Una parte importante de los argentinos que votaron el último domingo son simplemente cómplices de una corrupción que conocen y siguen apañando.
Otros, igualmente culpables, optaron por candidatos que recién se despegaron de esa herencia maldita en 2013 o ahora mismo, pese a haber ocupado hasta el final altas posiciones en el anterior Gobierno.
Mientras, una mayoría relativa no hizo más que convalidar un brutal ajuste en ciernes, insensible a las necesidades de los más pobres, y, para peor, premiando a una candidata que acababa de realizar declaraciones escandalosas sobre Santiago Maldonado.
Así es como nos vemos recíprocamente los argentinos. Pero dado que la suma de esas presuntas claudicaciones morales da cerca del ciento por ciento de los votos, cabe la pregunta: ¿somos todos cómplices de las peores conductas, una población ya sin redención moral posible?
Los propios dirigentes son responsables y, a la vez, víctimas de esas estigmatizaciones. El mejor ejemplo es hoy Elisa Carrió.
En efecto, la chaqueña advirtió en octubre de 2011 que los votantes de la entonces presidenta reelecta serían “corresponsables de la historia; no sólo Cristina, también millones de argentinos que vieron lo que pasaba e igual la votaron”. Más recientemente, en abril, cuando la Cámara de Diputados trató el primer intento de desafuero de Julio De Vido, Lilita se desahogó de nuevo, al afirmar que “la culpa no es de Cambiemos si es débil, la responsabilidad la tiene también aquella parte del pueblo de la Nación que sabiendo que roban, vota ladrones”.
El problema es que ese modo de acusar esta vez se le volvió en contra. Tras su reciente saga de declaraciones reprensibles sobre Santiago Maldonado (el conocido “veinte por ciento de posibilidades de que esté en Chile” y la comparación de su cuerpo con el que supone congelado de Walt Disney), muchos, incluso comunicadores de primera línea, señalaron que el triunfo aplastante de la chaqueña habló más de la catadura moral de los votantes porteños que de la de ella misma.
¿Pero es correcto decir que si alguien vota a un candidato objetable es tan perverso como él, algo que podríamos denominar “doctrina Fito Páez”?
La hipérbole a veces sirve para ilustrar un argumento. Tras los atentados del 11-S de 2001, Osama bin Laden justificó los tres mil civiles muertos que dejó apelando a esa opaca relación entre representantes y representados: «Pueblo estadounidense, su seguridad no está en sus manos. Su seguridad depende de la política que adopte su Gobierno». El que ustedes votan, podría haber acotado.
Celia Kleiman, directora de CK Consultores/Polldata, le dijo a ambito.com que “el voto es un producto de discursos, de hechos concretos. Es multicausal. La cuestión no pasa por si los argentinos somos buenos o malos . La oferta de candidatos es la que hay”.
Si se trata de una cuestión de oferta, ningún eslogan fue más directo que el del kirchnerismo en 2013: “En la vida hay que elegir”.
Así, el votante elige, opta entre las ofertas concretas que le brinda el mundo político y lo electoral aparece casi como la góndola de un supermercado.
Pablo Knopoff, director de la consultora Isonomía, le explicó a ambito.com que “si no tengo trabajo y ese es mi mayor problema, voy a optar por alguien que me represente en ese reclamo. Difícilmente encuentre a alguien que exponga todo lo que siento o deseo, pero lo más probable es que me vote a mí mismo, digamos, a lo que más se me parece o a lo que mejor defienda mi problemática principal”.
Por ejemplo, amplió, “con lo dicho por Carrió sobre Maldonado, uno puede preguntarse cómo pudo ocurrir que no haya perdido votos. Lo que ocurre es que para que eso pase, esos votos deberían haber ido a otro lado. El juego del voto es de suma cero: la opción de una persona va a un candidato o a otro, no se reparte. Uno, entonces, elige a un postulante pero no lo avala en todas sus dimensiones”.
Sin embargo, no todas son justificaciones. “Los argentinos somos pasionales, solidarios y contradictorios a la vez. Y solemos estar muy expuestos al llamado ‘efecto tercera persona’: a mí no me va a pasar, no me van a engañar como a los demás. Además, muchas veces tenemos tendemos a no respetar las reglas. Para no perder tiempo buscando lugar, estaciono en doble fila, o paso por encima del molinete cuando voy a la cancha. Lo que no vemos es que lo que nos parece una ventaja plena, también tiene un costo, que es, por ejemplo, que mi hijo me está mirando”, completó el director de Isonomía.
Por otro lado, definir qué se busca en el cuarto oscuro resulta cada vez más complejo. De acuerdo con Kleiman, ese “es un tema que hay que volver a estudiar. Lo que ocurrió el domingo expone un cambio de paradigma social. Por ejemplo, me llaman la atención los votos que sacó Cambiemos en la Tercera Sección Electoral. El conurbano tuvo bastante de amarillo y eso es algo sobre lo que hay que reflexionar”. Según ella, “aunque no se lo haya explicitado mucho en propuestas, se terminó de privilegiar, por ejemplo, el valor del cambio. Eso modifica la idea de que se vota con el bolsillo. Hay un cierto cambio de paradigma, hay un nuevo ciclo”.
Knopoff, por su parte, no se sorprende. “El voto está dictado por un componente emocional y por lo que llamamos ‘el primer metro cuadrado’”, esto es la situación personal más inmediata del ciudadano, dijo.
Ahora bien, ¿cómo es que los argentinos llegamos siempre a definir el voto de manera agónica, sometiéndonos a la tensión de optar entre propuestas que presentan lunares éticos difíciles de disimular. La llamada “grieta”, a la que juegan desde hace años los sectores políticos predominantes, parece guardar una respuesta.
“La última campaña fue más propia de una elección presidencial por el éxito que tuvieron las estrategias de polarización y la lógica amigo-enemigo. En un sentido, el kirchnerismo y el macrismo son primos hermanos y funcionan en espejo. Sin ofender a nadie, son dos relatos; uno con eje en la agenda social y el otro, en el tema de la corrupción. Todo eso derivó en un resultado mucho menos pluralista del que, a priori, se habría esperado de una legislativa”, señaló Kleiman.
Acaso en ese punto se abra una ventana al futuro. Más cabeza y menos pasión ciega sería una receta para que esos de enfrente no terminen votando siempre a impresentables. ¿No es cierto, lector?
(Nota publicada en ambito.com).