Cristina y Macri en la provincia: una batalla de riesgos altos y premios inciertos

Despejadas las incógnitas sobre las candidaturas para las primarias del 13 de agosto y para la elección legislativa del 22 de octubre, se confirma que la provincia de Buenos Aires concentrará las apuestas de mayor riesgo de los principales grupos políticos.

Por supuesto que el país es más que la provincia y, en ese sentido, Cambiemos ya puede ensayar la vuelta olímpica por el hecho de ser la única propuesta de alcance verdaderamente nacional.

El peronismo, en contraposición, es un mosaico irregular, en crisis continua y de sumatoria hoy imposible. En él, el kirchnerismo intenta reinventarse desde una condición mayormente metropolitana y con escasa inserción en un interior en el que predominan caudillos con visiones e intereses disímiles, en no pocos casos condicionados por la necesidad de apoyo nacional.

El massismo, un tanto desperonizado pero con los refuerzos de GEN y Libres del Sur, no deja de ser un frente provincial, con eje en el conurbano y al que ni siquiera le resulta sencillo cruzar la General Paz en dirección al obelisco.

Pero, como ocurrió en otras elecciones de mitad de mandato, como las de 2009 y 2013,  los reflectores no se concentrarán en la noche del 22O en lo nacional, porque nada de lo que ocurra a ese nivel alterará de manera drástica la relación de fuerzas en el Congreso. La pelea grande estará en otro lado.

La confirmación de la candidatura a senadora de Cristina Kirchner por la provincia de Buenos Aires fue, sin dudas, la noticia más fuerte de un sábado de gestiones nerviosas, llamados cruzados, ofertas imposibles y muchos enojos. Su problema es que el riesgo que toma es muy grande en una época de primeras minorías estrechas.

La puja bonaerense cobra un carácter más nacional que nunca, no solamente por concentrar casi el 40% de los votos del país. Será el campo de batalla en el que se moverán Cristina, María Eugenia Vidal, Sergio Massa y Florencio Randazzo, figuras con aspiraciones muy superiores a las bancas que estarán en juego.

El Gobierno sueña con que el proceso electoral que comienza ahora suponga el final del kirchnerismo, pelea que, claro, se dirimirá en ese distrito. Este último, que signifique su resurrección y un freno al ajuste que se profundizará cuando se guarden las urnas. Massistas y randazzistas, que suponga el inicio de una era más amigable para opciones de centro.

Que gane uno u otro tendrá valor simbólico. Por un lado, porque lo más probable es que el vencedor no arrase y que obtenga entre el 30 y el 40% de los votos. Por el otro, porque el derrotado, si lo es por poco margen, no podrá ser arrancado del mapa en el mediano plazo.

Un Gobierno siempre tiene a mano herramientas para renacer; Cristina, pese al golpe personal que eventualmente implicaría perder frente a candidatos que hoy no alcanzan su talla, al menos podría conformarse con que su sector prevalezca en el vitraux peronista, con asegurar lugares en los legislativos nacional y locales para nombres enteramente propios y con hacer de puente hacia la emergencia de un liderazgo nuevo.

¿Qué esperar entonces? El escenario preelectoral parece más consolidado que lo que suele pensarse.

La Unidad Ciudadana kirchnerista y Cambiemos disputarán el primer y segundo puesto en la provincia con alrededor de un tercio de los votos cada uno. Sobran las quinielas sobre la dilución supuestamente inevitable de los votos de 1 País en un escenario polarizado, un déjà vu cuestionable porque ignora que esta es una elección legislativa y la resiliencia que mostró el massismo en coyunturas más comprometidas que la actual.

Así las cosas, entre el kirchnerismo y el macrismo provinciales deberían capturar, al menos, entre el 65 y el 70% de los votos. El massismo y el randazzismo (que pasó de aspirar a la pelea por el liderazgo nacional del peronismo a conformarse con un mero test de supervivencia), un 20% más, digamos con cautela. Lo que queda debe contemplar el módico pero siempre presente voto de izquierda, otras opciones menores y hasta los sufragios en blanco. ¿Cuánto queda en verdad por repartir?

La presencia de Cristina en los cuartos oscuros es, se sabe, el escenario considerado ideal en la Casa Rosada, tendiente a una fuerte contrastación entre pasado y cambio, lo que le permite instalar en el primer plano el mantra del «equipo», la marca Cambiemos y la popularidad de la gobernadora Vidal. Un modo, en definitiva, de convertir en virtud la carencia de figuras taquilleras en el distrito.

Sin embargo, el juego oficial a la polarización es tan riesgoso como el que ensayó en su momento la propia Cristina, cuando entronizó a Macri como su enemigo favorito. A la expresidenta le llevó ocho años ver cómo le crecían los enanos; si Cristina gana en octubre, al actual mandatario le habrá tomado apenas dos.

En ese sentido, ¿qué dijo realmente Morgan Stanley el último martes 20, cuando difirió para el año que viene la decisión sobre el ascenso de la Argentina de la condición de mercado de frontera a emergente? En lo formal, alertó sobre la reversibilidad de las reformas de mercado llevadas a cabo por la actual administración. Un poco más profundamente, sobre lo que considera un peligro de retorno al populismo K. Pero en definitiva, ¿no advirtió sobre la fragilidad del propio liderazgo de Macri?

A esta altura de junio, las advertencias que el oficialismo hace públicas acerca de que una victoria del kirchnerismo implicaría un freno sine die para las inversiones y una parálisis del Gobierno pueden parecer simples picardías. El problema para Macri sería que el futuro próximo (agosto, octubre) le depare lidiar con los fantasmas que hoy evocan sus asesores y voceros oficiosos.

(Nota publicada en ámbito.com)