El terrorismo indetectable y anárquico de la actualidad se había ensañado hasta ahora sobre todo con estadounidenses y europeos, pero su propia lógica lo hace indiscriminado. Si en un episodio similar, el registrado en julio último en Barcelona, una argentina se había contado entre los muertos, hoy, tristemente, el fenómeno segó en Nueva York las vidas de cinco conciudadanos.
De nada vale que nuestro país no esté en la primera línea de la pelea global contra el yihadismo y no hay modo de vincular lo ocurrido con ninguna orientación de política exterior. Lo que manda es un caos contra el que no parece haber mucho por hacer.
Aparatos de inteligencia atrofiados hasta el extremo de poner en jaque libertades individuales que Occidente creía aseguradas. Vigilancia global de las telecomunicaciones. Obsesivos controles en los aeropuertos. Impactantes limitaciones al movimiento de personas. Refuerzo de las fronteras y hasta construcción de muros. Ejércitos peleando contra organizaciones fantasmales y ocupando territorios, no se sabe si para aplacar el odio o para atizarlo. Todo eso y más intentó la comunidad internacional contra la violencia yihadista, pero la amarga conclusión es que el “éxito” de todo lo intentado parió un peligro nuevo contra el que no hay recetas.
Tan ineficaces son los ejércitos contra las organizaciones clandestinas como la propia inteligencia contra el nuevo terrorismo que volvió a golpear en Nueva York. Uno que jubiló rápidamente la era de los atentados espectaculares y sincronizados, de sofisticada logística, al estilo que impuso Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001. No hay cabezas, órdenes ni células. Basta con una sigla y con una apelación inespecífica a los “fieles” a golpear a cualquiera en cualquier parte, por cualquier medio. Y la determinación de un “lobo solitario” capaz de eludir todos los radares.
La etapa del nuevo terrorismo pulverizado fue anticipada por el sirio Abú Musab al Suri, nacido en Alepo, Siria, en 1958 y cuyo rastro se perdió entre los “sitios negros” de la CIA a partir de su captura en 2005.
En su libro de 1.600 páginas Llamado a la Resistencia Islámica Global, publicado en Internet en 2004, este ideólogo propuso dejar la “tercera yihad” (posterior a las libradas contra los soviéticos en Afganistán en los años 80 y contra los estadounidenses en Irak desde 2003) en manos de militantes solitarios, sin vinculación con una cúpula. En manos de fantasmas. ¿Eso podría desatar persecuciones entre las comunidades islámicas instaladas en Occidente? Mucho mejor, añadió. Eso las radicalizaría y las volcaría masivamente hacia la lucha.
Al Suri (“El Sirio”) se alejó de ese modo de las estrategias de Al Qaeda, organización a la que había pertenecido pero que terminó cuestionando duramente por entender que su estricta jerarquización facilitó su desmembramiento por parte de la inteligencia occidental.
El Estado Islámico se apropiaría de la nueva doctrina. Un extremo de la pinza de su accionar fue la proclamación en junio de 2014 de su “califato” en zonas de Irak y Siria, ya colapsado pero que por tres años le dio control territorial y cuantiosos recursos provenientes del contrabando de petróleo, la rapiña y el cobro de tributos. La otra punta fue, justamente, el terrorismo inorgánico para la yihad global.
Quien fuera el vocero del EI, el sirio Taha Sobhi Falaha, conocido por su nombre de guerra Abú Mohamed al Adnani, resumió la nueva era en un video de ese mismo año dirigido a todos los musulmanes del mundo. Esto ordenó hacerles a los occidentales:
“Si no pueden conseguir una bomba o balas, destrócenles la cabeza con una piedra o asesínenlos con un cuchillo, atropéllenlos con sus autos, arrójenlos al vacío desde un lugar elevado, estrangúlenlos o envenénenlos. Si tampoco pueden hacerlo, quémenles la casa, el auto o su empresa, destrocen sus cosechas. Y si tampoco pueden, escúpanles la cara”.
El hombre fue abatido el año pasado, pero su atroz llamamiento lo sobrevive. Y esta vez terminó con vidas de hermanos de todos nosotros.
(Nota publicada enambito.comy Ámbito Financiero).