Nueva York – Estados Unidos contenía el aliento anoche, mientras el cierre paulatino de los comicios de este a oeste comenzaba a entregar las primeras proyecciones para el Colegio Electoral, con Hillary Clinton y Donald Trump buscando alcanzar el número mágico: la mayoría de 270 delegados. Al cierre de esta edición, el magnate buscaba un triunfo por ínfimo margen en el crucial y siempre problemático estado de Florida, que entrega 29 votos al Colegio, lo que prolongaba el suspenso hasta la agonía. Con el 92% escrutado, su ventaja era de 49,2% a 47,7%, pero condados “azules” aún amenazaban con un nuevo vuelco. Para el infarto.
Ocurre que, además, el empresario pasaba a la delantera en Ohio y en Carolina del Norte, otros dos territorios muy codiciados. Pensilvania, Michigan y otros “estados oscilantes” aguardaban su turno para entregar datos decisivos, que los demócratas esperaban como la salvación. La posibilidad de Trump presidente parecía anoche una posibilidad real.
Las elecciones presidenciales de ayer fueron históricas por varios motivos. Por un lado, por la posibilidad de llevar por primera vez a la Casa Blanca a o bien a una mujer o bien a un outsider total de la política.
Además de la tradicional puja demócrata-republicana, el fenómeno Trump conmocionó los cimientos de la democracia de este país, con un discurso xenofóbico, antiinmigración y proteccionista que impactó al mundo.
Una preocupación adicional estaba dada por la negativa anticipada por el republicano a aceptar su derrota si consideraba que el resultado era “torcido”, algo que dijo varias veces. Lo apretado de los números en varios territorios disputados incrementaba anoche esa inquietud.
Es cierto que hubo problemas en diversos puntos del país con las máquinas de votación, pero nada de eso justificaba sus advertencias sobre un posible fraude masivo en su contra. Dato para la Argentina: hay sistemas mejores y peores, pero ninguno es infalible, y pensar que la modernidad electoral nos va a poner a salvo de cualquier problema es sencillamente pensamiento mágico.
En la tarde, el republicano aprovechó un informe de la CNN sobre problemas con las máquinas de votación en un condado del pequeño estado de Utah para volver a exagerar en Twitter: “Hay problemas a lo largo y a lo ancho del país».
Luego, en una entrevista con el canal conservador Fox, fue más allá. Insistió en que el sistema electoral estaba “amañado” y señaló que “vamos a ver cómo se dan las cosas. Es de esperar que jueguen limpio y que no haya nada de qué preocuparse, es decir que yo gane”.
Esto es lo que enoja a muchos aquí: que un candidato juegue con los peores fantasmas de una democracia solo por su propio interés. Para quienes lo detestan, eso es lo que estuvo ayer en juego: nada menos que el futuro de la democracia estadounidense.
Es evidente que en los Estados Unidos de hoy conviven dos realidades contrapuestas y que una porción del electorado emitió un claro voto de protesta. Eso explica que Trump exhibiera un voto más fuerte y resistente que el vaticinado por muchas encuestas.
Una protesta contra la globalización, contra el libre comercio, contra la inmigración que hace más hostil el mercado de trabajo, contra la realidad, en definitiva. ¿Trump ofreció la utopía de un regreso imposible al pasado? Es posible. ¿Pero con qué salto adelante tentó Hillary a gente que viene golpeada por años de crisis, deslocación de empleos e ingresos decrecientes? Faltaba anoch todavía para hacer análisis definitivos.
Los Estados Unidos divididos que emergen de este proceso electoral necesitarían de un apaciguamiento para el que, lamentablemente, no parece haber condiciones.
Mientras, republicanos y demócratas también hacían cuentas frenéticas para entrever cómo será el próximo Congreso. Los primeros confiaban en retener la mayoría de la Cámara de Representantes, que se renovó en su totalidad; los segundos soñaban con recuperar el Senado.
Si la concurrencia a las urnas fue intensa durante todo el día, lo que provocó largas esperas, las cosas se pusieron todavía más complicadas a la tarde, cuando la gente salió de sus trabajos y sus facultades y convergió en grandes números en los centros de votación. Movilizar en todo lo posible a los propios fue el gran desafío de las dos campañas, algo clave en un país en el que el sufragio es optativo, en el que se vota en un día laborable y en el que los dos principales contendientes generaban niveles de rechazo muy considerables.