo que ya se cuenta con financiamiento de la Corporación Andina de Fomento (CAF). Menos palabras y más hechos.

El Gobierno no está tranquilo con el amague uruguayo de meter en el espacio regional, con arancel cero, las exportaciones industriales chinas. Sin embargo, la Casa Rosada y el Palacio San Martín entienden que eso se encuentra en una etapa muy preliminar y se aferran a la regla del consenso que rige al bloque, más allá de que Montevideo finja amnesia temporal. Así, o bien se negocia en conjunto o el Mercosur da a alguno de sus miembros un permiso especial para hacerlo de modo individual.

Lo primero no ocurrirá porque Argentina no quiere destruir lo que queda de su industria, sobre todo en un momento en que ese sector lidera la recuperación posconfinamiento y regresa a los niveles de producción de 2018. Lo segundo ya se ha hecho, por caso con otra potencia exportadora de cuidado como Corea del Sur, pero no está en los planes volver a concederlo con Pekín.

Con ese conflicto en el freezer, el otro foco de atención en el debut del canciller fue la pelea con Brasil por la reducción del Arancel Externo Común (AEC) del Mercosur. El ministro de Economía Paulo Guedes pretendía reducirlo de un tajo en un 50%, pero la Argentina logró imponer el criterio negociado desde la etapa de Solá y que la merma fuera de solo del 10% sobre el 75% del universo de productos alcanzados por el mismo, manteniendo la protección sobre sectores sensibles como autos, textiles, calzados y juguetes. La idea es que el espacio regional siga siendo un mercado que traccione exportaciones industriales que ni Argentina ni Brasil logran colocar significativamente fuera de él.

Aunque el entendimiento tuvo un asterisco importante –cada país podrá realizar reducciones unilateralmente–, la prensa brasileña se encargó de poner en foco la derrota de Guedes en su cruzada liberalizadora, una que ponía la carreta adelante de los caballos: para él, urge abrir las importaciones como modo de poner freno a una inflación que en Brasil apunta al 9% y comienza a preocupar.

Para «tranquilizar el Mercosur», Cafiero contó, como anticipó Letra P en su momento, con el respaldo del grueso de la industria brasileña y de la estructura de carrera de Itamaraty, que tomó la posta en detrimento de Guedes. Ayudó también a eso que el ministro no pase por su mejor momento debido a la mención de su nombre en el nuevo escándalo de las mamushkas offshore –los Pandora Papers– y a que el propio Jair Bolsonaro atraviese horas bajas, lo que incluye una severa caída en las encuestas, amenazas a la estabilidad de su gobierno y hasta presagios de derrota en los comicios del año que viene frente a Luiz Inácio Lula da Silva. Solá, corresponde recordarlo, no contó con tales ventajas.

En lo que respecta a Venezuela, Cafiero no cambiará el libreto ejecutado por su antecesor. Los principios que regirán esa relación son el respeto a los derechos humanos –de ahí el apoyo a la condena contenida en el informe elaborado por la alta comisionada Michelle Bachelet– y la no injerencia. Eso hará que la Argentina siga votando en la ONU lo que el sesgo agresivo del secretario general de la OEA, Luis Almagro, impide acompañar en este último organismo. La Casa Rosada está dispuesta a pagar el precio de que el seguimiento simultáneo de ambos principios haga que ni los defensores ni los detractores del chavismo –el Frente de Todos tiene exponentes de ambas especies– queden satisfechos.

Sí admite, a modo de mea culpa, que la crisis post-PASO le impidió acreditarse la pertinencia de su política inicial de sacarle el cuerpo al intervencionismo del Grupo de Lima y de apoyar al moderado Grupo Internacional de Contacto (GIC). El primero, con sus sanciones, nada logró, mientras que el segundo contribuyó de modo decisivo a la apertura de negociaciones, difíciles pero esperanzadoras, entre el gobierno de Nicolás Maduro y la oposición.

La afinidad con el GIC revela, de rebote, otro lineamiento de la política exterior que Cafiero deberá profundizar: la aproximación a la Unión Europea (UE).

«La decisión de Cafiero de llevarse a su nuevo destino a la ex vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca Bocco, responde a la necesidad de que la diplomacia propicie el comercio exterior y el ingreso de dólares».

El tratado de libre comercio firmado en tiempos de Mauricio Macri entre el Mercosur y ese bloque duerme en los cajones de varios gobiernos europeos poco interesados en liberar sus mercados agrícolas, algo que no le cae precisamente mal a una Argentina que, desde el retorno del peronismo al poder, no tiene apuro en que ese texto se aplique. Sin embargo, sí interesan los negocios y en ese sentido Cafiero ya hizo punta en su reciente paso por Sorrento, Italia, con un diálogo con la ministra española de Industria, Comercio y Turismo, María Reyes Maroto. España –el país de la UE más cercano para la Argentina por la densidad de sus inversiones, afinidad cultural y, hoy, sintonía política– tiene interés en avanzar de manera conjunta en proyectos vinculados a la explotación de litio, el desarrollo de vehículos eléctricos, infraestructura y economía del conocimiento.

La decisión de Cafiero de llevarse a su nuevo destino a la ex vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca Bocco, responde a la necesidad de que la diplomacia propicie el comercio exterior, uno que, sin destrozar lo que queda de industria nacional, genere ingreso de dólares imprescindibles para el futuro del país.

Sin embargo, la política exterior puede abrir puertas, pero no obra milagros. Sin una macroeconomía estable, sin crecimiento y sin inversiones, no hay acción diplomática que valga. Es esa la materia que el gobierno de Fernández todavía debe aprobar, una que requerirá primero una definición del rumbo posterior al 14N.

(Nota publicada en Letra P).