Maduro, lapsus linguae y mala praxis periodística

Nicolás Maduro es el presidente de Venezuela. Antes fue vicepresidente y canciller, entre otros cargos, pero su origen en la política se dio en el mundo sindical.
Ese largo paso por la función pública le dio la oportunidad de superar algunas de sus carencias de formación, que, con todo, se le siguen notando. Encima es un presidente con gran presencia pública, esto es, habla mucho y de modo demasiado encendido, lo que incrementa sus posibilidades de error.
Eso le ocurrió cuando dijo, para corregirse enseguida, que Jesucristo había multiplicado los «penes» o cuando comenzó a enumerar los estados de Venezuela y terminó mezclándolos con ciudades. Cosas que, por otra parte, le pueden pasar a cualquiera que deba hablar frecuentemente en tribunas políticas ante cientos, miles o, incluso, millones de seguidores.
Pero esta vez Maduro no se equivocó y, ciertamente, no dijo lo que le atribuyó el grueso de la prensa escrita, radial y televisiva hispanoamericana: que los especuladores «roban como nosotros».
La suerte, un pedido de ver bien qué había dicho y la responsabilidad de mi colega Maricel Spini, que acudió directamente al video, hicieron que Ámbito Financiero publicara la noticia del revuelo de los medios y las redes sociales sobre la cuestión pero aclarando que no había habido furcio sino, solamente, una frase con un ligero hipérbaton y pronunciada de modo apurado, pero comprensible en el lenguaje oral.
Muchos, creo, cayeron en el error por la viralización del tema que produjeron los sitios web y las agencias noticiosas, insumo clave de cualquier sección de noticias internacionales. El problema fue que nadie, con la excepción del Buenos Aires Herald, publicó luego la retractación debida.
Si la verdad no existe como realidad objetiva (eso dicen, aunque yo aún no estoy del todo convencido; confieso mi limitación), el periodismo tiene, al menos, el deber de no incurrir deliberadamente en el engaño. Todos los medios somos insumo de los otros, nadie consigue per se toda la información que publica.
Por caso, si resulta que Barack Obama critica (en inglés) a la oposición republicana por dificultar su reforma migratoria, si Benjamín Netanyahu advierte (en hebreo) de un posible ataque a Irán y si Xi Jinping reclama (en chino) que el Congreso de Estados Unidos deje de jugar con el peligro de una cesación de pagos, un diario de Argentina como el que me da trabajo desde hace veinte años no tiene condiciones de buscar el video de cada una de esas definiciones, que acaso ni existan.
El drama, entonces, es el quiebre del contrato implícito de confianza en el que el periodismo incurre cada día con mayor facilidad. En buen romance: decir algo porque resulta política o ideológicamente util aun a sabiendas de que es falso.
Eso es un fraude hacia los lectores, condenable aunque una porción de éstos prefieran ser engañados para poder fundar mejor sus odios y sus amores. y también al resto de la comunidad periodística que puede levantar el «pescado podrido».
Puede que quien lo haga pague un precio en términos de credibilidad, pero últimamente no se ve que eso ocurra con mucha frecuencia: un sector del público no está para sutilezas, parece. De cualquier modo, acaso ya ni eso sea relevante. Tratemos de fallarnos menos a cada uno de nosotros.
Lo de Maduro es, a fin de cuentas, una anécdota. ¿Con cuántas cosas más delicadas esto ocurre todos los días a un lado y otro de la trinchera que se ha cavado?
Hay que tener cuidado con lo que se cava. Las trincheras son para las guerras y, se sabe, que la primera víctima de éstas es la verdad.