El 8 de abril de 2001, un Juan Román Riquelme esmirriado y que, aunque ya era amado por los hinchas, todavía estaba en la fase de construcción del ídolo que sería dividió aguas en el mundo Boca con el primer desplante serio que sufriría el entonces exitoso presidente, Mauricio Macri. Tras marcarle un gol a River en la Bombonera, esquivó los abrazos de sus compañeros, corrió hacia los palcos y se quedó mirando fijamente, con las manos detrás de sus orejas, al hombre que no atendía su pedido de quedarse en el club y se empecinaba en convertir su pase en mucho dinero.
A ese choque, plasmado en un gesto que se recuerda como el del “Topo Gigio”, le seguirían otros: la renuncia de Daniel Angelici en 2010 como tesorero en protesta por la extensión del contrato que pretendía firmarle el entonces presidente, Jorge Amor Ameal, comienzo de la carrera política grande de aquel en el club; y la salida final del crack en 2012, cuando el propio Angelici se mostraba renuente, otra vez, a prolongar su vínculo. La candidatura a vicepresidente segundo, detrás del mencionado Ameal, para los comicios del 8 del mes que viene, anunciada ayer, supone el último acto de rebeldía de Riquelme y la amenaza más seria a una hegemonía macrista de casi un cuarto de siglo en el club más popular de la Argentina.
Dada esa historia de desencuentros ásperos, llamó la atención, en los últimos días, la insistencia de algunos sectores de la prensa en insistir en una improbable alianza entre el exfutbolista y Angelici. Los contactos existieron, algo que reconoció el propio Riquelme, como producto de su pedido inicial de una unidad total entre los distintos sectores políticos. Sin embargo, caída esa posibilidad, su inclinación lo llevó hacia el sector que más y mejor encarna el deseo de cambio de una buena parte de los hinchas.
Su intervención en la vida del club era un clamor para el 80% de los socios, de acuerdo con una de las múltiples encuestas con las que oficialismo y oposición han abrumado en los últimos meses. Así, su respaldo final a la principal alternativa opositora amenaza con inclinar el fiel de una balanza que ya se mostraba adversa al macrismo-angelicismo por sus tropiezos futbolísticos de los últimos ocho años, en particular en el plazo internacional, y la partidización excesiva que introdujeron en un club que, carente por estatuto de representación de las minorías, se convirtió cada vez más en un verdadero feudo. Se trata de un destino injustamente modesto para una pasión tan arrasadora.
Tras su derrota en las elecciones presidencial y bonaerense del 27 de octubre, al Pro solo le queda como bastión la Ciudad Autónoma de Buenos Aires… además de Boca Juniors. Se equivoca quien minimice la importancia del club para ese proyecto político. Se trata de una de las vidrieras mediáticas más potentes de la Argentina, capaz de construir carreras con escala en la Presidencia de la Nación, tal como ha demostrado el propio mandatario saliente. Y, por si eso fuera poco, implica el manejo de una caja superior a los $ 3.700 millones, según el presupuesto en vigor, casi el 40 % del correspondiente a una capital de provincia como La Plata.
De acuerdo con las encuestas conocidas, desde el anuncio de ayer, el viento parece soplar a favor del trío Ameal, Mario Pergolini y Riquelme. Sin embargo, los sondeos y sensaciones pueden ser engañosos, ya que los oficialismos juegan con el caballo del comisario en los clubes argentinos. El uso de recursos de los socios en beneficio propio (algo que se ha comprobado repetidamente en esta larga campaña boquense) y el manejo discrecional de bolsones de votos (de peñas del interior, barras y hasta aparatos partidarios) impiden hacer pronósticos tajantes. Sin embargo, la sensación de zozobra que se apoderó ayer del oficialismo xeneize resulta la mejor medida del clima del momento.
Juan Román Riquelme, el hombre que lanzó el primer desafío a un macrismo en ascenso, se convierte hoy en su mayor amenaza en la hora del ocaso. Una verdadera bomba política.