Los jueces entran en el fango del «nuevo Brasil»

El Brasil de estos días es un país extraño, en el que es difícil trazar una línea clara entre culpables e inocentes, o entre reos y jueces. Ayer, en la apertura de la fase final del «impeachment» que parece a punto de liquidar el mandato de Dilma Rousseff y de terminar de consolidar un nuevo rumbo político, acaso hasta para Sudamérica, se escucharon las descalificaciones más extremas. Lo desolador es que muchas resultan verosímiles.

La suerte de Dilma depende de lo que se juzgue sobre sus «pedaladas fiscales», maniobras contables tan cuestionables como comunes a sus antecesores, a varios gobernadores que hoy instruyen a sus senadores a destituirla y al propio Michel Temer, quien firmó durante viajes de la mandataria un par de decretos controvertidos. Pero el caldo en el que hirvió el drama que estamos viendo fue el de las permanentes revelaciones de corrupción. ¿Cómo se concilian, entonces, una investigación judicial que colocó dinamita en los cimientos de una república viciada y la decisión de una parte grande del establishment de darse con Temer un nuevo comienzo? ¿Cómo seguir cuando lo «nuevo» se parece tanto a lo que se busca extirpar?

Para algunos, la salida es una amnistía; algo improbable mientras jueces y fiscales mantengan su ímpetu y mientras la prensa siga entegando sus hallazgos a una opinión pública indignada. Para otros, la clave es frenar a magistrados que parecen fuera de control.

El debate sobre esto último estalló en estos días con una claridad inusitada, por los dichos de nada menos que un juez de Supremo Tribunal Federal. Gilmar Mendes (foto) embistió contra los jueces y fiscales de la operación Lava Jato, a quienes acusó de «cometer abusos» y «exageraciones». Advirtió que «el crimen no se combate con crimen» y alertó sobre un paso «del Estado de Derecho a la barbarie».

Y fue más allá, aludiendo a «héroes», un modo de referirse al juez Sérgio Moro, eje de la campaña, y asegurando que «el cementerio está lleno de ellos».

Mendes reaccionó con esa agresividad tras la filtración a la revista Veja de la supuesta intención de Léo Pinheiro, jefe de la constructora OAS, de incluir en un eventual acuerdo de delación premiada nada menos que a otro juez del STF, Dias Toffoli.

La información no parecía contener en sí misma nada flagrante, pero Veja pateó un cable electrificado al meter en el barro a un miembro del alto tribunal.

Dias Toffoli es un exabogado del PT y hace poco había concedido un habeas corpus (y liberado) al exministro de Planeamiento Paulo Bernardo y beneficiado procesalmente a la senadora y exjefa de gabinete de Dilma, Gleisi Hoffman. Para Mendes, se trató de un mensaje y una «vendetta» de los responsables de la operación Lava Jato, de tintes casi mafiosos.

Una curiosidad: si Dias Toffoli es un juez proveniente del Partido de los Trabajadores, Mendes, que actuó como su defensor, es un hombre largamente vinculado al Partido de la Social Democracia Brasileña , que encontró en el «impeachment» un modo de pasar de la oposición al Gobierno sin escala en las urnas. La amistad y el espíritu de cuerpo pudieron esta vez más que la políticas inclinaciones políticas.

Lo interesante vino después de la filtración de los dichos de Pinheiro. El fiscal general Rodrigo Janot, un puntal de la Lava Jato, culpó al empresario de la filtración y canceló toda negociación con él sobre un acuerdo de delación premiada. Para muchos, Mendes en primer lugar, Janot puso a funcionar la trituradora de papel para evitar que el mandamás de OAS repita sus menciones al presidente del PSDB, el senador (y juez de Dilma) Aécio Neves, y al canciller José Serra, ya acusado de coimas por jerarcas de Odebrecht. Ambos son presidenciables de ese partido.

Toda la saga ilumina las quejas por las actitudes para muchos abusivas de los jueces y fiscales anticorrupción, desde las prisiones preventivas sin fin para manufacturar arrepentidos hasta las filtraciones sesgadas a la prensa.

El escándalo permanente algún día se apagará. Cuál será la fórmula aún está por verse. Pero lo cierto es que cuando ese día llegue, algunos ya habrán sido juzgados y otros podrán seguir adelante con sus fechorías.

(Nota publicada en Ámbito Financiero).