Lula, ante su dilema de hierro: buscar la gran revancha o ceder en pos de un frente amplio

(Foto: Reuters).

Las últimas encuestas no lo favorecen a pesar de su reciente reivindicación judicial. El Supremo y la última palabra. El peso de la demonización, el futuro de la Lava Jato y las elecciones del año que viene. ¿Hacia el modelo del Frente de Todos?

La rehabilitación jurídica de Luiz Inácio Lula da Silva, por ahora producto de la medida cautelar que le otorgó juez del Supremo Tribunal Federal (STF) Edson Fachin y que se espera que sea refrendada por el pleno antes de fin de mes, alteró dramáticamente el escenario político de Brasil, al punto que hizo inevitables las especulaciones sobre una posible candidatura en octubre del año que viene. Sin embargo, el daño que le provocó la ventilación pertinaz de las causas de corrupción en su contra excede los 580 días que pasó en prisión y su proscripción en los comicios de 2018: el desgaste es concreto en la imagen de quien en su momento fue considerado el mejor presidente de la historia de su país, lo que lo obliga a pensar con cuidado el futuro y a evaluar la posibilidad de diluir su presencia en una alianza que vaya más allá de la izquierda. Algo así como un Frente de Todos a la brasileña.

«Mi cabeza no tiene tiempo para pensar en una candidatura en 2022», señaló, en esa línea, el miércoles último en la conferencia de prensa que ofreció para festejar la anulación de las causas llevadas adelante por los magistrados de la operación Lava Jato en Curitiba, descalificados por el Supremo –tardíamente– como jueces que no eran los naturales.

Lula, de 75 años, conserva su carisma y su llegada al núcleo duro que más reivindica su gestión de ocho años, que deparó un proceso de crecimiento económico y de ascenso social sin precedentes. Sin embargo, la discusión permanente sobre hechos de corrupción que en muchos casos ocurrieron –aunque no se haya probado su involucramiento personal– y el sesgo persecutorio del juez Sergio Moro y los fiscales que le respondían de modo impropio –esto sí evidente en chats que se han conocido– erosionaron la base de sus incondicionales. Así, su necesidad de capturar el centro para volver al poder y consumar una resurrección política espectacular se hace más compleja.

Eso surge de las encuestas más recientes.

Una, de XP/Ipespe, lanzada el viernes, arrojó un empate técnico con el presidente Jair Bolsonaro en los dos turnos: entre 25 y 27% y entre 40 y 41%, respectivamente.

Otra, del banco de inversión local BTG Pactual, le dio al actual mandatario  una intención de voto de 33 a 34% contra 18% a 22% de Lula da Silva, de acuerdo con escenarios que involucren diferentes candidaturas. En una segunda vuelta, aquel también se impondría por 44% a 37%.

Finalmente, un estudio elaborado para CNN Brasil por el Instituto Real Time Big Data también le otorgó la victoria al jefe de Estado de ultraderecha: 31% a 21% en primera vuelta.

Claro que falta demasiado para octubre del año próximo, que mucha agua correrá hasta entonces bajo el puente y que aún no hay un panorama claro de postulaciones que permita a los encuestadores afinar la puntería. Sin embargo, es claro que Bolsonaro se beneficiaría de una dinámica de polarización con una izquierda lulista solitaria que, hoy por hoy, no es lo que fue y que ha sido demonizada hasta la náusea.

Siempre en base a una lectura inmediata de la realidad, que podría modificarse en lo sucesivo en un país en que la política girará cada vez a mayor velocidad, cabe imaginar que la dispersión del voto que muestra la foto no sea tal cuando llegue el momento de, en verdad, acudir a las urnas.

Esto es así, sobre todo, porque la intervención del Supremo no se limitará a revisar la situación procesal del exmandatario sino la propia actuación de Moro y los suyos, algo que, si se examinan bien las pruebas, podría provocar el derrumbe de muchas causas y del masivo ego del otrora todopoderoso juez federal. Sus abusos han sido tan graves en términos de libertades y reputaciones que la propia cárcel no es un escenario que este no deba descartar de plano. La imagen de Lula, claro, podría purificarse en alguna medida cuando la sociedad brasileña termine de beber en el río Leteo que ya se divisa en su camino.

Asimismo, el ninguneo pertinaz de la pandemia, que lleva a pensar cuántos de los 275.000 muertos que Brasil cuenta hasta el momento son atribuirles a la irresponsabilidad oficial, también puede merecerle a Bolsonaro otras evaluaciones dentro de algún tiempo.

El futuro está abierto, pero no es fácil que el cálculo político sea liviano cuando es tanto lo que está en juego. La clave, en el clima de polarización recargada en ciernes, pasará para todas las partes por ocupar el centro. Bolsonaro lo tenía abandonado con su prédica recalcitrante, anticomunista –sea lo que sea que eso signifique en la actualidad–, anticientífica, antivacunas y tendiente a la imposición de un tipo de capitalismo predemocrático. Sin embargo, consciente de que deberá, a partir del retorno de Lula, atender otras ventanillas, comienza a mezclar con mayor claridad gestos hacia su derecha yihadista con otros más propios de un dirigente normal.

Así, bastó con que el reivindicado fundador del Partido de los Trabajadores (PT) se mostrara la semana pasada rodeado de gente con barbijos para que Bolsonaro hiciera de inmediato lo propio. También que Lula da Silva se vacunara para que en el Palacio del Planalto se empezara a planear alguna señal del Gobierno a favor de la inmunización.

El dilema de Lula da Silva es claro: intentar el retorno, la reivindicación plena y total, a través de una candidatura presidencial que, al menos ahora, no le ofrece garantías de éxito o convertirse en una parte importante, pero en segundo plano, de un armado más amplio, que vaya de la izquierda al centroderecha democrático, en busca de un Gobierno de salvación.

Los casos de Argentina y de Bolivia, y en abril se sabrá si también de Ecuador, podrían llevarlo a decantarse por la segunda opción.

No solo se trata de ganar, si es que eso se mostrara realmente viable. También de gobernar, con una mayoría demasiado ajustada, sobre una sociedad exasperada desde hace demasiado tiempo por discursos de intolerancia.

(Nota publicada en Ámbito Financiero).