Brasil: mensajes cruzados al filo de la cornisa de la democracia

(Foto: Reuters).

Los ejercicios militares que hacen hablar a todo Brasil son una cita que se desarrolla todos los años en el estado de Goiás, vecino del Distrito Federal por el oeste. Sin embargo, Jair Bolsonaro y la cúpula militar que le responde decidieron que esta vez involucrara un desfile de 150 blindados por el centro de Brasilia, frente a la Presidencia y muy cerca del Congreso y del Supremo Tribunal Federal (STF), algo interpretado ampliamente como una intimidación que hizo circular una corriente de frío por las espaldas de los demócratas brasileños.

El presidente y su corte de extremistas de derecha pueden parecer un exotismo, pero son un peligro concreto para la democracia, reconquistada en 1985 y que nunca debería darse por descontada. El nombramiento de decenas militares en cargos altos y medios del Gobierno, los intentos de partidización de una estructura castrense que –se supone– es de Estado, las diatribas contra un sistema electoral que rige sin problemas desde 1996, la imitación de la estrategia de Donald Trump de aferrarse al mantel si le tocara caer los comicios del año que viene, el llamamiento a sus partidarios para que se armen en prevención de la eventual emergencia de una nueva administración de izquierda, las amenazas de actuar “por fuera de la Constitución” y los insultos a los más altos miembros del Poder Judicial constituyen señales de alarma para toda la región.

La intimidación fue clara: el desfile sin precedentes se produjo poco antes de que la Cámara de Diputados votara –y, todo indica, rechazara– el proyecto oficial para que las urnas electrónicas emitan tickets impresos que también puedan ser escrutados. En el camino, los propios uniformados detuvieron a algunos manifestantes que salieron a la calle a bloquear el paso de los vehículos. En tanto, los legisladores de la oposición apuraban al cierre de esta edición ese trámite de modo de pasar, a su vez, el mensaje de que no tienen miedo. Se esperaba anoche mismo un voto amplio de rechazo.

El sistema institucional brasileño cruje, pero más que un golpe militar que cierre el Congreso y el Supremo, lo que se debe temer es el efecto del ingreso de la política en los cuarteles.

La anterior jefatura de las tres armas se alzó en marzo contra la decisión presidencial de desplazar al entonces jefe del Ejército, Edson Leal Pujol, quien había criticado el desmanejo oficial de la pandemia. Bolsonaro aprovechó para remover a toda la cúpula castrense y, en particular, al ministro de Defensa, Fernando Azevedo e Silva, a quien reemplazó por el incondicional general Walter Souza Braga Netto. El genio de la politización anidó definitivamente donde nunca debería siquiera haber ingresado.

El desfile de ayer reabrió esas heridas entre los uniformados. Si bien una mayoría institucionalista rechaza lo que está ocurriendo, despunta también un sector que lo respalda. El general retirado Carlos Alberto Santos Cruz, extitular de la Secretaría de Gobierno de Bolsonaro, sintetizó ese estado de cosas al denunciar ayer “una falta de respeto para el Congreso y para Brasil”.

La reacción del sistema político, en tanto, fue de indignación e incluyó referencias a una “intimidación” y a un “acto inconstitucional”. En esa línea, Luiz Inácio Lula da Silva, todavía no oficialmente candidato pero líder por veinte puntos en las encuestas de intención de voto, señaló que “cuando Bolsonaro insiste con lo del votito de papel, lo que intenta hacer es generar confusión como Trump en Estados Unidos”. “Que se prepare para perder las elecciones”, lo desafió.

Hasta su más reciente aliado, el presidente de la Cámara de Diputados, Arthur Lira, tomò distancia. El desfile, dijo, fue una “trágica coincidencia” con la votación lagislativa y se negó a participar del acto. Mientras al mandatario le llueven juicios en el Supremo, de Lira depende contener o no los pedidos de impeachment que se acumulan.

Miente o padece de una ingenuidad llamativa quien se sorprenda hoy por los avances antidemocráticos de un hombre que convirtió el insulto al rival, el macartismo, el desprecio por las minorías, la ofensa a las mujeres y la militancia contra los derechos sociales en un discurso político. Ahora llega el tiempo de pagar los costos.

(Nota publicada en Ámbito Financiero).