(Foto: agencia Reuters)
De Milwaukee (Wisconsin, un estado oscilante importante para el Colegio Electoral) a Wilmington (Delaware), donde vive quien será proclamada como candidato presidencial, Joseph Biden. O, mejor dicho, al “aire” televisivo y a Internet debido a las restricciones que impone la pandemia en el país más golpeado del mundo, con más de 170.000 muertos. La Convención Nacional Demócrata que comenzó ayer adopta un formato mayormente virtual para consagrar la fórmula Biden-Kamala Harris, quienes intentarán vencer el 3 de noviembre al presidente Donald Trump y restablecer el funcionamiento tradicional del sistema político estadounidense. ¿Podrán hacerlo? ¿Les alcanzará con una estrategia basada, como siempre, en la ocupación del centro ideológico? ¿O esa es una apuesta más propia del pasado, como la que le permitió en 2012 obtener la reelección a Barack Obama, pero que fracasó de manera histórica hace cuatro años, habilitando a un populismo de derecha dura llegar a la Casa Blanca? Más allá de eso, ¿qué implicaría ese retorno al politics as usual para América Latina y para la Argentina?
Ayer fue el turno de los discursos del socialdemócrata Bernie Sanders y de la ex primera dama Michelle Obama, para muchos quien debió ser la compañera de fórmula del presidenciable. Como sea, fue una invitación al ala progresista del partido.
Hoy será el turno del expresidente Bill Clinton, gran exponente del centrismo demócrata, y de la esposa de Biden, Jill. Mañana les tocará desde el auditorio del Chase Center de Wilmington a Kamala Harris y a Obama, lo que hará de la jornada un guiño a minorías que no pueden faltar a la hora del voto si se quiere cambiar la historia. El jueves, finalmente, hablará el postulante de 77 años desde su casa de Delaware.
Las encuestas, por ahora, le sonríen. La última, de la cadena de TV ABC, difundida ayer, estira a 12 puntos porcentuales su ventaja sobre Trump entre los electores registrados, la que se recorta a 10 entre los que declaran una disposición más probable a votar. En tanto, el promedio de sondeos que elabora el sitio Real Clear Politics arroja una diferencia de 7,5 puntos.
El voto popular tiene una relevancia relativa dado el carácter indirecto de la elección. De hecho, en 2016, Hillary Clinton venció a Trump por 48,2% a 46,2%, pero perdió en el Colegio Electoral por 304 delegados a 227 debido a la combinación más efectiva del caudal republicano en los diferentes estados, lo que les permitió lograr un triunfo estrecho en los oscilantes y, en total, imponerse en 30 distritos. Alerta para los demócratas: de acuerdo con Real Clear Politics, el liderazgo en los territorios más peleados se acota a 4,3 puntos, zona de riesgo a falta de 76 días para el 3 de noviembre.
Biden es un moderado del partido. Harris, en tanto, es una afroestadounidense –hija de inmigrantes india y jamaicano– cuyo perfume progresista se vincula más con esa pertenencia simbólica que con su trayectoria o ideología.
Primera mujer negra en aspirar a la vicepresidencia y, para muchos, con sus 55 años, heredera natural de un eventual presidente Biden dentro de cuatro años, impulsó como fiscal general en California programas de reinserción social de exconvictos y de amplio acceso social a la información. Sin embargo, se opuso a proyectos de reforma judicial, se negó a avalar la reducción o conmutación de las penas de prisión por delitos menores –una queja frecuente de afroestadounidenses y latinos– y hasta deploró la despenalización de la marihuana. Más importante en un país que aún no sale de la conmoción por el asesinato de George Floyd a manos de policías, es acusada de haber dejado pasar varias causas con acusaciones de brutalidad contra uniformados. Cal y arena.
Esa ambigüedad la distingue también como defensora de una mayor imposición tributaria a las grandes corporaciones pero no a las fortunas personales, y como una enemiga de las regulaciones a los monopolios de Internet.
La disrupción que causó la victoria de Trump detonó la apuesta tradicional de demócratas y republicanos a buscar hacerse del centro político como carta ganadora. El magnate movilizó a amplios segmentos medios y de trabajadores empobrecidos, sobre todo por la competencia de potencias emergentes como China y los efectos de la globalización económica, hasta entonces apáticos y deseosos de sumarse a un proyecto que gritara America first. En los próximos comicios se pondrá a prueba si la repetición de esa receta conocida recupera vigencia, aunque sea más por el peso de factores aleatorios como la pandemia –con la recesión y el desempleo resultantes– que por un regreso real a la “vieja normalidad”.
En cualquier caso, esa vuelta a la política de siempre sería bienvenida por América Latina en general y por la Argentina en particular, que después de la era Trump acaso valoren mejor lo poco que Estados Unidos tuvo habitualmente para ofrecerles.
Con el actual presidente, la agenda hemisférica de la superpotencia se llenó de xenofobia, proteccionismo y una nueva “ley del garrote”. ¿Qué otra cosa si no esto último es la candidatura de Mauricio Claver-Carone al Banco Interamericano de Desarrollo (BID), lo que rompe con una tradición que data de 1959 y reserva esa silla a un latinoamericano?
La institución, clave para el financiamiento regional con créditos del orden de los 13.000 millones de dólares anuales, corre el riesgo de caer en manos de un anticastrista y antichavista recalcitrante, dispuesto a usar la entidad para, condicionalidades mediante, reducir la influencia de China en la región.
Esa puja es crucial para una Argentina que dependerá mucho del financiamiento multilateral hasta que el reciente acuerdo por la deuda derive en un posible regreso al mercado voluntario. Por eso la Cancillería intenta, junto a México, Chile y otros países de la región, además de miembros europeos del BID, posponer la elección prevista para el 12 y 13 de septiembre a marzo.
Para entonces, se espera, el vendaval de la pandemia habrá pasado y la reunión podrá hacerse de modo presencial. Pero lo que se desea que pase es, sobre todo, el huracán Donald.