El 12 de mayo vence el ultimátum dado por el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, a los signatarios europeos del acuerdo nuclear con Irán para renegociar el mismo en términos más duros, sin lo cual, dijo, lo dará por caído y reinstalará las sanciones económicas a la República Islámica.
El 14 de mayo será el acto oficial por el que Estados Unidos instalará su embajada en Jerusalén, modificando de raíz una política de las presidencias anteriores tendiente a no reconocer la ocupación israelí del este de esa ciudad y, con ello, a no dar por tierra con las aspiraciones palestinas a instalar en ese sector la capital de su futuro Estado. Todo un símbolo: ese día es, según el calendario occidental, el de la declaración de Independencia de Israel.
El 15 de mayo, por último, los palestinos recuerdan la “nakba”, su “catástrofe” nacional, dada por la pérdida de su territorio a manos del nuevo Estado judío y la emigración forzada de cientos de miles de personas que se convertirían desde entonces en refugiados.
El combo augura fuertes tensiones y la posibilidad de que la violencia brote, una vez más, en los territorios palestinos ocupados.
Como si eso fuera poco, madura en el Gobierno de Benjamín Netanyahu la decisión de actuar a gran escala en Siria y en el Líbano, en reacción a la creciente presencia militar iraní en ambos países.
Según Israel, la guerra civil siria, en la que Teherán respaldó junto a Rusia a su aliado Bashar al Asad, le permitió al régimen teocrático instalar bases militares, instalaciones para el ensablado de misiles y el traslado de proyectiles de alta precisión. Lo mismo ocurre, afirman, en el sur del Líbano, bastión de la milicia chiita Hizbulá.
Israel considera que la ubicación de esas instalaciones a menos de 20 kilómetros de las respectivas fronteras constituye un “casus belli”.
Se avecina un mayo especialmente caliente en Medio Oriente.
(Nota publicada en Ámbito Financiero).