España observa el riesgoso ensayo de Grecia

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Ocurre a menudo que los mapas de una determinada región se cubren del mismo color político, con oleadas sucesivas de gobiernos socialistas o conservadores en Europa o, más recientemente y en Sudamérica, con una tendencia marcada hacia la elección de administraciones progresistas de diferente tono. No se trata, desde ya, de que el sentido del voto sea contagioso o que los países elijan gobiernos por ósmosis. El hecho, más bien, responde al tipo de respuestas políticas nacionales que, en contextos similares, generan las grandes tendencias de la economía internacional y la difusión de sistemas de ideas que (en un momento histórico dado) dan cuenta de un modo más eficaz de lo que ocurre en el mundo.
Syriza, la izquierda radical, ganó ayer en Grecia y se apresta a formar Gobierno. En el horizonte se observan las próximas elecciones del Reino Unido (en mayo) y España, poco antes de fin de año. El turno de Francia llegará en 2017. ¿Debe esperarse, tras lo ocurrido ayer, un auge de la izquierda radical en esos contextos disímiles?
Seguramente no, pero lo que sí puede entreverse es una tendencia de crecimiento o incluso de triunfo de los partidos que mejor encarnen lo que parece traer la tendencia macro de la economía internacional: la impugnación de sistemas económicos cada vez más desiguales, de la lógica del ajuste a ultranza y de una estabilidad en la que el regreso de la prosperidad social ya no forma parte ni siquiera de las utopías. Sin embargo, el abordaje ideológico de esa impugnación puede ser muy disímil y estará dado por las tradiciones políticas y culturales de cada país, así como por factores decisivos pero a veces subestimados como la impronta personal de los líderes que la encarnan. El fenómeno de Syriza en Grecia puede “replicarse” tanto en el ultraderechista Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) como en la izquierda ciudadana de Podemos en España y hasta en el Frente Nacional de Francia.
Dejando de lado el caso del Reino Unido (un país poco dado a los bandazos), donde habrá que ver hasta qué punto el rechazo a Europa puede encumbrar a un partido que promueve una ruptura total con la UE, el “efecto contagio” que teme la burocracia de Bruselas se refiere sobre todo a España, una de las economías grandes entre las enfermas de la eurozona.
El secretario general de Podemos, Pablo Iglesias, dijo ayer en Valencia, tras su reciente paso por Atenas (donde se abrazó a su par de Syriza, Alexis Tsipras) que “ya se escucha el tictac” de un cambio histórico que comenzó en Grecia y que llegará también a España. “Dicen que en Grecia va a llegar el caos, pero el caos ya está en Grecia y no quiero que conviertan mi país en Grecia”, agregó el jefe del partido que encabeza, aunque con menos de un 30%, las prematuras encuestas de intención de voto.
Mientras, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, cuyo Partido Popular figura por ahora en un humillante tercer lugar, arremetió contra los “planteamientos mesiánicos” de Podemos y le atribuyó “conjuros caribeños” de la Venezuela chavista. “No podemos jugarnos el futuro a la ruleta rusa de la frivolidad, la incompetencia o el populismo”, enfatizó, sin prometer nada mejor a cambio.
Todo indica que Tsipras gobernará a partir de los próximos días, por lo que cuando España vote ya sabrá si lo suyo se parece más al paraíso que promete Iglesias o al infierno sobre el que advierte Rajoy.
Su experimento será de difícil concreción, ya que deberá hacer pasar por el estrecho desfiladero de un Estado quebrado en lo financiero y en lo político sus planes de mayor asistencia social para el 40% de pobres que dejó la austeridad a la alemana, un alivio claro a las medidas de ajuste y un nuevo recorte de una deuda que, pese al sufrimiento padecido, sigue representando el 175% del Producto.
Angela Merkel, que filtró a la prensa que ya no teme una salida de Grecia del euro, y el liderazgo comunitario jugaron en la campaña a atemorizar a los votantes y, pese al revés que sufrieron ayer, no ensayarán otro libreto en lo sucesivo. El presidente del Bundesbank, Jens Weidmann, hizo punta ayer mismo aun antes de que se conociera el resultado y exigió: “Grecia, respete los compromisos y haga las reformas en su propio interés”.
Mientras, los ministros de Finanzas de la eurozona se juntarán hoy en Bruselas para fijar una línea de torsión sin fisuras y dar un mensaje de calma a mercados que mostrarán signos de inquietud.
Ante este frente poderoso, Tsipras puede contar a favor con una incipiente recuperación económica… si la política y la tirria en el bloque no meten más la cola.
Para evitarlo, dejó de pisar el acelerador hace tiempo y ya no evoca tanto, como hasta hace un par de años, la “experiencia argentina” de que es posible crecer sin pagar la deuda. Tampoco habla de la salida del euro. No es que se haya enamorado del corset de la moneda común, sino que sabe que con solo mencionar la palabra “dracma” desatará una corrida bancaria que terminaría de destrozar el país y podría pronto fin a su Gobierno. Por eso lo presiona Merkel.
Todo esto se juegan desde hoy Grecia, España y la propia Europa. ¿Querrá Tsipras ir a fondo con su rebeldía? ¿Podrá hacerlo? ¿Qué cartas de presión podrá mostrar, cuando los grandes bancos alemanes y franceses, beneficiados por los años de tiempo que le compraron los “planes de ayuda”, han limitado drásticamente su exposición a Grecia? ¿Qué márgenes de alivio al ajuste le habilitará el liderazgo de Alemania, mientras observa una España que en poco tiempo puede reclamar mucho más? ¿Aceptará Bruselas que Grecia se dé el lujo de una experiencia soberana exitosa?
A ajustarse los cinturones; esto recién comienza.

(Nota publicada en Ámbito Financiero).