A comienzos de 2018, la Argentina perdió el acceso a los mercados de deuda y, mucho antes que eso, su atractivo como destino de inversiones productivas. Sin ese combo, el exceso de deuda que asumió en el período 2016-2018 demanda, más allá de la renegociación que tiene lugar en estos días, la generación de exportaciones que provean las divisas necesarias para hacer frente a los compromisos que surjan del reperfilamiento y, tanto o más importante que eso, a las importaciones que requieren los consumidores y el aparato productivo. El problema es cómo lograrlo cuando, además de un ambiente de crisis que tardará en disiparse, el país lidia con un problema preocupante de base: la falta de empresas capaces de protagonizar el imprescindible salto exportador.
De acuerdo con datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), reseñados en el último informe de la consultora Desarrollo de Negocios Internacionales (DNI), el número de empresas exportadoras de Sudamérica creció entre 2009 y 2018 un 11,25%, al pasar de 102.562 a 114.110. Se incrementó, de hecho, en Brasil, Chile, Colombia, Paraguay y Perú; se mantuvo estable en Uruguay; cayó levemente en Ecuador y se desplomó en Argentina, donde pasó de 13.259 a 9.529, lo que representa la pérdida de nada menos que el 28,13% de las usinas exportadoras del país.
Fuente: Desarrollo de Negocios Internacionales (DNI).
“Argentina tenía hace diez años, cuando gozaba de mejores precios internacionales de los productos que exporta, una cantidad de empresas exportadoras que era 13% del total en Latinoamérica. Pero en el último registro, en 2018, tenía 8,3% del total”, dijo DNI.
LA LUPA ASUSTA. Los datos lucen todavía peor si se los inspecciona más de cerca. El país “tiene una cantidad de empresas exportadoras que es solo 28,7% de las que tiene México y 32,9% de las de Brasil”, indicó DNI. Su número es incluso menor que el que de Colombia, país que supera a la Argentina en usinas de exportación por algo más de 17 puntos porcentuales.
Por otra parte, de las 9.529 compañías relevadas por la Cepal, apenas 12 realizaron ventas al exterior por más de 1.000 millones de dólares en 2018 y 20 por más de 500 millones. En el otro extremo, 359 empresas superaron los 10 millones de dólares de exportaciones ese año, 603 pasaron de 5 millones y unas 1.000 vendieron por 2 millones.
La reducción de la cantidad de empresas exportadoras es la contracara del deterioro que experimentan desde hace años las ventas externas del país. Estas, que alcanzaron su récord histórico en 2011 (84.268 millones de dólares), en 2019 fueron un 22% menores (65.115 millones).
“Se trata, entonces, de un universo pequeño que dificulta la capacidad de mejores ventas porque para lograr esas mayores presencias comerciales externas se requieren empresas con volumen, escala, dimensión, capacidad de estrategias internacionales, inversión, adaptabilidad, posibilidad de alianzas trasfronterizas”, explicó el informe.
Ese deterioro es la contracara del que experimentan desde hace años las ventas externas del país. Estas, que alcanzaron su récord histórico en 2011 en el comercio de bienes (84.268 millones de dólares), en 2019 fueron un 22% menores (65.115 millones). En tanto, en el mismo período, las de servicios declinaron más de un 12%, desde 15.606 millones de dólares a 13.700 millones.
NI GRANERO NI GÓNDOLA DEL MUNDO. Así las cosas, no sorprende que no haya empresas nacionales entre las mil más grandes del mundo y que, de acuerdo con un relevamiento de la revista América Economía, en 2019 solo hayan figurado seis argentinas entre las 100 principales “multilatinas” (multinacionales latinoamericanas). De ellas, Brasil y México tienen 28 cada uno, Chile 21, Colombia diez y Perú seis.
La crisis económica permanente, se ve, pasa factura en más de un sentido, en este caso a través de la destrucción o el achicamiento de empresas que en el pasado contaron con el know-how, los contactos, la cartera de clientes y el acceso a financiamiento necesario para exportar.
¿HAY SALIDA? Este medio conversó con el director de DNI, Marcelo Elizondo, el autor del informe.
Marcelo Elizondo, titular de la consultora Desarrollo de Negocios Internacionales. (FOTO: AGLP).
-¿Cómo se puede superar esta traba para un despliegue exportador que el propio gobierno enarbola como uno de sus máximos objetivos, una de la que prácticamente no se habla?
-Primero hay que ordenar la macroeconomía, es decir la inflación, la tasa de interés, la volatilidad cambiaria… Además, hay que considerar que los cambios constantes de política terminan afectando a las empresas. El desorden macro es lo que les impide el acceso al financiamiento y las condena a vivir día a día, impidiéndoles la elaboración de proyectos a mediano y largo plazo.
-También se habla mucho de la presión impositiva, a la que se suma ahora un incremento de las retenciones a los granos. ¿Cuánto influye ese aspecto?
– Ordenar el entorno jurídico e institucional para las empresas, que están sometidas a un ahogo regulatorio, impositivo y administrativo, es otro desafío. En el mundo, la tasa promedio de impuesto corporativo está bajando. En los años 1980 era, en promedio, del 40%, mientras que hoy es del 23%. Para las empresas argentinas es muy difícil competir con las regulaciones tributarias, administrativas y laborales que tiene el país.
-Todos los gobiernos llegan con la idea de realizar acuerdos comerciales en términos favorables para el país, pero los avances terminan siendo escasos. Ocurrió con el de Mauricio Macri y ahora Alberto Fernández plantea algo similar. ¿Esa es otra traba?
«Las empresas van a tener que hacer un esfuerzo. Un gobierno puede ordenar la macroeconomía, el marco jurídico y mejorar el acceso a mercados externos, pero las estrategias comerciales de las propias compañías son bastante anticuadas», dijo Marcelo Elizondo.
-Mejorar la inserción externa del país es otra tarea pendiente. Dos tercios de las exportaciones de la Argentina pagan altos aranceles en los mercados a los que se dirigen como consecuencia de la falta de acuerdos comerciales de apertura recíproca. Nuestros competidores nos superan en ese sentido. Pero no se trata solamente de la carga arancelaria, porque los aranceles han dejado de ser lo más importante. Hay confluencias regulatorias entre los países que hacen que el costo de adaptar un producto para su ingreso a un mercado sea menor cuando los países van ordenando exigencias parecidas en términos de legislación, regulación y sistema normativo. Esto implica un salto en el nivel de exigencias, pero son acuerdos que hay que hacer.
-¿Y qué hay de los propios empresarios nacionales, cuya actitud se cuestiona muy frecuentemente?
-Las empresas van a tener que hacer un esfuerzo. Un gobierno puede ordenar la macroeconomía, el marco jurídico y mejorar el acceso a mercados externos, pero las estrategias comerciales de las propias compañías son bastante anticuadas. Sobre todo van a tener que entender que en el mundo hoy se compite en base a la participación en cadenas de valor regionales o internacionales y ya no a través de operaciones spot aisladas, es decir con ventas vez por vez, que es lo que la mayoría de los exportadores argentinos hace.
PENSAR EL DESARROLLO. La escasez de divisas es un mal tradicional economía argentina, al que, en las últimas décadas, sumó alarmantes problemas para mantener un proceso de crecimiento sustentable. El mercado interno es importante y hoy da cuenta de unos dos tercios de la economía nacional, pero claramente ya no es suficiente cuando se tiene en cuenta que entre sus 44 millones de consumidores potenciales, el 40% está relegado por la pobreza. Exportar es la forma de ampliar el mercado para las empresas argentinas. La pelea por lograr ese salto va a ser ardua e incluirá aspectos que se tienen poco en cuenta, como la propia escasez de compañías capaces de protagonizarlo.