La ley Bases de Javier Milei, ¿un vaso medio lleno o medio vacío?

El Gobierno logró un éxito parcial y accidentado, pero éxito al fin. Diputados, lo que viene. Caputazo en boxes. La mantita corta del swap y el puente del RIGI.

La aprobación del proyecto ómnibus, sancionado en general por el Senado –con lo justo: una anti-Cobos, debió desempatar Victoria Villarruel –, constituye un éxito del Gobierno, parcial y accidentado, pero éxito al fin. Esto es así a pesar de lo mucho que debió dejar en el camino desde su versión inicial –retirada de Diputados–, su conversión en una «combi», su modificación posterior en la propia cámara baja y su «desguace» –tal la palabra usada en la Casa Rosada– final en la cámara alta. ¿Final? Se verá; acaso algunas de las «herramientas» reclamadas por Javier Milei sean restablecidas cuando el procedimiento regrese al recinto de origen.
A pesar del desguace, que es muy tangible, el primer objetivo que logra el ultraderechista es el titular de los medios: la «base», por fin, está.

En segundo lugar, si bien desnudó su dificultad para hacer pasar leyes –la primera la logrará más de seis meses después de haber asumido–, al menos le prueba al Círculo Rojo y a la parte del capital financiero internacional que se interesa por arrabales como este que no ha perdido totalmente el grip del proceso político.

Tercero, algo contrafáctico, pero clave: dadas las dificultades que sufre un plan económico que por algo es mandado a boxes, sólo habría que imaginar qué habría pasado este jueves con los indicadores financieros –tipos de cambio, riesgo país, acciones– si la ley ómnibus hubiese sido volteado por la oposición peronista.

Cuarto, lo mucho que perdió –la liquidación de la moratoria previsional, una imposición de terminar obras públicas con alto nivel de avance, numerosas privatizaciones y posibilidad de intervenir varios organismos del Estado– valida su relato de que la casta obstruye. Además, queda abierto, como se dijo, su desenlace en Diputados.

Quinto, importa lo que efectivamente se lleva: facultades delegadas en lo administrativo, lo económico, lo financiero y lo energético; cierta consolidación del ajuste; reforma administrativa; posibilidad de poner en disponibilidad a empleados públicos y, por encima de todas las cosas, el régimen de promoción de inversiones.

Javier Milei y las etapas de una estrategia incierta

Bases aparte, este medio trazó lo que el Gobierno paleolibertario entiende como una secuencia de pasos para avanzar en su proyecto.

La misma debería arrancar con una primera etapa signada por la eliminación de los controles cambiarios –el cepo–, condición necesaria, aunque no suficiente, para dar inicio a una recuperación de la actividad por el lado de la normalización del comercio exterior, todo tipo de intercambios con el mundo, remisión de utilidades de compañías extranjeras, pagos de servicios y demanda para viajar y atesorar. Lo demás, los ingresos populares y el consumo, son una equis que, hasta donde se alcanza a ver, no forma parte de las ecuaciones oficiales.

Esa primera etapa, anticipó Luis Toto Caputo, debería allanarse a través de una renegociación de la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI), proceso que incluiría el giro de fondos frescos que se sumarían a los 45.000 millones de dólares que la Argentina ya le debe al organismo.

Ese trance, suponen el Presidente y el ministro de Economía, sería un puente entre este presente económica y socialmente oscuro y un mediano plazo mejor que se mediría en meses. El siguiente, que comenzaría en ese momento –por ahora algo hipotético–, permitiría llegar a un punto distante un par de años; para esto está el Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), con abusos en beneficio de empresas que se llevarían casi todo a cambio de casi nada, apenas atemperados por el Senado a pesar de lo prometido por algunos legisladores.

Si todo saliera bien, Milei se entusiasma con conseguir inversiones suficientes para darle mayor volumen al mercado cambiario, estabilizar por esa vía la cotización del dólar, anclar de modo más firme la inflación, restablecer el crédito y darle chances a un rebote de la actividad.

Meses, un par de años… Las conclusiones político-electorales que subyacen a estos cálculos económicos resultan bastante evidentes, más allá de la dudosa utilidad del RIGI para el largo plazo nacional. No es casual, así, que Milei haya dicho en el evento del Instituto Cato y la Fundación Libertad y Progreso que «estamos en un octavo del mandato y esperamos que, si seguimos teniendo éxito, tengamos dos mandatos para empezar la era liberal».

El plan de Toto Caputo, en boxes

Sin embargo, lo que en los papeles luce como un flujo natural de eventos, podría resultar más complejo de concretar que lo esperado por Milei.

Esto es así debido a las propias inconsistencias del programa de Caputo, que se lanza a un segundo semestre frenético que definirá si el tipo de cambio registra un nuevo retoque, si eso no compromete la desinflación y no conspira contra equilibrios diversos y si, por fin, no mete al país en una nueva crisis de deuda.

Una primera digresión: Caputo proclamó que«la época de la tasa real negativa culminó». Así explicó que el Tesoro haya convalidado un interés efectivo mensual de referencia de 4,25%, alineado –decimal más o menos– con la inflación de mayo que el INDEC dará a conocer este jueves. Esto significa que la licuación de los pasivos del Banco Central –y de los plazos fijos– a través de bajas tasas llegó a su límite y que el Palacio de Hacienda no quiere más sobresaltos con el dólar como los de las últimas semanas.

Una segunda digresión relevante es lo que el Gobierno presentó como «un acuerdo» para «renovar la totalidad del swap de divisas» con China.

Esa es una forma piadosa de presentar lo ocurrido. Otra es que lo que se hizo –en medio de una antipatía bilateral inocultable– fue darlo por terminado, limitarlo a los 5.000 millones de dólares activados hasta el momento –ni un yuan más– y arreglar un plan de devolución que comenzará dentro de un año y que culminará a mediados de 2026. No hay ninguna renovación, sino apenas un período de gracia para pagar porque la Argentina, sencillamente, «no- tiene-plata».

Tercera: tras la aprobación de BasesCaputo retrotraerá diez puntos porcentuales el impuesto PAIS aplicado al dólar oficial –que se ha convertido en piedra angular de su ajuste,– lo que lo devolverá al nivel de 7,5% que había dejado Sergio Massa. Eso implicaría un señal hacia un levantamiento del cepo e importaciones más baratas –una ayuda para la desinflación–, pero un desafío para cuentas públicas que estarán bajo mayor presión tras varias de las concesiones del proyecto ómnibus.

Mantita corta.

El puente del RIGI

Al final, los sectores beneficiarios del RIGI serán el agroforestal, el de infraestructura, la minería, energía y alta tecnología. Este será el puntal de la segunda parte de la secuencia virtuosa que pergeñan los cráneos paleolibertarios. Algunas de esas actividades –minería, hidrocarburos– están animadas por jugadores habituados a invertir en países estragados por problemas graves, incluso de guerra civil y falencia estatal. Es decir que no se asustan cuando encuentran oportunidades de obtener ganancias desmesuradas. El RIGI entrega justamente eso.

Sin embargo, diplomáticos extranjeros y referentes de compañías que podrían, a priori, tentarse con esa oportunidad le dijeron en las últimas semanas a este medio que temen que la falta de consenso político en torno al esquema reitere una historia archiconocida en nuestro país: la violación de contratos.

Foto: Somos Télam.

La idea es que, acaso, Milei no tenga los dos mandatos con los que empieza a soñar, que los desequilibrios sociales que está generando lleven en 2027 a un turno distribucionista, que el RIGI sea reformado o cancelado, y que el dinero enterrado en la Argentina quede una vez más sujeto a litigios ante el CIADI, el tribunal del Banco Mundial. Que los eventuales demandantes tengan allí un triunfo asegurado no impide que el engorro de ese eventual proceso, sus gastos, tiempos y polémicas resulten poco atractivos.

Los players del Círculo Rojo local, en tanto, comienzan a plantear inquietudes semejantes.

Lo anterior no equivale a augurar un fracaso del RIGI; como se dijo más arriba, hay clientes –e inclinaciones al riesgo– para todo y, de hecho, el esquema ofrece demasiado, en parte debido al mal récord del país en cuanto a estabilidad de reglas. Sí, en cambio, podría anticipar algunos límites sobre el volumen de dinero que esperan los más optimistas.

Una pregunta imprescindible

¿Qué es una buena ley?

¿Acaso la más pulida técnicamente? ¿La más amplia y abarcativa? ¿La mejor estudiada? Bases, desde ya, no reúne ninguna de esas condiciones y, para peor, carece del principal elemento de lo que sí es una buena ley: consenso. En efecto, la mejor norma es la que cumple en una medida razonable con sus fines y, por encima de todo, asegura acatamiento sostenido en el tiempo.

Así las cosas, ¿qué seguro se ofrece a la inversión responsable cuando se registra, especialmente en el capítulo RIGI, un repudio amplio de varias tribus peronistas y alguna radical, las que son, al fin y al cabo, opciones de poder?

En la misma línea, ¿qué garantías de futuro brinda un proyecto sancionado en medio de votos comprados con embajadas –por lo pronto con eso–; plagado de presiones que llegaron a la amenaza personal; cruzado por lobbies impúdicos; merecedor de cacerolazos y hasta repudios en estadios de fútbol; que derivó en escenas graves de violencia en la calle y que llevó a una represión policial que, en el inicio, no hizo distinción entre revoltosos y pacíficos, e incluso afectó seriamente a diputados nacionales?

El Presidente no genera precisamente certidumbre para el capital cuando sobreactúa hechos que se han dado en Argentina bajo todos los gobiernos –y en innumerables países del mundo, incluidos muchos desarrollados– y se declara víctima de «terrorismo» y de «un intento de golpe de Estado». Sería bueno que moderara su grandilocuencia.

El largo plazo es siempre un horizonte inalcanzable en una Argentina que, en vez de dialogar, impone intereses de facción a como dé lugar.

Urge cerrar la eterna fábrica de grietas y que la dirigencia le brinde de una vez por todas a la sociedad el beneficio de una conciliación amplia en busca de un rumbo compartido y aceptable para todos los sectores.

Pretenderlo no es ingenuidad; ingenuidad es pensar que puede alcanzarse algo bueno sin intentarlo.

(Nota publicada en Letra P).