Brasil entrará desde hoy en terreno desconocido, cuando se cumpla, si nadie saca antes de la galera un nuevo conejo legal, la orden de prisión contra Luiz Inácio Lula da Silva librada ayer por el juez federal Sérgio Moro. La izquierda perderá a su candidato; el sistema político, su mayor punto de referencia de los últimos quince años; y la elección presidencial de octubre, la única postulación que no presentaba dudas sobre su viabilidad. Y, encima, una grieta que partirá cada vez con más furia a la sociedad brasileña.
Las clases medias urbanas que odian visceralmente a todo lo que huela al Partido de los Trabajadores tienen desde ahora un nuevo motivo para idolatrar al juez que es emblema de la operación “Lava Jato”. Sin embargo, el equipo jurídico del exmandatario ya se prepara para que el cautiverio tenga una duración mucho menor que los 12 años y un mes decididos por una corte de apelacionesde Porto Alegre.
La jueza del Supremo Tribunal Federal (STF) que emitió el voto decisivo en la noche del miércoles, Rosa Weber, aclaró que rechazó el habeas corpus a favor de Lula para dar “seguridad jurídica” al país, algo que logró, dijo, respaldando la posición mayoritaria del cuerpo expresada en octubre de 2016, cuando entró en vigor la jurisprudencia que avala el cumplimiento anticipado de condenas. Sin embargo, sugirió que si en el futuro se trata la cuestión de fondo, esto es si la prisión antes de que exista sentencia firme es constitucional o no, puede cambiar su postura.
En tal caso, Lula y otros reos (no solo los condenados por corrupción) podrán salir de la cárcel en tanto no haya causales que ameriten prisiones preventivas, como los peligros de fuga o de entorpecimiento de las causas. La pregunta es cuándo ocurrirá dicha revisión.
La respuesta que le dio a Ámbito Financiero un asesor legal muy importante del líder del PT es que eso ocurrirá “no antes de un mes, pero no después de algunos meses”.
El gran obstáculo para el tratamiento de dos “acciones de constitucionalidad” ya presentadas es la presidenta del STF, Cármen Lúcia Antunes, quien dejará su cargo en septiembre para ser reemplazada por un ministro “lulista”, Dias Toffoli. Este debería habilitar el tratamiento del asunto y, considerando lo dicho por Weber, la garantía constitucional de que cualquier acusado tiene derecho a aguardar en libertad hasta agotar el “tránsito en juzgado” de sus causas recobraría su vigencia.
Weber, alguien capaz de fundamentar de modo impecable que es de día a las doce de la noche, merece un párrafo para ella sola. En 2016 votó contra la prisión anticipada, mientras que el último miércoles respaldó la continuidad de esa jurisprudencia y, a la vez, sugirió un voto futuro en contra de la misma. Es decir que, alegando la necesidad de que Brasil tenga “certezas” avaló que un ciudadano, Lula en este caso, pierda su libertad en virtud de lo que ella misma considera una violación de la Constitución. El mundo jurídico brasileño actual tiene razones que la razón no entiende.
Mientras, la defensa espera que haya novedades antes del reemplazo de Cármen Lúcia por Dias Toffoli si es que algún magistrado se anima a reclamar la inclusión del tema de fondo en una sesión. Se viene un juego muy fuerte de presiones que excederán largamente lo jurídico.
En medio de la confusión, lo que luce más claro es el futuro político de Lula, valga el oxímoron.
Será enorme el impacto de ver privado de su libertad al gran símbolo de los gobiernos progresistas y populistas que dominaron la política sudamericana de comienzos de siglo, algo que en el corto plazo supondrá un elemento desestabilizador para el sistema político brasileño. En términos más claros: sin Lula en la cancha, casi cualqueir cosa puede salir de los comicios de octubre y cabe interrogarse, aun corriendo el riesgo de una anticipación exagerada, por la ilegitimidad que “medio Brasil” le achacará a un presidente surgido de un juego que considera amañado y proscriptivo.
El analista Paulo Kramer le dijo desde Brasilia a Ámbito Financiero que “para el mercado financiero, un Lula impedido de competir o, incluso imposibilitado de hacer campaña, es más importante que un Lula preso. Pero claro que la perspectiva de la prisión torna aquellas dos perspectivas todavía más remotas”.
En un sentido, Lula es víctima de sí mismo. Su inhabilitación como candidato es una obra suya. Fue él quien, seis meses antes de dejar el poder en 2010, hizo suya una iniciativa popular tendiente a quitarles los derechos políticos a los condenados por delitos contra la administración pública. La misma, que recibió más de un millón y medio de votos, fue aprobada en el Congreso por una mayoría calificada y con el apoyo militante del Partido de los Trabajadores. Lógicamente, Lula la promulgó con su firma. Por más que la norma, llamada de “ficha limpia” y aplicada sin mayores cuestionamientos desde entonces, resulte también conflictiva con las ideas de presunción de inocencia (hasta sentencia firme) y de soberanía popular, ¿cómo haría ahora el líder de la izquierda para impugnarla?
Su salida de la carrera no implica, con todo, que abandone la campaña. Aun preso, Lula será un factor político importante. Su encarcelamiento seguirá despertando polémicas y su probable endoso de una postulación alternativa, dentro del PT o en el ecosistema más amplio de la izquierda brasileña, tendría un peso grande. ¿Será suficiente su dedo para meter a un elegido en un segundo turno, dada la extrema fragmentación de la intención de voto que muestran los sondeos?
De acuerdo con Kramer, “lo que importa ahora es discernir cuál será la preocupación que tendrá mayor peso en la decisión de los electores. ¿Será la economía, el combate a la corrupción o la seguridad pública? En ese sentido, el experto apunta a la derecha. Muy a la derecha.
“El discurso de Jair Bolsonaro conjuga la segunda y la tercera de esas cuestiones”, señaló en referencia a quien marcha segundo en todos los sondeos y, sin Lula, pasa de hecho al frente. El diputado de ultraderecha “aparece bien posicionado, al frente de los virtuales adversarios de centro, ninguno de los cuales todavía se ha mostrado capaz de presentar una candidatura viable y atractiva”. Pero se escenario podría cambiar con la irrupción de algún “outsider”, arriesga.
El juego termina para Lula. Para Brasil, recién comienza.