Francia se debate entre la libertad de expresión y el autocontrol

Je-suis-Charlie

Aunque pareció apresurado, era inevitable que alguien rompiera el silencio. Fuera de las fronteras de Francia, como no podía ser de otro modo en un día de impacto y duelo nacional, el Financial Times, emblema mundial del liberalismo, colgó ayer un editorial polémico en su sitio de internet, en el que afirmó que el irreverente semanario Charlie Hebdo pecó de «estupidez editorial» al herir repetidamente los sentimientos de los musulmanes.

«Pese a que esa revista se detiene justo antes de caer en los insultos, no es la campeona más convincente de la libertad de expresión», atacó el diario británico.«Esto no es en absoluto justificar los asesinatos, pero es justo decir que ayudaría un poco de sentido común en las publicaciones que dicen apoyar la libertad, cuando en realidad provocan a los musulmanes», edulcoró su postura.

Cuando pase el «shock» inicial por el repugnante acto terrorista de ayer, Francia se trabará seguramente en una apasionada disputa entre los defensores de la libertad de expresión a ultranza y quienes abogan por alguna forma de autorrestricción de la prensa en temas que pueden suscitar reacciones violentas en algún sector de la sociedad.

Los periodistas y dibujantes masacrados ayer asumieron con extrema valentía su fe en el primero de esos principios. No por nada vivían amenazados y bajo custodia, y el propio semanario publicó en su última edición una viñeta premonitoria en la que un miliciano islamista responde al anuncio de que Francia está a salvo de atentados con una advertencia: «Tenemos hasta el final de enero para presentar nuestros deseos…».

Aferrados a esa fe en la libertad de expresión, no dudaron en elevar continuamente el tono irreverente de sus textos y viñetas, como cuando en 2006 se solidarizaron con el diario danés Jyllands-Posten y reprodujeron unas caricaturas sobre Mahoma, que además de presentarlo de modo provocativo, eran blasfemas para los ultras por el solo hecho de retratarlo.

El ruido por esa decisión hizo que dicho número de Charlie Hebdo vendiera medio millón de ejemplares, multiplicando por ocho su tirada habitual. Entidades musulmanas le hicieron juicio, pero la Justicia falló a favor del derecho de la revista.

Más tarde, el semanario satírico retrató a Mahoma de mil modos diferentes, incluso desnudo.

Una edición especial de 2011, en la que se burlaba del triunfo del islamismo en las elecciones libres de Túnez, fue seguida de un ataque con bombas molotov.

Pero no hay que confundirse: Charlie Hebdo no hace islamofobia de ultraderecha, sino que su inspiración es, ante todo, anticlerical e izquierdista. También el judaísmo y el catolicismo caen bajo su mordacidad.

Su estilo provocador colisionaba con el contexto, lo que hacía presumir desde hace años una explosión.

Por un lado, tras un largo pasado colonial, una Francia otrora en expansión económica decidió habilitar una masiva inmigración magrebí y subsahariana y convertirse en un país multicultural y multirreligioso. Hoy, nada menos que el 8% de la población es de fe islámica, una proporción que no deja de crecer.

Claro que la abrumadora mayoría de esas personas repudia la violencia y adhirió ayer al rechazo a la brutalidad terrorista. Pero es cierto también que medran al interior de esa comunidad líderes extremistas que adoctrinan a jóvenes nacidos en el país.

De esos núcleos salen los yihadistas que en más de un millar han viajado para combatir junto con el Estado Islámico en Irak y en Siria, y no pocos especulaban anoche con la posibilidad de que los tres agresores identificados hayan estado vinculados con esa experiencia. ¿Cómo detener en los aeropuertos a personas que se mueven libremente por el mundo con pasaporte francés? Tal es el desvelo de los últimos meses.

No en vano el líder del EI, Abú Bakr al Bagdadi, llamó en noviembre último a «lobos solitarios» musulmanes a atacar cualquier objetivo en Francia.

En segundo lugar, el propio Estado francés se ha trabado en esa guerra en Medio Oriente, participando de los ataques aéreos y preparándose para enviar a la zona un portaaviones. Además, lidera una coalición antiterrorista con más de tres mil soldados en el Sahel y el Sahara.

Francia ha laudado de modos diferentes en otros tiempos ese dilema entre la libertad de expresión y la responsabilidad de las publicaciones.

La propia revista atacada ayer nació de un acto de censura, como refundación de Hara-Kiri, prohibida en 1970 después de que parodiara una esquela funeraria del general Charles de Gaulle.

Más recientemente, esos valores laicos llevaron al Estado francés a prohibir en las escuelas y en las universidades la exhibición de símbolos religiosos, desde grandes crucifijos hasta los velos islámicos femeninos. Arriesguemos: los primeros pagaron una cuenta inevitable, pero el verdadero objetivo de la norma eran los segundos, algo polémico si lo que se defiende son los derechos individuales y la expresión libre.

Ese dilema replica el que vive desde hace tiempo toda Europa, donde se expande un sentimiento antiislámico, como se vio en las fuertes manifestaciones de los últimos días en Alemania. Esos sentimientos intolerantes de quienes se sienten agredidos por una minoría que «descristianiza» el continente encontrarán desde ayer nuevo combustible.

Si el Frente Nacional, que intenta trasvestir su xenofobia bajo el barniz de una derecha «moderna», ya era favorito para las elecciones departamentales francesas de este año y las presidenciales de 2017, ahora tenderá a reforzar su auge.

Tiene mucho a favor: el olvido de su pasado más abominable -apartado el impresentable Jean-Marie Le Pen-, el ambiente antiinmigración que se consolida en medio de una crisis económica que no cede en sus consecuencias sociales y el hecho de que la política tradicional deje a partidos hasta hace poco marginales el monopolio del sentido común contra un ajuste que sólo provoca dolor.

El cambio en la Europa de hoy tiene diferentes rostros, desde el ultraderecha en Francia hasta la izquierda dura en Grecia y ese enigma democrático y ciudadano que es Podemos en España. Lo que los une es la protesta.

(Nota publicada en Ámbito Financiero).