Cuando se dan hechos históricos, siempre ocurren dos cosas: por un lado, los que no suelen darle importancia a la política internacional reparan en que existe y, por el otro, abundan los pronósticos, muchos de los cuales exageran los efectos del suceso.
La salida del Reino Unido de la Unión Europea sigue ese patrón. Muchas cosas cambiarán, sin dudas, pero más que entregar pronósticos conviene trazar escenarios y distinguir los efectos de corto y largo plazo. El panorama es extremadamente incierto, por lo que una dosis de prudencia no viene mal.
En un sentido, Europa venía sobrellevando demasiado bien los efectos políticos de su pavorosa crisis de 2008-2009. Han habido convulsiones, claro, pero el peligro de una salida de Grecia y otros miembros de la eurozona en grave crisis quedó conjurado por el momento. Y desafíos separatistas de calado, como el catalán y el escocés, también fueron neutralizados. El “brexit” es la primera consecuencia de importancia que puede atribuirse a una crisis que puso bajo severo escrutinio un modelo entero de integración, las cargas que la misma impone a las regiones ricas para la “convergencia” o el rescate de las pobres, la libre circulación de trabajadores en un ambiente de fuertes tensiones laborales y la pérdida de soberanía decisional a la hora de tratar emergencias como la actual de los refugiados.
Comienza ahora un plazo de, probablemente, un par de años para alumbrar un divorcio civilizado. ¿Pero sobre qué bases surgirá? ¿Qué niveles de libre comercio conservará el Reino Unido con sus hasta ahora socios del continente? El país y la Unión Europea se necesitan, sus mercados están comercial y financieramente interconectados, y la persistencia e intensidad de los dolores en la City y otros mercados darán claves valiosas sobre qué cabe esperar. Pero la duda de fondo es hasta qué punto Bruselas le permitirá al socio tránsfuga mantener las ventajas de la integración sin tener que compartir las cargas. Una salida demasiado ventajosa abriría de para en par la puerta a la organización de otros referendos y al peligro de un efecto “puerta 12” en el bloque. Un tema por ahora poco claro.
De la mano de lo anterior, un aviso parroquial: ¿se sentirá tentada Europa a jugar en el tema Malvinas un poco más a favor de la Argentina? Sería, acaso, una represalia blanda. Esa es, al menos, una brecha que cabe explorar.
La UE sufre un severo golpe económico y político. Económico, porque pierde su segunda economía, solo menor que la de Alemania y algo mayor que la de Francia. Político, por el peligro de otras salidas y porque el resultado de ayer pone en el centro del debate aspectos ásperos como la inmigración.
Sin embargo, puede que no sea solo la UE la que entre en un proceso de relativa fragmentación. El referendo escocés de independencia de 2014 arrojo un resultado que estuvo muy por debajo de las expectativas de sus impulsores. Europa, entonces, jugó fuerte a favor del interés (pluri) nacional del Reino Unido, amenazando a los nacionalistas con la exclusión y con otras mil catástrofes. Asustaron al electorado, solo para, dos años después, ser abandonados por el propio Reino Unido. Escocia, donde la opción por la permanencia ganó con 60 % de los votos, no se siente ahora atada como nación a una decisión que la compromete y ya anuncia una nueva consulta soberanista. Si el proceso de “brexit” cumple con los males económicos que se prenuncian, con una recesión fuerte en primer plano, las condiciones para los escoceses pueden ser muy diferentes. Entonces, los líderes europeos abrazarán cálidamente a los mismos votantes a los que tanto habían amenazado.
También los nacionalistas norirlandeses amagan con su propio referendo de salida del Reino. Las condiciones para ellos son, sin embargo, más hostiles, dada la mistura poblacional que generó la larga colonización, con una población que en el enclave es hoy tanto irlandesa como inglesa.
En el plano de la política doméstica, David Cameron es la principal pero no la única víctima política del resultado. Ya anunció que dejará el poder en octubre, cuando su Partido Conservador debe elegir liderazgo. Su permiso a la celebración del referendo es algo que muchos hoy le reprochan, pero basta ver el resultado para advertir cuán dividida estaba la base “tory” y lo acotadas que eran en realidad sus opciones. Con todo, su apuesta europeísta “light” salió derrotada y parece el momento de que otro líder, probablemente el exalcalde de Londres Boris Johnson, una de las cabezas visibles de la campaña por el “brexit”, tome la posta.
El cuestionamiento también alcanza al laborista de izquierda Jeremy Corbyn, por supuestamente no haber sido lo suficientemente persuasivo e intenso en defensa del “remain”. Si a esto se suma el descrédito que les supuso a los liberal-demócratas el cogobierno con Cameron en la etapa más ajustadora de la poscrisis, un gran signo de interrogación se dibuja cuando se piensa en el futuro del país… o lo que quede de él.
¿La apuesta por la “independencia” del Reino Unido con respecto a Europa celebrada por nacionalistas sospechosos como Nigel Farage sentará un precedente en otras geografías?
El inefable Donald Trump saludó desde Escocia el resultado, que siente una reivindicación de su propio mensaje, xenófobo y hasta aislacionista. En noviembre se sabrá si la ola cruza el Atlántico.
Alemania y Francia, en tanto, celebrarán elecciones el año que viene. Cuánto crezcan (o no) los grupos de ultraderecha en ambos países será un dato crucial, pero la peculiaridad del segundo de ellos es que sus ultras son una opción de poder. Marine Le Pen ya reclama un referendo para un “frexit”. Atención: una encuesta reciente de An Ipsos mostró que un 45 % de los europeos quisieran poder decidir sobre su permanencia en la Unión y que los franceses son incluso más euroescépticos que los británicos.
Contra todo el “sentido común” sembrado en las últimas décadas de entusiasmo globalizador e integracionista, el supuestamente demodé Estado nación demuestra una vez más su vigencia, sobre todo como refugio en tiempos de crisis. ¿Vigencia real o reflejo reaccionario? Solo el final de esta saga apasionante, por ahora incierto, nos dará la respuesta.