El proceso para la destitución de Dilma Rousseff perdió el poco suspenso que le quedaba y adopta ya el formato de un trámite burocrático, algo delicado cuando lo que está en juego es la liquidación de un mandato entregado por el pueblo.
Después de unas quince horas de debate, y presidido por el presidente del Supremo Tribunal Federal, Ricardo Lewandowski, el pleno del Senado aprobó ayer a la madrugada el informe que recomienda el “impeachment”. La votación, de 59 votos a favor y apenas 21 en contra, contiene en sí misma el final de la saga: si en esa sesión se necesitaba una mayoría simple, esta fue superada con creces y la destitución, que requiere dos tercios de las voluntades, está cinco votos por debajo de los ya registrados. Fin del juego.
Previsiblemente, Michel Temer reaccionó con “alegría”, ya que comprobó que “un gran número de senadores votó por su permanencia”, dijo su jefe de gabinete, Eliseu Padilha. Se trata del mismo ministro feliz que fue denunciado junto al propio Temer como receptor de dinero sucio por Marcelo Odebrecht, presidente de la constructora homónima, condenado a más de 19 años en primera instancia.
Un observador ingenuo podría esperar que semejante acusación, lanzada por el hombre que conoce todas las cloacas de la política brasileña, genere una conmoción. Más cuando otros ejecutivos de Odebrecht, la empresa que más ha financiado a políticos de todos los partidos, señalaron a otro peso pesado, el canciller José Serra. Pero Brasil no es un país para ingenuos.
Si bien la prensa “cumple” con su rol de divulgar los trascendidos de esas delaciones premiadas, destinadas a un futuro alivio de seguras condenas, la obsesión por los Juegos Olímpicos hace en estos días la otra parte de la tarea: las revelaciones no duran demasiado tiempo en lo más alto de los portales de noticias, siendo rápidamente reemplazados por las hazañas de las chicas del vóley y por el contraste entre el éxito de las mujeres del fútbol y los tropiezos de Neymar. “Brasil tiene a Marta y al muerto”, dijo, divertido, un columnista de Folha de Sao Paulo.
Son tiempos de justicia en Brasil, pero de justicia selectiva. Las corruptelas del Partido de los Trabajadores reciben un tratamiento muy diferente que las de los nuevos oficialistas. Aunque sobren los motivos (denuncias de pedido de aportes ilegales a su campaña de 2014 y a las de sus aliados, firma de decretos como los de Dilma, con “pedaladas fiscales”), hoy no hay clima para que Temer sufra lo mismo que su desangelada antecesora.
Al “círculo rojo” brasileño le interesa, primero, que Dilma salga del poder. Además, que el Partido de los Trabajadores deje de ser por el tiempo previsible una opción viable. Tercero, que se afiance la nueva administración, que hizo propio el proyecto del empresariado.
Pero un sector de ese círculo juega su propio juego. Se trata nada menos que del mismo Congreso que terminará con Dilma y que tendrá en los próximos dos años la llave de lo que ocurra con Temer. El vaivén de ayer en la Bolsa de San Pablo es una excelente expresión de ello.
En la apertura, los 59 votos que aseguran el final de la era del PT provocaron, pese a la falta de sorpresa, un envión alcista. Pero más tarde, el mal clima internacional y la noticia de que la Cámara de Diputados obligó a Temer y a su ministro de Hacienda, Henrique Meirelles, a dejar caer la condición de que se congelen por dos años los salarios públicos en los estados a cambio de una renegociación de las deudas de estos con la Unión, instalaron el pesimismo. La caída final del Ibovespa, del 1,34%, demuestra que el poder político queda peligrosamente repartido.
Hay una fecha bisagra: el 1 de enero del año que viene. Ese día comenzará la segunda mitad del actual mandato y si algo le estallara en las manos a Temer, suficiente para someterlo, también a él, a juicio político, el nuevo presidente ya no surgiría de nuevas elecciones sino del propio Congreso. Muchos se tientan, empezando por el exjefe de la cámara baja, Eduardo Cunha, separado por corrupto pero aún influyente. “Voy a ser recordado como el hombre que terminó con dos presidentes”, filtró a la prensa. Dilma es una. ¿Temer será el otro?
Volviendo a Dilma, cada brasileño imaginó su propio “impeachment”. El empresariado lo respaldó en nombre del desastroso desempeño de la economía en los últimos tres años, con una caída cercana al 7%. Las clases medias que salieron masivamente a las calles lo hicieron motivadas por las indignantes revelaciones del “petrolão”, que expusieron un latrocinio enorme e imposible de minimizar. Los legisladores, quienes verdaderamente tuvieron la palabra final, actuaron debido al maquillaje de las cuentas públicas, esto es la adopción de créditos de muy corto plazo con bancos estatales para afrontar determinados gastos a espaldas del Presupuesto. Nada menos que lo que hicieron todos los presidentes anteriores, los gobernadores a los que ellos mismos responden y el propio Temer durante sus breves interinatos por viajes de Rousseff.
Dilma caerá en la última semana de este mes. Luego, viajará al menos ocho meses por Latinoamérica y Europa. Recibirá palabras reconfortantes, seguramente. La historia, sin embargo, prescindirá de ella.
El fin de Dilma: al Senado le sobran votos para echarla
