Los mercados globales, recelosos a la letra chica del G20

Las grandes reuniones internacionales, como la del Grupo de los 20 que se desarrolla este lunes y martes en Buenos Aires, tienen muchos críticos y pocos defensores. Los primeros argumentan que no sirven para gran cosa y que sus comunicados siempre terminan hablando de generalidades, sin que sea posible que representantes de economías tan diversas y atravesadas por intereses tan disímiles logren ponerse de acuerdo en nada significativo. Los segundos, en tanto, rescatan los temas que se ponen en el foco, indicio de acciones futuras, y las conversaciones bilaterales, de pasillo, que no quedan registradas pero que resultan relevantes a la hora de explicar las respuestas a los grandes desafíos.

Nada para desesperarse, podría decirse. Sin embargo, en la jornada en que comenzó la discusión en esta ciudad, los grandes mercados financieros globales sufrían fuertes pérdidas. Las causas eran variadas: desde malas noticias de grandes compañías tecnológicas hasta lo que puede hacer la Reserva Federal estadounidense en su reunión de esta semana, la primera desde que la preside Jerome Powell, quien sugirió que podría subir la tasa de referencia hasta cuatro veces este año… Y, claro, el encuentro en Argentina. ¿Qué se teme de él?

Por un lado, se trata de una desconfianza congénita. Esa zona liberada de controles internacionales que son los mercados financieros recela siempre de las reuniones de las burocracias gubernamentales, siempre tentadas, cree, de imponer regulaciones a la libre circulación del dinero.

Esto tiene un correlato en el debate entre los ministros de Finanzas y presidentes de bancos centrales del G20 sobre el auge de las criptomonedas, que proliferan hoy a imagen y semejanza del arquetípico bitcoin. Financistas de primera línea creen que son una mera burbuja y un cazabobos para los inversores menos sofisticados, que no representan ninguna medida de valor y que son el fermento de una crisis global grave. Pero quienes hacen fortunas rápidas en mercados extremadamente volátiles los acusan de ser chapados a la antigua y no quieren ver ningún tipo de regulación sobre ellas, sin que los sensibilice el hecho de que la falta de controles las convierte en vehículos excelentes para dinero caliente de todo tipo, desde el que proviene del narcotráfico hasta el que financia el terrorismo. Unos y otros saben que una mayor regulación es solo cuestión de tiempo. La duda es si llegará antes o después de la próxima crisis, y de los ganadores y perdedores que inevitablemente dejará.

Los defensores de las criptomonedas se tranquilizaron al saber que justo antes del inicio de las deliberaciones del G20, el director del Financial Stability Board, Mark Carney (también titular del Banco  de Inglaterra), dirigió una carta a los ministros de Finanzas del foro en la que afirma que aquellas “no suponen riesgos a la estabilidad financiera global en este momento  (…) en parte porque son una proporción relativamente pequeña del sistema. Incluso tras su pico reciente, su valor combinado de mercado representa menos del 1% del PBI global”. Tras conocerse eso, el bitcoin rebotó 1.000 dólares hasta cotizar a más de 8.300. Una volatilidad de locura solo apta para muy valientes.

El FSB (Consejo de Estabilidad Financiera, traducido), con sede en Basilea, fue creado después de la reunión del G20 en Londres, en 2009, en un ejemplo más de lo que a veces sale de ese tipo de reuniones y genera alergia a muchos inversores globales.

Por otro lado, el foro porteño es hoy una caja de resonancia de la guerra comercial que Donald Trump amenaza con desatar. No se trata solo de los aranceles al acero y el aluminio, por más que ya dejen damnificados, y de las respuestas que estos vayan a merecer de otros países. Lo que se juega, en el fondo, es la idea de que Estados Unidos adoptó un curso de acción proteccionista unilateral, y que las investigaciones que ese papis abrió en diversas áreas sobre presunto dumping de China podrían ser la verdadera declaración de hostilidades, que dejaría a Europa y al resto del mundo como rehenes.

Otro foco de los diálogos reservados, y de interés para los mercados, es qué visión predomina entre los responsables políticos sobre el reciente rally de Wall Street y otras grandes bolsas mundiales. La economía mundial marcha bien, Estados Unidos crece casi al 3,5%, Europa deja atrás su crisis y Asia nunca dejó de expandirse. Sin embargo, para algunos ese auge recuerda la definición de “exuberancia irracional” que alguna vez definió Alan Greenspan.

Lo cierto es que la Fed ya trazó un sendero de subas de tasas y se espera que Europa siga el mismo camino desde fines de este año o comienzos del próximo, lo que podría poner fin al boom.

Más allá de las tasas, hay datos de la economía dura que contribuyen a esa idea. Trump apuesta, a la vez, a reducir masivamente los impuestos a las grandes empresas y a aumentar el gasto en infraestructura y defensa, todo lo cual llevará a un incremento fuerte del déficit fiscal. Ese agujero deberá ser financiado con deuda, por lo que el incremento del precio del dinero podría ir más allá de lo esperado. Una posibilidad no inmediata pero temible para un país como la Argentina, muy dependiente de los mercados de deuda para financiar sus propios desequilibrios y su política fiscal gradualista. El alivio, precario, es que la inflación estadounidense sigue por debajo del 2% fijado por la Fed como su límite para acelerar con la tasa.

Los comunicados de foros como el G20 pueden resultar decepcionantes. Pero no son más que el plato que se les sirve a comensales que ni se imaginan lo que pasa en la cocina del restaurante.

(Nota publicada en Letra P).