Massa factura la poda de Ganancias y los K, el gravamen a los más ricos. ¿Cuándo le toca al presidente? ¿A quién le habla? ¿Sobre qué piso se afirma?
El Manual de Conducción de Alberto Fernández es muy original. ¿A qué otro presidente se le ocurriría regalarle a un socio y no reservarse para sí mismo el anuncio de una masiva desgravación tributaria para la clase media, acaso la única en la que alguna vez podría plantarse sobre sus propios pies?
El gesto fue generoso, pero no es la generosidad lo que lo mueve sino el cálculo político, especialmente porque hace regir la peculiar división de tareas que se ha dado el Frente de Todos para destacar autor e intérprete de sus grandes hits, de acuerdo con la clientela que, se supone, tiene cada uno o una de ellos.
Como contó Letra P acerca de la iniciativa para liberar del impuesto a las Ganancias a todos los trabajadores con ingresos inferiores a los $150.000 brutos, el anuncio le cupo a Sergio Massa, el socio del Frente de Todos que, se supone, mejor llega a un sector que suele mirar con más cariño a Juntos por el Cambio. La medida, que pasará por el Congreso sin amenazas de resultar limitada, será un alivio para los líderes empresariales que se sentarán frente a los sindicalistas a negociar paritarias y una bendición directa para 1,267 millones de personas que, de otro modo, tendrían motivos sobrados para desconfiar del rap oficial sobre la recuperación de los salarios prometida para este año.
El gesto albertista de desprendimiento político fue análogo a otro, anterior, que le dejó a Máximo Kirchner el proyecto de gravar por única vez las diez mil mayores fortunas del país, una reivindicación más bien simbólica para quienes peor la pasaron durante los meses más fríos de la pandemia, esto es los trabajadores informales y los segmentos de menores ingresos, que conforman el núcleo del electorado K, en especial en el Gran Buenos Aires.
La conocida moderación de Fernández fue el activo que llevó a Cristina Kirchner en 2019 a buscar en él lo que le faltaba para convertir su núcleo duro pero insuficiente en una mayoría ganadora y capaz de gobernar un país indómito. Sin embargo, tan indómito resultó este que ese capital potencial nunca se transformó, inmediatamente después de la victoria de octubre, en un activo tangible, algo en lo que colaboraron decisivamente sus propias dudas y errores.
Ese hecho es la comprobación de que el Fernández tuneado por Cristina nunca terminó de satisfacer esa expectativa. Más allá de los mencionados errores de aquel, ¿será que la propia demiurga, al no conformarse con que su obra terminara en la elección, limó su propia creación a fuerza de desgastantes exigencias públicas?
Así las cosas, ¿cuál es el electorado del jefe de Estado, el nicho social al que le habla y del que espera respaldo y votos? Guitarra en mano, bien podría preguntarse «¿para quién canto yo entonces?».
En otro contexto, podría haberse esperado un anuncio del propio mandatario sobre una materia que, en impacto popular, solo podría resultar eclipsada por la llegada, tangible y efectiva, de varios millones de vacunas, suficientes para terminar con la espada de Damocles del covid-19. Sin embargo, Massa estuvo en el primer plano.
El tema fue consensuado en una reunión en Chapadmalal el 17 de enero, en un encuentro que mantuvieron Fernández, el jefe de la Cámara de Diputados y el ministro de Economía, Martín Guzmán. Este último dio seguridades de que Massa podría avanzar en el proyecto sin riesgo de desfinanciar al Tesoro en momentos en que se juega otra simultánea de ajedrez con el Fondo Monetario Internacional (FMI), que querría que el déficit fiscal primario –antes del pago de deudas– del 4,5% fijado en el presupuesto resultara menor.
¿Será, al final, que el desprendimiento existe en política? Es posible, pero también lo es que Fernández gana cuando el que lucra es Massa, aunque sea de modo indirecto. Para aquel, todo lo que implique mayor musculatura de los sectores ubicados a la derecha en el Frente de Todos –que no son muchos– supone un contrapeso a las demandas de Cristina Kirchner, que en el año y poco que lleva de gestión han tomado la forma de reclamos contra «funcionarios que no funcionan», de su reemplazo por tropa propia, de medidas para aliviar situaciones judiciales complejas y hasta de política económica.
No es que el jefe de Estado no se reserve cotos de caza. La pelea contra la emergencia sanitaria es el principal, junto a sus ministros y al jefe de estos, Santiago Cafiero. Esto ha sido así tanto en la alguna vez redituable imposición de una cuarentena estricta como en cada partida destinada a atender las necesidades de argentinos y argentinas en situación de postergación y las de empresas impedidas de honrar los salarios. Cuando se logre domesticar al virus, acaso también pueda golpearse el pecho si la economía se recupera de modo perceptible y duradero.
Por ahora, el gran impacto que se espera en la Casa Rosada y en Olivos debería ser el comienzo de una vacunación a gran escala, algo que dependerá de la disponibilidad de dosis, básicamente las que pueda asegurar Rusia con su Sputnik V y el laboratorio del empresario Hugo Sigman con la de AstraZeneca-Universidad de Oxford. A eso se sumarán otros aportes –chinos, estadounidenses– para que al momento de votar, el país esté cerca, es de esperar, de la inmunidad de rebaño.
No obstante eso, Alberto Fernández no deja todavía de actuar más como un articulador que como un protagonista y, más allá de la isla de la política exterior, no termina de definir un perfil propio.
Si el Frente de Todos fuera una corporación, Cristina sería la accionista mayoritaria, Massa uno menor y él, un CEO contratado para articular un directorio en el que las visiones estratégicas pueden ser peligrosamente disímiles. Lograr eso sería muy valorado por los accionistas individuales, pero es difícil que, en política, el electorado pondere en la misma medida el mantenimiento de la gobernabilidad. Eso es algo que solo se menciona cuando se lo pierde.
El albertismo es una eterna promesa. Por ahora, el Presidente juega a otro juego. Experimentado, sabe que hay tiempos para hacer el aguante y otros para prosperar. La crisis económica heredada y la pandemia, por ahora, no le han permitido superar aquel primer estadio rupestre.