Brasilia – Sea quien fuere, el próximo presidente de Brasil encontrará un Congreso incluso más fragmentado que el saliente, lo que lo obligará a realizar negociaciones, llamadas aquí “troca-troca”, que suelen causar alergia en buena parte de la población.
Esa política de muchos partidos, algunos (pocos) grandes y otros casi maxikioskos, lleva a que armar una mayoría legislativa obligue a montar gabinetes absurdamente grandes. En el caso del actual Gobierno de Dilma Rousseff, los ministros son 39, una enormidad que lleva aquí a muchos a bromear con el aprieto en que la pondría un rival en un debate televisado si le pidiera que los nombre a todos.
El domingo se renovó la totalidad de los 513 miembros de la Cámara de Diputados. Tal es la fragmentación que si cuatro años atrás lograron hacer elegir legisladores 22 partidos, esta vez hicieron lo propio 28 agrupaciones.
En general, los partidos de la llamada “base aliada” de Dilma experimentaron retrocesos. Aunque seguirá siendo el mayor de la cámara, el más perjudicado fue, justamente, el Partido de los Trabajadores, que obtuvo su peor cosecha desde 1998, cuando Fernando Henrique Cardoso venció a Luiz Inácio Lula da Silva. Su representación bajó de 86 a 70 diputados. Nunca en los doce años de la era Lula el PT había caído por debajo de las 80 bancas.
Detrás quedó el gran aparato político de Brasil, el campeón del «fisiologismo», el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB). Tendrá 66 diputados, 12 menos que loe elegidos en 2010.
La tercera fuerza será, como hasta ahora, el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), de Aécio Neves, que pese a la muy buena elección de su candidato presidencial apenas ganó una banca en Diputados, donde sentará a 55 hombres y mujeres propios.
¿Cómo haría Neves para gobernar, con una fuerza propia tan menguada? Eso no va a ser problema. Bastará con que ofrezca los incentivos suficientes a la miríada de siglas que pueblan el Congreso para que la “base aliada”, o buena parte de ella, con el PMDB a la cabeza, siga junta, sólo que bajo las órdenes de otro jefe.
En el Senado, el panorama cambió aun menos. El domingo se renovaron 27 bancas, un tercio del total, y el PMDB, de fuerte arraigo en el interior gracias a la fortaleza de sus caudillos locales, seguirá siendo el más importante con 20 dirigentes propios.
Detrás quedó el PT, que perdió uno y quedó en 13. Tercero, el PSDB, que también perdió uno y tendrá 11.
Un párrafo aparte: el de mayor crecimiento fue el Partido Socialista Brasileño (PSB) de Marina Silva y el fallecido Eduardo Campos, que creció de 4 a 7 senadores.
El balance a nivel de gobernaciones es más complejo, porque depende de segundas vueltas que se realizarán el domingo 26, junto con la presidencial, en 14 de los 27 estados de la Unión.
De lo resuelto en primer turno, puede decirse que el PMDB, que tenía 5 gobernaciones, ya retuvo 4 y puede elevar su cosecha en el balotaje hasta 12.
El PSDB, que controlaba 8 estados, ya resolvió a su favor dos, uno de ellas la joya de la corona, San Pablo, y tiene chances de retener 6 más.
El PT, en tanto, tenía 5, ganó 3 (dos muy relevantes, Minas Gerais, segundo distrito del país, y Bahia, cuarto, con 10 millones de empadronados) y puede trepar hasta 7 si la suerte lo acompaña más dentro de tres semanas.
Brasil es un país enorme, se sabe, complejo, de 202 millones de habitantes y regionalismos fuertes. La unión es poderosa, pero no todo lo que uno imagina como argentino.
La política aquí es menos radical, más negociada. El sistema electoral, con urna electrónica y voto desdoblado por cada categoría, sin listas, invita también a la fragmentación.
A la gente esto le gusta, y reclama equilibrios. Aunque después se queje de las cajas que sostienen los gabinetes de 39 ministros.