Boca Juniors: llegó la hora de la humildad y la reconstrucción inteligente

Robos ajenos y errores propios. La urgencia de trazar una línea, elegir qué peleas dar, corregir rumbos y dejar de perder. Conmebol y la Liga. Por los pibes y los viejos.

Es mucho lo que Boca Juniors dejó el martes último en el estadio Mineirão: su continuidad en la Copa Libertadores, dinero por recaudar y, por encima de todo eso, la ilusión de que es posible confiar en la mínima limpieza del juego al que juega. Eso, sin embargo, no tiene que ocultar el hecho de que la actual Comisión Directiva –a la que voté con convicción– ha cometido una serie de errores que urge corregir antes de que sea tarde. Llegó la hora de que todo el mundo Boca enfríe la cabeza y, más allá de la justificada sensación de despojo que nos sigue cruzando a todos los hinchas, comience a actuar con inteligencia para servir a su mejor interés.

Conmebol parece, lamentablemente, un problema sin solución. Mi fantasía –¿la de muchos?– es un sonoro abandono de esa organización irrecuperablemente podrida, gesto pionero hacia el principio del fin de una conducción que, acaso, merezca y enfrente en algún momento el mismo destino que las dos que la precedieron: una celda en una cárcel de Estados Unidos. Eso, sin embargo, está por verse.

Si fuera posible, me gustaría que esa idea misma se concretara: salir de Conmebol y competir en Concacaf o, de última, renunciar por algunos años a la competencia internacional. Total, ¿de qué sirve mantener la ficción de que la Copa Libertadores es una cosa en la que mínimamente se puede creer y que no está rota por el negocio mal entendido y por intereses más oscuros, que posiblemente involucren el submundo de las apuestas? No hay que engañarse: no se le roba tanto a un mismo equipo –siete años ya y aún contando– porque un mandamás sea hincha de Olimpia y de River o porque el presidente de esta última institución sea el más rápido del Oeste para obtener ventajas espurias. Algo tan grave y flagrante como lo que vivimos en los octavos de la Copa solo ocurre por intereses.

Sin embargo, para no seguir perdiendo, Boca Juniors debería asegurarse que la dignidad de una ruptura con Conmebol no le enajene patrocinantes y recursos o que no lo exponga a una dimensión nueva de sanciones. De no ser viable eso desde el derecho deportivo, habrá que tragarse el orgullo,  dejar de gritar nuestra “obsesión” desde las tribunas, no pretender inversiones millonarias en jugadores para que ese dinero se pierda en el próximo despojo. Con todo, insisto: ojalá sea posible que ese club inmenso, ese movimiento popular sin igual que es Boca Juniors, dé el primer paso hacia la ruina política de Alejandro Domínguez y compañía. Esa, sin embargo, será una pelea larga… si es que eso es posible de algún modo.

El árbol, igualmente, no debe taparnos el bosque. Los errores propios son muchos y tienen un patrón común: estamos sobreestimando nuestras fuerzas como club, acumulando enemistades y actuando con poca inteligencia.

Para empezar, Boca no llegó al choque con Mineiro con el plantel que se debía a sí mismo. Más allá de la gestión por Edinson Cavani –razonable por un deseo del propio jugador, que ojalá en un tiempo se concrete– el Consejo de Fútbol apostó todo el tiempo a lo ideal sin contar con los recursos para concretarlo. Lo que trajo en el puesto de centrodelantero llega con antecedentes de gol y peso. Nunca se apostó seriamente a lo mejor dentro de lo posible.

Luego, ya con el choque con Mineiro a la vista, el despojo del partido de ida llevó al presidente Jorge Ameal a lanzar declaraciones conciliatorias hacia la Conmebol, irritantes para muchos de quienes lo votamos por haber sostenido en su momento un discurso mucho más firme. Jorge Bermúdez insistió en esa línea. Quisieron calmar a la fiera cuando a la fiera no se la calma ni se la irrita; simplemente no hay que dormir con ella. A futuro, si es posible salir de la jaula, que así sea; si no, a presentar equipos sin posibilidades y a darle importancia simplemente a la competencia local. Hace años, Conmebol decidió ser extremadamente hostil con el club más popular de la Argentina, expulsarlo en alguna medida. Si los hinchas no bajamos los decibeles, ¿qué va a pasar en el próximo robo cuando el público ya esté en los estadios? Basta, a esa gente espantosa hay que pasarla a descuento.

Luego del segundo robo sí llegó un comunicado del presidente que resultó reparador para el sentimiento de los hinchas, pero toda la historia quedó enmarcada en disturbios que refuerzan la idea de los errores no forzados.

Juan Román Riquelme, el tipo más querido por todos nosotros, se equivocó al no viajar. Después de lo ocurrido en la ida, su presencia era imprescindible en Brasil. Para peor, sí viajó Raúl Cascini, un tipo a quien siempre admiré por su personalidad y calidad como futbolista, alguien que nos dio nada menos que el último penal de una Intercontinental, pero que falló gravemente en su rol. No calmó, no contuvo y contribuyó al descontrol. He ahí más errores.

Hoy debatimos si la “burbuja sanitaria» se rompió o no. La discusión es pueril. Cuesta pensar que no haya sido así, piña va, piña viene con todo lo que se puso adelante en el Mineirão. El Gobierno, que hoy está enfrascado en un cierre de listas para las elecciones de noviembre, no tiene margen para hacer excepciones y otorgar corredores sanitarios. Esto no es ser comprensivo con nadie, es simplemente constatar que no es dable esperar ninguna autorización por parte de funcionarios a los que se critica hasta cuando consiguen vacunas. 

Así las cosas, los errores dirigenciales han seguido. Primero, hacer público un supuesto compromiso verbal de Marcelo Tinelli, titular de la Liga Profesional, para suspender el partido con Banfield; eso equivalió a forzarlo a emitir una desmentida. Además, se le termina golpeando la puerta a un hombre que, más allá de su licencia actual, “es” dirigente de San Lorenzo, club al que se acaba de irritar con un modo desprolijo de negociar el pase de Juan Ramírez. Finalmente, ante lo previsible de que los próximos dos partidos debieran disputarse con juveniles, se dispuso que la Reserva jugara con Banfield… apenas 24 horas antes de choque de Primera.

Errores, errores y más errores. Urge corregir el rumbo.

Conmebol –lo dicho– es un caso irrecuperable y ojalá pronto podamos pasar en ese lugar hediondo una cuantas facturas. Sobre el resto, Boca no puede vivir peleado con el mundo.

Al negociar pases, no hay que puentear más a los dirigentes de otros clubes.  Hay que mejorar la relación con los otros equipos del fútbol argentino. No hay que presionar a los gobiernos.

Todos los errores mencionados tienen un patrón común: sobreestimar las propias fuerzas. No debimos prescindir de Román, una referencia pesada en el fútbol mundial, en un viaje hostil a Brasil justo en momentos en que se perpetraba un atraco anunciado durante una semana entera. Enviamos, en cambio, a gente incapaz de evitar problemas cantados. Acudimos a autoridades de la Liga a las que molestamos al negociar pases y, luego, ventilamos supuestos compromisos reservados. Usamos a la Reserva para después decir que esos jugadores no pueden desempeñarse 24 horas después, poniéndonos a nosotros mismos ante la disyuntiva de presentar equipo o no con Banfield y arriesgándonos a una quita de puntos que nos podría sacar directamente del campeonato casi antes de que empiece.

Todos los bosteros nos sentimos hoy en guerra con el mundo, pero nos conviene bajar un cambio. El enemigo es Conmebol. Fuera de eso, hay que tender lazos, mejorar las formas, buscar aliados y hasta hacer amigos. Hay que recuperar la humildad y mostrar otro rostro.

Urge que todos, desde los dirigentes hasta los hinchas, enfriemos nuestras cabezas, asumamos errores y corrijamos rumbos. Es necesario trazar una línea , ponerle fin a todo lo que se perdió en Brasil y no seguir haciéndonos daño a nosotros mismos.

Así, con Banfield, nada de pensar en gestos de rebeldía y desafío: que jueguen quienes puedan y que hagan el mejor papel posible. Podemos confiar en nuestros pibes y, si toca derrota, los vamos a querer más que antes por poner la cara, contra todo, por todos nosotros.

Boca, el amor de nuestras vidas, es enorme en todo sentido: por historia, carácter popular, triunfos, campeonatos, mística… Cualquier hincha del país –y bastante más allá– sabe de la Bombonera, del banco de plaza Solís y del barco sueco. ¿Qué sabemos nosotros de la fundación de los demás, qué saben sus propios hinchas?

Ahora bien, saber que Boca es una enorme maravilla debería llevarnos a evitar recordárselo todo el tiempo a los que ya lo saben y sufren por eso. Más que en pelearnos con todos, concentremos las fuerzas –que no son tan grandes como a veces pensamos– en repensar el futuro y en hacer las cosas mejor. Eso es lo que merecen nuestros bosteritos más chicos, a los que les debemos los días de gloria que a muchos se nos amontonan en la memoria. Y también los viejos, que sí los recuerdan, pero que se merecen vivir alguno más antes de subir a la cuarta bandeja.