Un artículo del diario O Globo dijo el fin de semana que si el presidente de la Cámara de Diputados de Brasil, Rodrigo Maia, quiere ser el próximo presidente deberá ser “el Temer de Temer”, esto es traicionar a su jefe como este lo hizo con Dilma Rousseff. Y, según corrillos en Brasilia, los indicios indican que lo desea.
El último número de la revista Época le atribuyó haberles dicho a “personas cercanas” que Michel Temer “ya cayó” y que se prepara para organizar la votación en la que la Asamblea Legislativa debería designar a quien complete el mandato que vence el 1 de enero de 2019.
Ser “el Temer de Temer” implicaría para Maia abandonar la larga alianza que mantuvo con el mandatario y esterilizar las maniobras de este para que la Cámara baja bloquee la acusación por corrupción pasiva (recepción de coimas) que la Procuración General le levantó ante el Supremo. Para que el juicio proceda, el acosado jefe de Estado debería ser suspendido por 180 días con el voto de dos tercios de los diputados, algo que se consideraba improbable hasta ahora pero que, debido a la erosión de la base aliada, comienza a asomar como un desenlace posible.
En tal caso, Temer sentiría el amargo sabor de la conspiración que él mismo le había hecho probar le hizo probar a su antecesora, contra quien, como vice, operó activamente en el proceso que la llevó al juicio político y a la destitución hace casi un año.
Brasil vive de zozobra en zozobra y ningún liderazgo parece a salvo de los arrepentidos y de la operación “Lava Jato” (lavadero de autos). Tampoco lo está el de Maia, hombre del partido conservador Demócratas en Río de Janeiro, de 47 años, nacido en Chile e hijo de Cesar Maia, quien fuera tres veces alcalde de esa ciudad. En efecto, fue señalado varias veces en los acuerdos de delación premiada firmados por exejecutivos de Odebrecht.
Uno de ellos, João Borba Filho, dijo haberle entregado 850.000 reales en negro en sendos pagos en 2008 y 2010, una suma hoy equivale a 260.000 dólares.
Otro delator, Carlos Fadigas, expresidente de la petroquímica Braskem (perteneciente a Odebrecht), dijo haberle dado 100.000 reales (módicos 30.000 dólares en la actualidad) en el marco del reparto de fondos con el que la empresa compró una serie de desgravaciones para el sector.
Pese a ello, quienes ponderan la viabilidad de una Presidencia Maia, creen que el tenor relativamente discreto de esas denuncias (con montos propios de quien fue hasta ahora un actor de reparto) lo deja a salvo de revelaciones «atómicas”. ¿Quién puede asegurarlo?
Las versiones sobre una eventual traición de Maia encontraron a Temer en Hamburgo, adonde acudió, después de muchas dudas, para participar en la reciente cumbre del Grupo de los 20. Fueron tan intensas las especulaciones que el Presidente debe haberse arrepentido de haber viajado. Así, ni bien regresó, lo primero que hizo fue citarlo en la residencia oficial, el Palacio de Jaburu, el mismo lugar donde lo grabó subrepticiamente el empresario de la carne Joesley Batista, dando inicio a sus actuales desvelos.
Manchado como más de cuarenta de sus colegas y veintinueve senadores, Maia es para estos un nombre potable para la transición hacia las elecciones de octubre del año que viene.
Por un lado, porque los problemas que comparte con ellos lo hacen confiable para buscar alguna amnistía para los delitos de “caja dos”, esto es de financiación ilegal de campañas; segundo, porque su escasa proyección hace que no resulte peligroso; tercero, porque está comprometido con las reformas promercado que impulsa el establishment empresarial y financiero.
Brasil contiene el aliento: otra traición puede estar en marcha.