LA QUINTA PATA | Los lanzallamas

(Foto: Noticias Argeninas).

“La Patria de la grieta inclusiva”. Esa fue la fórmula con la que Letra P sintetizó los banderazos del Día de la Independencia, que demostraron, una vez más, que en la Argentina existe una multitud para cada causa. Compatriotas dañados por una recesión larga y recargada por la pandemia, impulsores de medidas de prevención que superen la cuarentena, opositores con fundamentos, indignados perpetuos a quienes las cacerolas ya se les convirtieron en una prolongación de sus manos, escépticos de la ciencia, conspiranoicos del 5G y la “sinarquía” reciclada, defensores de una propiedad privada que no poseen y nadie amenaza, republicanos selectivos, antikirchneristas alla Libertadora y veteranos de la lucha contra el comunismo que aún vagan camuflados por las selvas de Indochina… Es injusto generalizar y hubo allí de todo, pero esa heterogeneidad no disimuló un rasgo común: el humor airado, que, en algún caso, mudó en violencia de hecho.

La política nacional tiene una larga tradición callejera, en la que las multitudes impresionan, a veces exageradamente, ciertos análisis que dan por el pito más de lo que el pito vale. La actualidad presenta un elemento todavía más distorsivo: quienes salen a copar el espacio público y sugestionan con su ruido son los que ya no resisten, por diversas razones, el aislamiento sanitario, mientras que aquellos que se les oponen, al menos igualmente numerosos, prefieren mantenerse guardados hasta que pase el peligro. La pandemia terminará, pero no el conflicto argento-argentino y cabe preguntarse, tal como van las cosas, en qué se transformará la calle cuando también salgan a ocuparla quienes hoy están ausentes con aviso. La grieta es un juego peligroso, especialmente cuando lo que viene luce tan inflamable. ¿Es posible hacer un país de este modo?

El siglo XXI sumó un ágora nueva a aquella: las redes sociales. La grieta arde allí, donde pululan curiosos, gente que escribe con mayor o menor responsabilidad, fantasmas de identidad numerada, trolls legislativos y retuiteadores imprudentes. La Argentina estará en problemas si los referentes de opinión retroalimentan los círculos más viciosos entre ambos foros y se convierten, antes que en bomberos, en lanzallamas.


La reaparición del miércoles de un impenitente Mauricio Macri, en la que meneó los delirios más difusos de algunos de quienes concurrirían al día siguiente a los banderazos, es una muestra de eso. Los comunicados con copy right de la presidenta de PRO, Patricia Bullrich, que siembran, sin tener siquiera indicios, sospechas de “gravedad institucional” en torno a crímenes horrendos pero de ejecución chapucera, van en la misma línea. Lo mismo cabe decir de Alfredo Cornejo y su amenaza absurda de un MendoExit.

La Patria de la grieta inclusiva es tal que pone a la oposición en proceso de mitosis.

El dislate de aquel comunicado solo fue refutado por los “machos del off the record”, quienes se contentaron con imponerle a la exministra la conformación de una “comisión de comunicados”. Dos días duró la pulseada: los banderazos del 9J que fueron saludados por aquella y por el partido que preside, así como por el propio Macri, no solo desautorizaron la cuarentena de Fernández sino también la que ordenó en su territorio Horacio Rodríguez Larreta. La ventaja pequeña, para peor, socava el efecto que esa medida busca: que los contagiados y muertos por COVID-19 sean menos y no más. A la violencia, por último, no le dedicaron ni siquiera un repudio de catálogo.

Mientras, en lo que le toca, esto es la súbita pasión catalanista de su mandamás, la Unión Cívica Radical calló, no se sabe si por disciplina, por complicidad o por no haber encontrado aire para hablar en medio de la risa.

El Gobierno también tiene lo suyo. El presidente Alberto Fernández figura entre el puñado de dirigentes que entiende la necesidad de establecer acuerdos, algo que demostró el 9 de julio al mostrarse rodeado de gobernadores de todos los palos y de líderes sectoriales no necesariamente afines. Lo entendía antes, cuando se peleó con Cristina Kirchner, y más ahora, cuando le toca cabalgar sobre ese potro hiperquinético que es la Argentina. Lo lamentable es que esterilice su mirada estratégica con traspiés tácticos, errores no forzados como el que lo llevó hace poco a tener que disculparse por haber retuiteado en caliente un mensaje que ridiculizaba redondeces y blancuras. Esta semana tropezó con la misma piedra al hacerse eco de un video en el que su jefe de Gabinete, Santiago Cafiero, refutaba a un periodista, el que incluía puñitos introducidos por un editor anónimo. Acaso lo haya excedido el placer de ver que la tarea de defender una gestión complicada y de apenas siete meses no recae ya exclusivamente en él. Pero no hay dos sin tres: en el marco de una comunicación apenas intuitiva, horas antes de los banderazos echó a perder una buena definición de fondo con una frase de forma tan malhadada como “vine a terminar con los odiadores seriales”.

Todo lo mencionado cruza asimismo al periodismo, tanto a los dueños de medios –que, más allá de excepciones notables pero cada más escasas, hacen de sus empresas palancas de intereses ajenos al negocio en sí mismo– como a los propios trabajadores. Demasiados protagonistas de los medios también fungen como lanzallamas.

La victimización llevada al absurdo, las cartas abiertas en nombre propio al presidente de turno, las arengas interminables y las etiquetas tuiteras descalificadoras dan exposición y alguna décima de rating, pero socavan el proyecto común. El Tabarís ya desborda.

“Corea del Centro” es una expresión generada en Seúl que fue abrazada con gusto en Pyongyang; las diferencias ideológicas no ocultan que en ambas capitales se habla el mismo idioma. En ninguna de ellas se entiende que, más que un acto, la crítica es una actitud, una forma de pensar entre otras, igualmente legítimas. Los que atribuyen tibieza a quienes “no se juegan” en blanco o negro ignoran que caminar por el campo en medio de la balacera cruzada nunca es cómodo, sobre todo si no hay trinchera en la que guarecerse, y que eso, muchas veces, limita expectativas profesionales.

Los coreanos de las puntas, que coinciden felizmente en torno a una expresión infeliz, son gente curiosa. Ayudantes de cocina que conocen lo que pasa en los fondos de restaurantes de dudosa higiene, no tienen reparos en pasar al salón y comerse platos cuya sazón no ignoran. A otros les resulta más difícil y, si bien tienen ideales sobre lo que debería ser la gastronomía, encuentran complejo encolumnarse detrás de un chef.

La historia muestra que los cambios sociales pueden darse de abajo hacia arriba o viceversa. La Argentina necesita uno con urgencia, dado el tiempo que sus ruedas llevan hundidas en el barro. ¿De dónde vendrá la fuerza motriz para impulsarlo? ¿Dónde están las reservas anímicas, morales, intelectuales y de liderazgo para ponerlo en marcha? ¿Estamos seguros de que las hay en volumen suficiente?

El periodismo es terreno fértil para los grandes egos. Eso es entendible, pero la profesión no puede ser más parte del problema que de la solución ni sobredimensionar su agenda sectorial en un momento de necesidades generales tan acuciantes.

La victimización llevada al absurdo, las cartas abiertas en nombre propio al presidente de turno, las arengas interminables y las etiquetas tuiteras descalificadoras dan exposición y alguna décima de rating, pero socavan el proyecto común. El Tabarís ya desborda.

La historia muestra que los cambios sociales pueden darse de abajo hacia arriba o viceversa. La Argentina necesita uno con urgencia, dado el tiempo que sus ruedas llevan hundidas en el barro. ¿De dónde vendrá la fuerza motriz para impulsarlo? ¿Dónde están las reservas anímicas, morales, intelectuales y de liderazgo para ponerlo en marcha? ¿Es que acaso las hay en volumen suficiente?

Esas preguntas adquieren un contenido dramático cuando el cambio que se precisa no es el de una simple conveniencia ni alude al modo de buscar un futuro de Argentina potencia. Quien viene del fracaso repetido tal vez se conforme con una decadencia digna, una que, al menos, asegure la vida, en los términos biológicos más estrictos, de todos los hijos de la Patria que acaba de celebrarse.

Poco favor a esa épica imprescindible para construir una realidad más humana hacen los referentes y formadores de opinión que boicotean cualquier posibilidad de entendimiento. No se trata de que todo el mundo esté de acuerdo en todo. Se trata de que las grietas bobas, que se agotan en sí mismas y meten miedo por un futuro que ya se intuye, no sirven para nada.

(Nota publicada en Letra P).