La alianza de la clase media contra Javier Milei

Bajo el trapo de la universidad pública emergió el medio de la patria sublevado. La política, a la cola. Un antecedente fallido y un presidente que no la ve.

Cuando se escriba la historia del mileísmo, tal vez se recuerde el 23 de abril de 2024, día de la gran movilización nacional en defensa de la universidad pública desfinanciada por Javier Milei, como el germen de una nueva alianza social en la Argentina. Una, para más datos,felizmente autopercibida como de clase media y capaz de comenzar a generar, de abajo hacia arriba, una oferta política que restañe en algún momento sus heridas más profundas. Tiempo al tiempo.

La historia demuestra que los plazos de maduración de las alternativas son más largos o más breves según el fenómeno que las provoca sea hegemónico o, por el contrario, pase por el cielo como un barrilete apresurado. Todo genera su antítesis, pero etapas políticas potentes como el menemismo o el kirchnerismo-cristinismo resultaron más resistentes, mientras que la Alianza, respuesta primero social y luego electoral al ciclo liderado por Carlos Menem, se consumió en su bolsa de Fuego Listo.

Algo ocurrió en las marchas de este martes que fue diferente a todo lo visto desde el 10 de diciembre.

El paro y protesta de la CGT del 24 de enero fue una reacción temprana del universo de los trabajadores formales contra el esbozo de una política destructiva del empleo y el salario. La marcha de los feminismos del 8M constituyó, más allá de la tradición reivindicativa de esa fecha, la reacción de un colectivo diverso que se sabía y se sabe en peligro ante una agenda reaccionaria. La del 24 de marzo, otra fecha sentida, fue el rechazo a la reivindicación de la dictadura y de sus crímenes, así como un grito preventivo frente a planes de impunidad que se saben latentes.

Lo dicho: lo de este martes, que incluyó a esas partes en un todo transversal, fue otra cosa.

Lecciones de un fin de siglo

Milei detesta a Ricardo López Murphy y le llevaba el apunte a Domingo Cavallo hasta que el padre de la Convertibilidad comenzó a marcarle errores, pero, si fuera menos caprichoso, podría aprender de ambos cuán riesgoso es sacar a la calle a la clase media. Eso es exactamente lo que ocurrió este martes, desde Chaco hasta Tierra del Fuego, pasando por la Córdoba del 75% y, desde ya, la Ciudad de Buenos Aires.

Multitudes que dejan de calcularse cuando sobrepasan con comodidad la noción de las cientos de miles de personas hicieron coincidir a exponentes del 44% y del 56%, espantados ante la perspectiva de dejar de ser.

Cuando se hace el listado de los sectores agredidos por las políticas de Milei y Toto Caputo, es fácil concluir que la ultraderecha gobernante le ha declarado la guerra prácticamente a toda la Argentina. Los segmentos tocados, sin embargo, van reaccionando poco a poco.

El Caputazo ha lastimado severamente a los sectores populares, donde el mileísmo había penetrado electoralmente, pero trajo la novedad de ensañarse con los sectores medios que, en gran medida, hicieron posible este extravagante experimento político.

Licuación de salariosparitarias pisadas ex profeso, un temor al desempleo que empieza a pelearle palmo a palmo a la inflación en las encuestas, tarifazos en los servicios públicos, suelta de precios en la medicina y la educación privadas y, sobre todo, una inflación que dicen que baja pero sigue lastimando.

Esos sectores incluso se ven confrontados a salir al rescate de padres o abuelos jubilados, alevosamente licuados, cosa que Milei festejaba hasta el martes a las 20:59 con el mantra de que «la licuadora no se negocia» y que pasó a desmentir un minuto después. En su fallida cadena nacional, el mandatario atribuyó el «milagro económico» del déficit cero en el primer trimestre al uso de «lo que durante la campaña llamamos ‘motosierra’» y no, como dicen algunos, a la licuación del gasto público».

No interesa en este punto señalar la falacia, sino su motivación: Milei sabe que juega con fuego y la unanimidad de los economistas explica que el saldo presupuestario festejado en la Casa Rosada es, como dijo Carlos Melconian, «25% motosierra25% bicicleta (de pagos no realizados) y 50% licuadora«.

Los sectores medios que votaron a Milei ante los fracasos en cadena de Mauricio Macri y del binomio Alberto Fernández – Cristina Fernández de Kirchner asistieron, absortos, a un discurso grandilocuente sobre la inmortalidad del cangrejo, en el que, en simultáneo, se les explicaba que el ajuste lo paga sólo la casta, pero se les agradecía el «esfuerzo heroico» y se les aseguraba que el suplicio ya está en la etapa final.

En busca de la clase media perdida

Pocos días después de la asunción de Milei, Manuel Adorni se sentó a la mesa de Mirtha Legrand, donde dijo que «la fiesta hay que pagarla» y, azuzado por su anfitriona, se refirió a «una clase media que se percibía clase media pero ya no lo es».

La referencia es interesante. Como se dijo al principio de esta nota, este martes se observó en las calles la reacción de una «clase media felizmente autopercibida».

Puede que Adorni tenga razón, que la Argentina ya no sea la que fue y que muchas personas sigan pensando que pertenecen a la alguna vez extendida clase media trabajadora y profesional que distinguió al país en el contexto regional y ya no lo sean por ingresos. Sin embargo, «felizmente» sí se asumen como tales y no renuncian a esa condición, lo que es una marca de rebeldía, perseverancia y enarbolamiento de la única utopía que puede recrear lo que esta sociedad tiene de exitosa y superar lo que tiene de fallida.

Los libertarios iliberales que gobiernan serían abofeteados a mano abierta por el Juan Bautista Alberdi de las Bases, por el Bartolomé Mitre de la historiografía fundacional y el panteón de próceres, por el Domingo Sarmiento del big bang educativo y por el Julio Roca de la ley 1.420. Gracias a todos ellos, la educación pública, gratuita y de calidad es más que una tradición: es la argamasa que erigió un edificio alguna vez orgulloso que aquellos reivindican sin jamás entenderlo.

La educación pública, el guardapolvo blanco, el atronador chillido de vocecitas cuando toca el timbre del recreo, las aulas en las que conviven los hijos de los profesionales y de los obreros son marcas de identidad nacional. La universidad pública, santo y seña de la Argentina culta aún reconocida en el mundo, también lo ha sido desde 1918.

@pilardibujito

Resistiré para seguir viviendo

Aunque, como dijo alguna vez María Eugenia Vidal para deplorar la proliferación de casas de estudios en el Gran Buenos Aires, «los hijos de los pobres no van a la universidad», millones de argentinos quieren que eso siga siendo, al menos, una chance.

La chance que no se quiere soltar es el último refugio que la mileinomía aún no pudo recortarle a esa clase media felizmente autopercibida: la de, al menos, la posibilidad del ascenso social, si no ya para quienes se sienten jugados, al menos para sus hijos.

Ajustar hasta triturar los sueños que la gente guarda para sus hijos es un límite enorme.

Javier Milei no la ve

Al cruzar ese límite, el Presidente pateó un cable pelado y seguramente porfiará en el que es su mayor error político, no escuchará a sus laderos más esclarecidos y pretenderá tomarlo con su mano. La presunción surge de las reacciones de un Gobierno confundido.

Indicios de fatiga que encuentra en las encuestas lo asustan un día y lo llevan a quemar los manuales vetustos de la Escuela Austríaca e intervenir en el mercado de las prepagas que en la víspera había liberado. Sin embargo, ante la presencia de una multitud en las calles y otra en balcones, terrazas y en las casas, frente a la televisión, no atina a intuir allí la presencia de votantes propios. Grave error.

Así, Patricia Bullrich creyó que amenazar con reprimir, protocolo antipiquetes en mano, reduciría la concurrencia. Nunca entendió que lo que correría por las calles sería una correntada enorme para ese papelito.

El vocero Adorni se creyó persuasivo al hablar de «aumentos» de partidas, como si los argentinos licuados no entendieran ya la diferencia entre lo «nominal» y lo «real» en un régimen de alta inflación. «Fin», dijoNo, principio.

Pasada la marcha, Victoria Villarruel la rebajó a su guerra privada por la reivindicación de la dictadura y respondió con una provocación.

Por último, Milei desnudó una vez más su endeble autoestima al presentarse como un león que se toma en taza las lágrimas de los zurdos mientras descubre a millones de traidores. ¿Qué pensarán de semejantes motes quienes lo votaron pero este martes se manifestaron?

De martillos, construcciones y demoliciones

Siempre que se produce un hecho potente como el de este martes se impone la pregunta por el día después.

Lo que se vio no va a disuadir a un dogmático, por lo que, como dijo Taty Almeida, la lucha va a tener que continuar. Si de resiliencia se trata, ella sabe de qué habla.

En su cadena nacional, el Presidente proclamó que «la era del supuesto ‘Estado presente’ ha terminado» y auguró una nueva, la de «un Estado que vela por la vida, la libertad y la propiedad de los individuos».

Con esa definición, el anarcocapitalista sentimental que es Milei enunció el credo que considera su second bestel paleolibertarismo, un populismo de ultraderecha que solo le reconoce al Estado legitimidad para ejercer la seguridad interior, la defensa exterior y la justicia. Nada más.

Cuando se habla de «vida, libertad y propiedad» no se deja espacio para la salud y la educación públicas, que no casualmente brillan por su ausencia en el decálogo místico del Pacto de Mayo que Milei propone y el opoficialismo dispone.

Por mencionar un caso emblemático, –¿el radical?– Rodrigo de Loredo aprendió este martes que la calle ya no compra esa zoncera de «las herramientas» y que no hay cómo justificar la entrega desaprensiva de un martillo a quien lo usa para romper y no para construir.

¿La Argentina del medio?

De Loredo no entiende lo que pasa, pero protagonistas más lúcidos, sí.

Más allá de la presencia de fijas como las del camporismo o Axel Kicillof, ¿es casual que Miguel Pichetto le encuentre justo ahora nuevas pecas al proyecto ómnibus XS, sobre todo en materia laboral y cuando, con el PRO perdido, ensaya alguna forma de retorno al tronco peronista?

Los reaparecidos Sergio MassaHoracio Rodríguez Larreta, otros aspirantes a tomar la batuta del «partido del medio» que siempre persiguieron y nunca terminaron de hallar, encontraron en la protesta transversal una oportunidad de mostrarse defendiendo a quienes mañana les pedirán el voto.

Lo mismo puede decirse de radicales como Facundo Manes y Martín Lousteau.

A no sorprenderse: todos esos nombres son parte de conversaciones sobre universos paralelos posibles.

Esete martes no nació una oposición, pero sí una herida en el flanco de una narrativa oficial que se creía a prueba de todo.

El Gobierno perdió en la calle, en los medios tradicionales –hasta Eduardo Feinmann y Jonatan Viale se despegaron y le rogaron que viera la realidad– y hasta en las redes sociales. Basta para comprobarlo repasar el tenor de las tendencias en la hiperpolitizada Twitter.

Acaso las encuestas del fifty-fifty empiecen a cubrirse con una fina pátina sepia. O no. Pero sí comienza a nacer una nueva grieta y de ellas surgen las oposiciones, aunque nadie conozca el secreto de sus tiempos.

(Nota publicada en Letra P).