Ecuador: un presente estragado por mil plagas y un futuro encorsetado por mil cepos

(Foto: Reuters).

Ni bien asumió el 24 de mayo de 2017, el Lenín de la derecha, el ecuatoriano Moreno, puso en marcha un desacople de quien hasta ese mismo día había sido su mentor, el expresidente Rafael Correa, un proceso que sorprendió al mundo por su velocidad y desfachatez. Nadie descubre en un instante todo lo que lo separa de la persona a quien acompañó como vice durante diez años y junto a quien hizo campaña. La maniobra, con todo, fue más que una traición personal y social, que implicó un discurso para llegar al poder y, sin aviso, una práctica opuesta para ejercerlo. Fue también un atajo para sortear los escollos políticos que impedían la resolución de una crisis endemoniada, dado el expeditivo trámite de abandonar la izquierda para apoyarse en los factores permanente de poder. El ensayo, sin embargo, no podría haber salido peor: el gobierno de Lenín Moreno ha sido un fracaso rotundo.

A los males que arrastraba la economía, verdaderos cerrojos para su futuro, se sumó la pandemia. Ecuador, un país de 17,5 millones de habitantes, lleva perdidas más de 15.000 vidas y persisten en la memoria los momentos más dramáticos de la primera ola, cuando los hospitales colapsados de la ciudad costera de Guayaquil ya no podían admitir más enfermos, muchos de los cuales morían en sus casas y eran abandonados en la calle por sus familiares cuando entraban en descomposición.

La gestión –por darle algún nombre– que hizo Moreno de la pandemia termina a toda orquesta, con su ministro de Salud, Carlos Zevallos, repudiado por la sociedad e investigado por la Justicia por, supuestamente, haber reservado para sus familiares unas cuantas de las apenas 8.000 vacunas contra el covid-19 que hizo llegar al país hasta el momento.

El Lenín del paralelo cero no fracasó solo en lo sanitario sino también en lo económico, pero en ambos campos hay que reconocer que la tuvo difícil. Los años virtuosos del correísmo terminaron hacia 2014, cuando el precio internacional del petróleo declinó abruptamente, de más de 100 dólares por barril a unos 50. El crecimiento cero de 2019 se transformó, nuevo coronavirus mediante, en una depresión del 9% el año pasado.

La dolarización imperante desde 2000, cuya preparación contó con asesoramiento técnico del cavallismo argentino, ha sido apoyada por una sociedad que la adoptó como garantía de estabilidad, al punto que ni la izquierda correísta osó revocarla. Sin embargo, gastos siempre superiores a los ingresos fueron generando –dada la imposibilidad de imprimir una moneda propia, aunque eso fuera inflacionario– una fuerte acumulación de deuda, que en los años de Correa se multiplicó por cuatro hasta llegar a más de 40.000 millones de dólares, más de 40% del PBI. 

La necesidad de gastar todavía más en la emergencia, la reducción de los ingresos tributarios y el cierre del mercado crediticio obligaron a Moreno a renegociar con los acreedores privados y a acudir al Fondo Monetario Internacional (FMI). La tutela del organismo incluyó una dosis severa de ajuste que sacó a miles de personas a las calles y derivó en graves hechos de violencia en octubre de 2019.

Ante el desmadre, el economista Andrés Arauz se pegó a la figura de Correa, juró no repetir la traición de Lenín y propuso entregar 1.000 dólares a cada una del millón de familias de más bajos ingresos, dinero que debería salir de las reservas. Fomentar el empleo y empezar a vacunar en serio fueron otros puntos salientes de su programa electoral.

A sus disyuntivas sanitarias y económicas, Ecuador suma las políticas, no menos limitantes. Correa fue condenado en dos instancias por corrupción. Recursos de aclaración de última instancia y su exilio en Bélgica lo ponen a salvo de la condena a ocho años de cárcel que recibió, pero la inhabilitación –inicialmente de 25 años y finalmente establecida también en ocho– le impidió repetir la jugada de Cristina Kirchner y presentarse como vice de Arauz.

Si el correísmo mantiene fuerza, también la conserva la contra. Apartarse de la figura del expresidente implicaría para Arauz un suicidio similar al de Moreno, pero pegarse demasiado a él le generaría expectativas de muy difícil cumplimiento de desatar un nudo judicial a esta altura fatalmente apretado.

Además, la necesidad de buscar apoyo en otras formaciones de izquierda no podría ignorar el carácter fuertemente anticorreísta de parte de ese archipiélago, en el que sobresale el ayer candidato indigenista Yaku Pérez. Este, ni capitalista ni marxista sino “comunitarista”, aborrece tanto a Correa que en las elecciones de 2017 se alineó con quien ayer fue el principal contrincante de Arauz: el exbanquero Guillermo Lasso.

Los senderos del amor y el odio son insondables.

(Nota publicada en Ámbito Financiero).